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El ‘sálvese quien pueda’ electoral no sacará a Ecuador de la crisis


2021-01-15

Por Iván Ulchur-Rota | The New York Times

QUITO — Ecuador está ya adentrado en el ciclo electoral. El 7 de febrero serán las elecciones generales —en las que se elegirá al nuevo presidente y a los miembros de la Asamblea Nacional— y el camino para llegar a ellas ha sido revelador. Nos ha mostrado el estado actual del país: con las elecciones a la puerta, y en medio de un panorama económico y de salud desolador, en Ecuador se vive un espíritu de resignación.

El año pasado se filtró un video donde uno de los candidatos a la presidencia, el conservador Guillermo Lasso, hablaba sobre sus rivales y se presentaba como la única alternativa libre de las taras de los partidos tradicionales. Al referirse al posible voto por Álvaro Noboa, un empresario millonario que ha sido seis veces candidato a la presidencia, Lasso soltó una mala palabra: “Tampoco podemos decir […]: ‘Vota por Álvaro, ya, qué chuchas’”. Ese “ya, qué chuchas” significa “ya nada importa”. Sin alternativas políticas con plataformas claras en medio de una sobreoferta de opciones en la boleta, la frase accidentalmente condensa el espíritu de la democracia en Ecuador rumbo a las elecciones: apatía, escepticismo y desgaste.

Pero los ecuatorianos no debemos permitir que líderes con propuestas disparatadas (o sin plataformas realistas) guíen nuestro destino. Debemos hacer a un lado el voto de “ya nada importa” y adoptar una actitud proactiva y ciudadana frente a los grandes desafíos de nuestro futuro inmediato.

Para finales de diciembre se habían inscrito 16 binomios —el mayor número desde el retorno del Ecuador a la democracia— de los cuales solo tres tienen posibilidades numéricas de llegar a la presidencia o, al menos, a una segunda vuelta: la fórmula del conservador Guillermo Lasso, la del correísta Andrés Arauz y la de Yaku Pérez Guartambel, por Pachakutik —el brazo político del movimiento indígena ecuatoriano—. Las otras candidaturas no superan el 2 por ciento de la intención del voto y, sin embargo, no lucen dispuestas a formar frentes unidos o alianzas estratégicas ni a deponer sus campañas. Le hacen la vista gorda a la opinión popular: algunas encuestas indican que hasta un 37 por ciento de los electores planea anular su voto o votar en blanco.

Aunque finalmente Noboa —quien se había convertido desde hace años en un chiste nacional — no logró ser candidato, llegó a disputarse los primeros lugares en intención de voto después de su anuncio. Sus propuestas ingenuas y su extravagancia para muchos lucían menos desalentadoras que las otras candidaturas. Lo suficiente, al menos, para convencerlo de intentar lanzarse.

Pese a que hay 16 candidaturas, en Ecuador no existen 16 visiones de país. Tampoco hay una contienda de ideas y proyectos, sino la “ley del sálvese quien pueda” entre la clase política y la indiferencia de una parte de la población (aunque el 90 por ciento de los encuestados en un sondeo opina que el rumbo del país está equivocado). El voto “ya, qué chuchas” es una advertencia de lo que sucede cuando la democracia y sus instituciones pierden credibilidad. Una cultura democrática débil cede terreno, voz y legitimidad a las propuestas más estridentes y demagógicas. Es un peligro real ante el que estamos ahora los ecuatorianos.

La falta de alternativas se puede traducir en una democracia frágil en medio de un escenario poco favorable: con el desafío sanitario de la pandemia y la economía profundamente golpeada en 2020. Según el Banco Mundial, la ecuatoriana fue la tercera economía que más decreció de Sudamérica el año pasado.

La frase que le endilgó Lasso al voto por Noboa se convirtió en un espejo para Ecuador. Por un lado, refleja una disputa entre las fuerzas políticas dominantes de los últimos diez años y, por otro, el caos. Y, entre los ciudadanos, un cierto aire de apatía reflejado en el voto nulo y el escepticismo.

¿Cómo votarán, entonces, los ecuatorianos? La opción de la alternativa menos mala ha sido una constante en los últimos años, con políticos que se aprovechan de cuán baja está la barra de expectativas: incluso hay un candidato rechazado por su propio partido. Por una parte nuestros políticos tienen que profesionalizarse, y, por otra, los ciudadanos tendríamos que reclamar mejores opciones políticas. Para ambos casos, debemos librarnos del “ya qué chuchas”.

En estos meses de campaña, hemos visto que las tres candidaturas más viables caen en la demagogia. Los correístas se han centrado en la promesa mesiánica —y sin sustento económico alguno— de regalar mil dólares a un millón de personas. Lasso, miembro del Opus Dei, en los últimos meses ofreció legalizar el porte de armas en el sector rural. Y el tercer candidato, Yaku Pérez, ha prometido un gobierno ambientalista que, al mismo tiempo, recuperaría el subsidio a los combustibles.

Hay mucho en juego como para aceptar estas propuestas desarticuladas: Ecuador deberá navegar los siguientes años en la realidad pospandémica con una región en crisis y con desafíos de vacunación enormes. También tendrá que sentar las bases para resolver nuestros grandes problemas históricos, de la consolidación de nuestra democracia (recordemos que hace solo unos años dominó en el país un gobierno con espíritu caudillista) y la erradicación de la corrupción (no con promesas al aire, sino con cambios estructurales, transparencia y ejercicios independientes de rendición de cuentas).

Los partidos son, en teoría, herramientas de participación ciudadana pero se convierten en obstáculos cuando están así de desconectados con la realidad nacional. De modo que hay un reto doble para la nación: por un parte, los partidos políticos deben replantear sus agendas y plataformas y conectarse de nuevo con la complicada realidad del país (y de la región). Y, por otra parte, los ciudadanos debemos eliminar el queimportismo y la apatía para reclamar una clase política profesional que haga a un lado la improvisación y opte por el compromiso democrático.

Cuando el futuro de un país y su estabilidad democrática (después de años de atropellos institucionales) está en la línea, a todos debe importarnos quién llega al Palacio del Carondelet.



Jamileth


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