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Armando Manzanero: por debajo de la luz


2021-01-02

Alonso Arreola, The Washington Post

Armando Manzanero era un artista de apariencia frágil pero ímpetu y ambición leoninos, que compuso canciones señeras en el universo romántico de Hispanoamérica; piezas que con su talento lírico, instrumental y vocal fueron un tónico para esa otra nostalgia mexicana —como el bolero, la trova y la balada— que no fija en el mariachi su hábitat despechado o vengativo.

Cantautor, arreglista, productor, actor, conductor de radio y televisión, promotor de artistas y representante de su gremio, Manzanero murió a causa del COVID-19 a los 85 años. Su legado inmenso se verá potenciado no solo por su propia voz, sino también por quienes hicieron eco de sus huellas: de Elvis Presley a Celia Cruz, pasando por Luis Miguel, Juan Gabriel, Elis Regina, Alejandro Sanz, Tony Bennett, Natalie Cole, Andrea Bocelli o Tania Libertad, son incontables los intérpretes que usaron su obra como vehículo y fuente de inspiración.

Armando Manzanero Canché nació en el estado de Yucatán y fue hijo de un cantador mestizo y una bailarina maya. Abrevó de la fuente de una trova que desarrollaba dulzuras alejadas del estridentismo en que se inscribían las mayores figuras de nuestro cine, tan apegadas a la música ranchera y el mariachi que estereotipan a México en el extranjero.

Sus canciones tenían enormes argumentos contemplativos (“Esta tarde vi llover”) y meditabundos (“Voy a apagar la luz”), los cuales supo enaltecer para crear estampas naturales (“En este otoño”) y sencillas (“Contigo aprendí”). Sus conocidísimos rubatos y vibratos —cómo se adelantaba o retrasaba al cantar; cómo manipulaba el aire en cada final de frase—, que exageraba en su juventud, se fueron atemperando con la madurez. Los andamiajes armónicos que sustentaron su canto alcanzaron una altura innegable, como se escucha en el bolero-blues “El ciego”.

Manzanero también era un pianista notable. Tenía conocimientos formales de música que comenzaron en la Escuela de Bellas Artes de Mérida a los ocho años, y que luego continuaron en la Ciudad de México con maestros como Mario Ruíz Armengol. Por gente como él conocería los mayores repertorios del continente y aprendería a liderar combos de múltiples tamaños. También comenzaría a acompañar intérpretes —primero hombres y después mujeres—, acoplándose con sensibilidad a cada caso.

Poner atención al Manzanero pianista resulta revelador, pues actúa libre y provocador, poniendo a sus compañeros en predicamentos, haciéndolos crecer. Ejemplos claros son las presentaciones televisivas de “Cuando estoy contigo” con Celia Cruz, en 1970, y de “Somos novios” con Roberto Carlos, en 1977.

Su oficio profesional, por otro lado, no fue sólo musical. Inteligente en las relaciones con el poder, Manzanero transitó frente a gobiernos de todo tipo sin comprometer el cariño de la gente. Actuó para políticos y empresarios variopintos, entró y salió de los sexenios obteniendo certidumbres para sí y para quienes tuvieron sus afectos. Consiguió éxito y permanencia con trabajo y dedicación, pero también evitando pronunciarse sobre temas delicados.

A lo largo de siete décadas activo, Armando Manzanero conoció los códigos del vinilo, el casete, el disco compacto y los formatos digitales. Desde 2010 abandonó paulatinamente su ejercicio creativo —selecto y reducido en últimos años— para involucrarse cada vez más como presidente del Consejo Directivo de la Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM), posición que ocupó tras la muerte de su colega Roberto Cantoral, otro ícono de la composición romántica mexicana.

En los pasillos de la industria son muchos quienes señalan claroscuros en las gestiones de la SACM a lo largo de su historia, pero pocos la han enfrentado legalmente. Uno fue el compositor Guillermo Lugo, quien en 2016 —durante la gestión del yucateco— la demandó por fraude.

A lo anterior se suman una demanda por violencia doméstica (que no procedió penalmente) y sus comentarios incómodos alrededor del movimiento #MeToo. Sin embargo, más allá de lo que se pueda decir o callar sobre su vida fuera de la música, Armando Manzanero es ejemplo de que en México también hay un indulto tácito para quienes contribuyen a moldear la cultura popular. Algo parecido a lo que ocurre con deportistas o celebridades, cuyos fallos se diluyen en la consciencia general.

En esa memoria común trascenderán sus canciones y su forma de resucitar —parafraseando al historiador Carlos Monsiváis— géneros valiosos como el bolero, eclipsado por las modas de su tiempo. Vale la pena escuchar a ambos cantando y charlando en el programa Manzanero a través de su música, transmitido en 1995 por el Instituto Mexicano de la Radio.

Quienes pudimos coincidir con él, aunque fuera brevemente, disfrutamos de un talento y carisma encomiables. También de un comportamiento elegante que recordaba las noches de bohemia de los 60 y los 70, definitorias para México y Latinoamérica entera. Viéndolo arriba y abajo del escenario conocimos sus cualidades de gigante, el aura que ostenta quien sabe generar belleza.

Apenas el 11 de diciembre, Manzanero inauguró en Yucatán un espacio dedicado a su vida y obra: la Casa Manzanero. Allí se concentran los premios e historia que no alcanzaban a ponderarse en el Museo de la Canción Yucateca, en cuyas paredes sueñan tantos de sus pares olvidados. Habrá que visitarla. Mientras tanto pongamos su música y tomemos posesión de la parte que nos toca de esta herencia sentimental, integrada con todo y claroscuros al más valioso cancionero de Hispanoamérica.



JMRS


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