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Guerras de religión y maquiavelismo político


2021-01-27

Por P. Fernando Pascual

Hay sistemas políticos que persiguen u obstaculizan algunos derechos fundamentales.

Las guerras de religión, especialmente las que sacudieron Europa el siglo XVII, son un fenómeno complejo que merece ser estudiado con atención y seriedad, para lograr una buena perspectiva ante la realidad de los hechos y de las ideas que los causaron.

Entre esas ideas, según Augusto Del Noce (1910-1989), pensador italiano del siglo XX, estaría el maquiavelismo político. En una nota de un amplio estudio sobre el ateísmo, Del Noce reconocía la diferencia entre religión y política, al mismo tiempo que señalaba un factor sobre el que se reflexiona poco ante las guerras de religión.

Decía este Autor: “Las guerras de religión son un error, porque, como la historia demuestra, llevaron a la consideración de la religión como instrumentum regni [instrumento del reino], a la victoria durante el siglo XVII del maquiavelismo y de la ‘Razón de Estado’” (Augusto Del Noce, “Il problema dell’ateismo”, Il Mulino, Bologna 1964, introducción, nota 141).

A lo largo de la historia, se ha hecho realidad el peligro de que gobernantes, reyes, presidentes, líderes revolucionarios, nazis o comunistas, usen de la religión, o del ateísmo, o de cualquier otra idea, como instrumento maquiavélico para imponerse a los otros, personas concretas, grupos sociales, Estados y continentes.

Ese maquiavelismo puede tener muchas raíces, pero las más radicales consisten en el egoísmo, la soberbia, la avidez, las cuales aplican fácilmente la máxima que tanta sangre ha provocado y provoca hoy: “el fin justifica los medios”.

Acusar a las guerras de religión del pasado de maquiavelismo sería algo incompleto si no atribuyéramos al maquiavelismo también el inmenso reguero de sangre que se ha producido a lo largo del siglo XX, y todavía, por desgracia, en muchos lugares en este siglo XXI.

Porque no solo hay maquiavelismo cuando un gobernante, de cualquier creencia (religiosa o no religiosa), usa quizá ideales nobles para pisotear la justicia; también se da cuando los mismos miembros de la sociedad admiten que, para evitarse problemas o sufrimientos, sería lícito recurrir al delito, como ocurre con una fría normalidad en tantos abortos que eliminan a los hijos antes de nacer.

Denunciar el maquiavelismo es posible solo si llegamos a comprender que existe un derecho natural que juzga las ideas y las decisiones de todos, desde el gobernante hasta el simple ciudadano. Ese derecho natural, reconocido y aceptado, permite tutelar los derechos básicos de cada ser humano, empezando con el derecho a la vida que inicia en cada concepción.

Las guerras de religión del siglo XVII fueron un momento trágico de la historia humana que significó el triunfo del maquiavelismo sobre la ley natural. Lo cual, hay que reconocerlo, también ocurre hoy cuando hay sistemas políticos que persiguen u obstaculizan algunos derechos fundamentales de las personas.

Frente a ese maquiavelismo, vale la pena la promoción de un estudio serio sobre lo que significa la condición humana, sobre los principios que deben regir nuestras acciones individuales y sociales, y sobre la función de los gobernantes, llamados a tutelar, en todo momento, los derechos básicos de todos y cada uno de los seres humanos que convivimos en las sociedades de nuestro tiempo.



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