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California enfrenta un creciente movimiento antivacunas


2021-02-08

Por Manny Fernandez | The New York Times

LOS ÁNGELES — Un comediante desempleado de Nueva Jersey. Un actor y presentador de pódcast vestido con una bata de laboratorio. Un impertinente que ha postulado, sin éxito, varias veces al Congreso en Los Ángeles. Y al menos unos cuantos que estuvieron en Washington el día del disturbio en el Capitolio.

Todos ellos se encontraban entre el variopinto grupo de los denominados antivacunas que se reunieron hace poco en la entrada del centro de vacunación masiva ubicado en el Dodger Stadium para protestar por la distribución de la vacuna contra el coronavirus.

Esta coalición organizada de manera informal representa una nueva facción del movimiento antivacunas californiano establecido desde hace mucho tiempo. Y la protesta fue la señal más reciente de que los californianos se han convertido en los insólitos abanderados de la agresiva crítica contra las vacunas, aun cuando los casos del virus continúan propagándose en el estado.

California, que alcanzó la semana pasada un promedio de 500 muertes diarias ligadas al virus, pronto se convertirá en el estado con el más alto número de muertes por coronavirus, superando incluso a Nueva York.

Durante meses, activistas de la extrema derecha en todo el país se han estado manifestando en contra de las normas sobre el uso de cubrebocas, el cierre de los negocios, los toques de queda y las autoridades sanitarias locales, pues consideran que la respuesta del gobierno contra el virus es una intromisión en las libertades individuales. Pero mientras las mascarillas y los cierres se vuelven cada vez más una parte rutinaria de la vida de los estadounidenses, algunos manifestantes ahora dirigen su odio antigobierno a las vacunas contra la COVID-19.

La semana pasada en el Dodger Stadium, el mismo grupo de manifestantes —pequeño pero expresivo— que ya había organizado protestas contra el uso de tapabocas y los confinamientos en el área de Los Ángeles irrumpió en un centro de vacunación masiva que suministra un promedio de 6120 dosis diarias. Cerca de 50 manifestantes —algunos con pancartas en las que se leían mensajes como “¡No seas una rata de laboratorio!” y “COVID = Fraude”— marcharon hacia la entrada y obligaron al departamento de bomberos de esa ciudad a cerrar el centro controlado por el gobierno durante casi una hora.

Su irrupción ejemplifica la tendencia cada vez más combativa de algunos de los opositores a las vacunas en el estado, quienes desde hace tiempo aseguran que las leyes de vacunación escolar obligatoria representan una extralimitación por parte del gobierno. Muchos ya desconfiaban de las justificaciones científicas de las vacunas por haber leído en sitios de desinformación en línea que las vacunas administradas en la primera infancia causan autismo, una afirmación ya refutada.

En California, el movimiento antivacunas ha sido popular durante décadas entre celebridades de Hollywood y padres adinerados, y ganó impulso cuando los legisladores estatales aprobaron una de las leyes de vacunación infantil obligatoria más estrictas del país en 2015. Anteriormente, los padres que optaban por no vacunar a sus hijos conseguían exenciones con el argumento de que las vacunas entraban en conflicto con sus creencias personales, pero la ley eliminó esa opción. La popularidad de esas exenciones causó que las tasas de inmunización descendieran al 80 por ciento o menos en escuelas públicas y privadas de Beverly Hills, Santa Mónica y otras comunidades prósperas del área de Los Ángeles.

“Las actitudes antivacunas son tan antiguas como las propias vacunas”, dijo Richard M. Carpiano, profesor de política pública y sociología en la Universidad de California, campus Riverside, que estudia el movimiento antivacunas. “La otra cosa que se relaciona con esto es el movimiento del bienestar, esta idea de que lo natural es mejor. Hay una especie de desconfianza más amplia hacia las grandes farmacéuticas, y hacia la atención médica y las profesiones médicas. Existe un mercado real de descontento que estos grupos pueden aprovechar”.

En la era de la COVID-19 en California, los opositores a las vacunas se han encontrado cada vez más alineados con los pro-Trump, personas de clase trabajadora a veces deseosas de adoptar tácticas extremas para expresar sus creencias.

En ocasiones, los activistas antivacunas en el estado han sido agresivos. Pero durante los últimos dos años y en los meses de la pandemia de coronavirus, se ha dado un repunte en las tácticas de confrontación y amenaza.

En 2019, esos activistas agredieron a un legislador en Sacramento y arrojaron sangre menstrual sobre congresistas en la cámara del Senado en el capitolio de ese estado y, durante la primavera pasada, presionaron a la directora de salud del condado de Orange para que renunciara al revelar públicamente la dirección de su residencia. El mes pasado, dos semanas antes de la manifestación contra la vacunación en el estadio, un grupo de mujeres amenazó a los legisladores durante una sesión sobre el presupuesto en el Capitolio. Les dijeron a los senadores que no “iban a recibir ninguna inyección” y que “no habían comprado armas nada más porque sí”.

“Creo que lo que más preocupa es que están empeorando”, expresó el senador estatal demócrata Richard Pan, un pediatra que redactó la ley de vacunación. En 2019, Pan fue golpeado en la espalda por un manifestante antivacunas y probablemente era el objetivo del incidente de la sangre arrojada en el recinto del Senado ese mismo año.

“Este movimiento no solo propaga desinformación o datos erróneos y mentiras acerca de las vacunas, lo cual de manera aislada ya es perjudicial, sino que también acosa, amenaza e intimida agresivamente a las personas que intentan compartir información precisa sobre las vacunas”, mencionó.

Manifestantes que asistieron y ayudaron a organizar la protesta en Dodger Stadium dijeron que no intentaron entrar al centro y que no bloquearon la entrada. Culparon a los bomberos por reaccionar exageradamente a su presencia y cerrar las puertas, y afirmaron que su objetivo solo era informar a quienes esperaban su turno para vacunarse, no evitar que entraran a recibir sus dosis.

Uno de los manifestantes, un actor de 48 años cuyo primer nombre es Nick y que pidió que su apellido no fuese publicado debido a las amenazas de muerte que el grupo ha recibido, dijo que no creía que ninguno de los manifestantes perteneciera a los grupos antivacunas previamente establecidos en el estado. “Todo esto ha surgido como resultado de la crisis causada por la COVID-19”, aseguró. “Comenzó con el uso de los cubrebocas y evolucionó hacia la preocupación por la vacuna. Es por las libertades civiles”.

El principal organizador, Jason Lefkowitz, un comediante de 42 años y camarero en un restaurante de Beverly Hills, señaló que el catalizador de la protesta en el estadio fue la muerte de Hank Aaron, la leyenda del béisbol que murió el 22 de enero a la edad de 86 años.

Aaron recibió la vacuna del coronavirus en Atlanta el 5 de enero, y los activistas antivacunas, incluido Robert F. Kennedy Jr., han aprovechado su muerte para establecer un vínculo entre su muerte y la inmunización. El médico forense del condado de Fulton aseguró que no hay evidencia de que Aaron haya tenido una reacción alérgica o anafiláctica a la vacuna.

“No soy una persona violenta”, dijo Lefkowitz. “Nadie en mi grupo es violento ni nada similar, pero hay muchas personas que no quieren recibir esta vacuna ni que se les obligue a ello”.

No hubo arrestos, pero algunos funcionarios de la ciudad, incluido el jefe de la policía, estaban molestos por el simbolismo y los titulares en todo el mundo: que un pequeño grupo de detractores de la vacuna cerraron temporalmente uno de los centros más grandes de vacunación del país y caminaron cantando sin mascarillas junto a ciudadanos mayores que esperaban en sus automóviles para recibir su dosis.

“La imagen de esto es que dio la impresión de que los manifestantes pudieron interferir simbólicamente con la fila, y creo que tenemos la gran responsabilidad pública de asegurar que ese simbolismo no se repita”, expresó el jefe Michel Moore a la Junta de Comisionados de la Policía de Los Ángeles durante una reunión virtual.

Los manifestantes planeaban regresar al Dodger Stadium y la atención los motivó más de lo que las críticas en las redes sociales pudieron disuadirlos. Lefkowitz dijo que de inmediato tomó como una señal positiva para su grupo que el departamento de bomberos cerrara las puertas.

“Indirectamente nos están ayudando, porque ahora lo veo como: ‘Ah, esto va a ser noticia’”, dijo Lefkowitz.

La facilidad con la que muchos de los manifestantes han pasado de la ideología antimascarilla a la antivacuna quedó patente en una transmisión en directo de Facebook.

Un manifestante, Omar Navarro, frecuente aspirante republicano a reemplazar a la representante Maxine Waters, demócrata por California, dijo a sus espectadores de Facebook que estaba “100 por ciento seguro” de que el fraude electoral condujo a la victoria del presidente Biden, promovió el esfuerzo para destituir al gobernador demócrata de California, Gavin Newsom, y llamó a los demócratas “el verdadero virus”.

“Quieren engañarnos”, dijo Navarro en el video. “Quieren controlarnos. Quieren ponernos este bozal en la cara, este cubrebocas, que yo no uso”.

Una de las activistas antivacunas más reconocidas del sur de California, la abogada Leigh Dundas, participó en una concentración en Washington el día antes de los disturbios en el Capitolio y publicó videos en las redes sociales cuando estaba fuera del edificio el 6 de enero, mientras gritaba: “¡Esto es 1776 otra vez!”.

En mayo, Dundas encabezó una campaña para forzar la salida de la doctora Nichole Quick, directora de salud del condado de Orange, por su orden de uso de mascarillas, impopular en este condado históricamente conservador. Quick recibió amenazas de muerte y se le asignó un servicio de seguridad. Durante una reunión de la Junta de Supervisores, Dundas ridiculizó las credenciales de la doctora Quick, anunció la dirección de su casa y dijo que iba a hacer que la gente “hiciera calistenia con mascarilla en la puerta de su casa, y cuando la gente empiece a caer como moscas, y lo hará, voy a pedir a todos los equipos de primera respuesta en un radio de 50 kilómetros que lleven las luces y las sirenas a su puerta”.

Quick dimitió casi dos semanas después.

Kenneth Austin Bennett, el activista que atacó a Pan, el senador del estado, fue acusado de un delito menor de agresión y estaba previsto que volviera a comparecer en unas semanas. Rebecca Dalelio, que fue detenida tras arrojar sangre desde la tribuna del Senado, fue acusada de delito de agresión a un funcionario público y de delito de vandalismo y tiene una audiencia preliminar este mes. Una portavoz de la senadora estatal Toni G. Atkins, presidenta pro tempore del Senado, dijo que se presentó una denuncia ante las fuerzas del orden después de que la mujer hizo comentarios amenazantes relacionados con las armas en enero.

Pan dijo que la falta de arrestos en la protesta en el Dodger Stadium sugería que los extremistas antivacunas se sentirían envalentonados.

“Hay una historia de personas que intimidan y amedrentan, y hay muy pocas consecuencias por hacer esto, por lo que se intensifican, y se intensifican, y se intensifican”, dijo.



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