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El día que Mike Pence se hartó de Trump


2021-01-13

Por Peter Baker, Maggie Haberman, Annie Karni | The New York Times

Durante casi cuatro años, el vicepresidente se mordió la lengua frente a los impulsos de su jefe, algo que los críticos dicen que permitió lo peor del presidente. Así fue la semana en que resistió a los insultos y presiones de Trump.

Para el vicepresidente Mike Pence, el momento de la verdad había llegado. Luego de tres años y once meses de navegar las traicioneras aguas del ego del presidente Trump, después de tantos momentos de morderse la lengua y tragarse el orgullo en los que recurrió al silencio estratégico o a la adulación ampulosa para caerle bien a su jefe, otra vez el presidente lo maldecía.

Trump estaba furioso de que Pence se rehusara a intentar anular la elección. En una serie de reuniones, el presidente lo había presionado sin cesar y alternaba entre la lisonja y la intimidación. Al final, justo antes de que Pence se marchara rumbo al Capitolio para supervisar el conteo de los votos electorales el miércoles pasado, Trump llamó a la residencia del vicepresidente para intentar presionarlo una última vez.

“Puedes pasar a la historia como un patriota”, le dijo Trump, según dos personas que estaban al tanto de la conversación, “o puedes pasar a la historia como un cobarde”.

El choque entre los dos funcionarios electos de mayor rango en Estados Unidos se desarrolló dramáticamente cuando el presidente excorió públicamente al vicepresidente en un mitin incendiario y envió a sus agitados seguidores al Capitolio, cuyo edificio invadieron, algunos coreando: “Cuelguen a Mike Pence”.

Luego de que lo evacuaron al sótano, Pence se agazapó ahí durante horas mientras Trump tuiteaba un ataque en su contra en lugar de llamarlo para consultar si estaba seguro.

Fue la ruptura extraordinaria de una alianza que ya había sobrevivido demasiados desafíos.

El lugarteniente leal que casi nunca había estado en desacuerdo con el presidente, que había pulido cada una de las posibles fracturas al final llegó a un momento de decisión que no podía evitar. Iba a defender la elección a pesar del presidente y a pesar de la turba. Y pagaría el precio ante la base política que alguna vez había esperado aprovechar en su propia carrera hacia la Casa Blanca.

“Pence enfrentaba una decisión entre su deber constitucional y su futuro político e hizo lo correcto”, dijo John Yoo, un experto jurídico al que recurrió la oficina de Pence. “Creo que era el hombre del momento en muchos sentidos, tanto para los demócratas como para los republicanos. Cumplió su deber a pesar de que debe de haber sabido, al hacerlo, que eso probablemente implicaba que jamás sería presidente”.

Jeff Flake, exsenador por Arizona, uno de los críticos republicanos más francos de Trump y viejo amigo de Pence que se distanció de él por el presidente, dijo que le tranquilizó ver que el vicepresidente al fin había adoptado una postura.

“Hubo muchos momentos en los que deseé que se hubiera separado, hablado, pero me alegra que lo haya hecho cuando lo hizo”, dijo Flake, “Desearía que lo hubiera hecho antes pero sin duda estoy agradecido de que lo hiciera ahora. Sabía que lo haría”.

No todo el mundo fue tan benévolo con Pence y le criticaron al decir que seguir la Constitución no era precisamente algo por lo que hubiera que idolatrarlo y observaron que su deferencia hacia el presidente durante casi cuatro años fue lo que en primer lugar le permitió a Trump llevar a cabo su ataque a la democracia.

“Me alegra que no haya transgredido la ley pero es difícil decir que alguien es valiente por no ayudar a derrocar nuestro sistema de gobierno democrático”, dijo el representante Tom Malinowski, demócrata por Nueva Jersey. “Tiene que entender que el hombre para el que ha estado trabajando y a quien ha defendido con lealtad es casi por completo el responsable de crear un movimiento en este país que busca colgar a Mike Pence”.

El distanciamiento entre Trump y Pence ha dominado sus últimos días en el cargo, entre otras cosas porque el vicepresidente cuenta con el poder bajo la Vigésima Quinta Enmienda para destituir al presidente de su cargo con el apoyo del gabinete. La Cámara de Representantes votó el martes exigiendo que Pence tome esa medida o, de lo contrario, acusaría a Trump.

El martes por la noche, Pence envió una carta a la congresista Nancy Pelosi en la que se rehusaba a tomar dicha medida. Pero Trump ya estaba tan ansioso al respecto que luego de cinco días de tratar con frialdad al vicepresidente, al fin lo invitó al Despacho Oval la noche del lunes para intentar enmendar la relación. La descripción oficial de la conversación, de una hora, es que fue “buena”; la descripción no oficial es que “no fue sustancial” y resultó “forzada”.

Este enfrentamiento es la tercera vez en 20 años que un presidente saliente y un vicepresidente tuvieron conflicto en sus últimos días en el cargo. Luego de que el vicepresidente Al Gore perdió su campaña presidencial en 2000 tuvo una amarga pelea con el presidente Bill Clinton en el Despacho Oval sobre quién tenía la culpa. Ocho años más tarde, a días de dejar su mandato, el vicepresidente Dick Cheney reprendió al presidente George W. Bush por rehusarse a indultar a I. Lewis Libby Jr., el exjefe de personal del presidente, por perjurio en un caso de filtración de la CIA.

Trump asumió el cargo sin una comprensión real del modo en que sus predecesores habían manejado las relaciones con sus compañeros de fórmula. En los primeros días, cuando quedó claro que no habría un organigrama o un proceso formal de toma de decisiones, Pence se convirtió en una presencia regular en el Despacho Oval, simplemente aparecía sin agenda y a menudo entraba a participar en alguna discusión para la que no había recibido material informativo.

Cada mañana llegaba al Ala Oeste, se informaba sobre la hora en que el presidente iba a bajar de la residencia y sencillamente se instalaba en el Despacho Oval gran parte del día. Casi nunca se le invitaba formalmente a nada y su nombre rara vez aparecía en los registros oficiales de las reuniones. Sin embargo, casi siempre andaba por ahí.

Calmado e imperturbable, Pence se convirtió en el confidente de los secretarios del gabinete y otros funcionarios que temían la ira de Trump y daba consejos sobre el mejor modo de tocar temas incómodos con el presidente sin provocarlo.

No enojar a Trump era “uno de sus objetivos clave”, observó David J. Shulkin, exsecretario de Asuntos de Veteranos. “Intentaba con mucho empeño andar por una línea muy difícil”. Pero eso implicaba que a menudo las opiniones de Pence no eran claras.

“¿Las políticas y declaraciones emitidas eran aquellas con las que él estaba completamente de acuerdo?”, preguntó Shulkin. “¿O se trataba de su estrategia, mejor estar en la sala, mejor ser una parte confiable para ayudar a moderar algunas de esas estrategias y el modo de lograrlo es no estar en desacuerdo en público? Creo que era de verdad difícil saber exactamente cuál era su posición”.

Pence al final descubrió que la lealtad a Trump solo importa hasta que ya no importa. La tensión entre ambos había aumentado en los últimos meses y el presidente se quejaba en privado de Pence. Los aliados del vicepresidente creen que a Trump lo provocó en parte Mark Meadows, el jefe de personal de la Casa Blanca, quien le dijo que los colaboradores de Pence estaban filtrando información a la prensa. Eso ayudó a crear una atmósfera tóxica entre ambos incluso antes del día de la elección.

Cuando los esfuerzos de Trump para anular los resultados de la elección fueron rechazados en cada ocasión por jueces y funcionarios estatales, a Trump se le dijo, incorrectamente, que el vicepresidente podría poner fin a la confirmación final de la elección del presidente electo, Joseph R. Biden.

El abogado de Pence, Greg Jacob, investigó el asunto y concluyó que el presidente no tenía tal autoridad. A instancias de Rudolph W. Giuliani y Jenna Ellis, dos de sus abogados, Trump insistió.

La oficina de Pence solicitó más opiniones a constitucionalistas, entre ellos Yoo, un conservador destacado en la Universidad de California campus Berkeley que trabajó para el gobierno de Bush.

La semana pasada, en el Despacho Oval, un día antes del conteo, Trump presionó a Pence en una serie de encuentros que sostuvieron, entre ellos una reunión que duró alrededor de una hora. John Eastman, un constitucionalista conservador de la Universidad Chapman, se encontraba presente y argumentó a Pence que sí disponía de tal facultad.

A la mañana siguiente, horas antes de la votación, Richard Cullen, el abogado personal de Pence, llamó a J. Michael Luttig, un exjuez de la corte de apelaciones venerado por los conservadores, y para quien Eastman trabajó como secretario. Luttig aceptó escribir rápidamente su opinión de que el vicepresidente no tenía poder para cambiar el resultado y luego la publicó en Twitter.

Minutos después, el personal de Pence incorporó el razonamiento de Luttig citándolo por nombre, en una carta que daba a conocer que el vicepresidente había decidido no intentar bloquear a los electores del Colegio Electoral. Cuando se le contactó el martes, Luttig dijo que haber ayudado a proteger la Constitución había sido “el mayor privilegio de mi vida”.

Luego de la iracunda llamada en la que maldijo a Pence, Trump azuzó a sus seguidores en el mitin en contra de su propio vicepresidente. Aludiendo a los llamados “republicanos solo de nombre”, (RINOs, por su sigla en inglés), dijo: “Espero que no escuche a los RINOs y a la gente estúpida a la que escucha”.

“Le tendió una trampa a Mike Pence ese día al ponerle esa carga”, dijo Ryan Streeter, quien fue consejero de Pence cuando el vicepresidente era gobernador de Indiana. “Es bastante inaudito en la política estadounidense. Que un presidente traicione así a su propio vicepresidente y aliente a sus seguidores a atacarlo es algo inconcebible para mí”.

Para entonces, Pence ya estaba en su caravana rumbo al Capitolio. Cuando la turba irrumpió en el edificio, agentes del Servicio Secreto lo evacuaron a él, su esposa y sus hijos, primero a su oficina en otro piso y más tarde al sótano. Sus agentes le pidieron que abandonara el edificio pero él se rehusó. Desde ahí llamó a líderes legislativos, al secretario de Defensa y al presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, pero no al presidente.

Más tarde, un senador republicano diría que jamás había visto a Pence tan molesto, al sentirse traicionado por un presidente por el que había hecho tanto. Para Trump, dijo un asesor, el vicepresidente había entrado al “Territorio Sessions”, en alusión a Jeff Sessions, el procurador general al que el presidente humilló antes de despedirlo. (Un vicepresidente no puede ser despedido por un presidente).

El día después del asedio al Congreso, el jueves, Pence evitó a Trump y no acudió a la Casa Blanca. Al día siguiente fue, pero se pasó gran parte de la jornada en el edificio de la Oficina Ejecutiva Eisenhower, donde organizó una fiesta de despedida para su personal.

Pero sus colaboradores dijeron que Pence no quería convertirse en némesis a largo plazo de un presidente vengativo así que el lunes ya estaba de regreso en el Ala Oeste.

A diferencia de Trump, Pence planea acudir a la toma de mando de Biden y luego espera dividir el tiempo entre Washington e Indiana, tal vez lance un comité de liderazgo político, escriba un libro o haga campaña por republicanos que postulan al Congreso.

Pero sin importar lo que pase después, siempre será recordado por un momento. “Somos muy afortunados de que el vicepresidente no sea un fanático”, dijo Joe Grogan, quien hasta el año pasado fue consejero de política nacional para Trump. “De muchas maneras, creo que reivindica la decisión de Pence de haberse quedado hasta ahora”.



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