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La guerra racial en Estados Unidos que muchos se niegan a ver
Associated Press Estados Unidos está en guerra. Y no es una guerra que comenzó con Donald Trump ni con la toma del Congreso. Empezó con la esclavitud y nunca terminó. Tomó la forma de linchamientos, supresión del voto, los ataques con perros policiales de Bull Connor en Birmingham y la negación de servicios. Las batallas raciales de hoy las libran legiones de personas blancas impulsadas por estereotipos, mentiras y teorías conspirativas en boga no solo entre reclusos que habitan rincones ocultos de la internet. Las adoptan también personas como el asesino que baleó a nueve feligreses de raza negra en una iglesia de Carolina del Sur, diciéndole a la policía que los afroamericanos se estaban apropiando del país y violando a mujeres blancas. O el individuo que mató a tiros a 23 personas e hirió a otras 23 en una tienda de Walmart en El Paso, Texas. Su objetivo eran los mexicanos, según las autoridades, porque creía que estaban invadiendo el país para votar por los demócratas. Gente como las turbas llenas de supremacistas blancos que se presentaron en el Congreso cuando Trump y otros insistieron falsamente en que las elecciones presidenciales habían sido robadas, especialmente en distritos donde habitan minorías. Por mucho tiempo, según dirigentes defensores de los derechos civiles, historiadores y expertos en extremismo, muchos estadounidenses y funcionarios blancos han ignorado el hecho de que hay una guerra lanzada por blancos. Las posturas racistas son promovidas por medios de prensa y están representadas en estatuas y símbolos de esclavistas y segregacionistas que aún perduran. Ayudan a demagogos a ganar elecciones para cargos importantes. ¿El resultado? Una gran cantidad de blancos temen que el multicultralismo, las políticas progresistas y una distribución equitativa del poder puedan acabar con ellos, subyugarlos. Y ese temor, a menudo explotado por aquellos en el poder, ha resultado una y otra vez la peor amenaza a todos los no blancos, según defensores de la justicia racial. ¿Cómo hace el país para abordar el tema de la agresión blanca después de tantas oportunidades perdidas? El reverendo William Barber II dijo que, para empezar, hay que negarse a tener debates políticos en los que se esgrimen mentiras y argumentos racistas. “Los daños colaterales, cuando insistes en decir mentiras, en sembrar vientos y en llenar de veneno las venas de la gente, hacen que el sistema sea tan tóxico que desata violencia”, manifestó Barber. Históricamente, la supremacía blanca va de la mano con el temor al poder político de los afroamericanos. Después de la guerra civil (1861/65), en la que exesclavos lograron el derecho a votar y a desempeñar cargos públicos, la respuesta blanca fueron las leyes segregacionistas de Jim Crow, la supresión del voto y la opresión a través de la policía. Los distrubios del 6 de enero se produjeron el mismo día en que en Georgia se declararon los vencedores de dos votaciones para el Senado, ganadas por los demócratas Raphael Warnock y Jon Ossoff, los primeros afroamericano y judío del sur en llegar a la cámara alta. Y a pocos días de la asunción de Joe Biden y de la vicepresidenta Kamala Harris, la primera mujer con linaje africano y asiático en ocupar ese cargo. Es de notar que los ocupantes del Congreso llevaban al menos una bandera de la Confederación, el bando perdedor de la guerra civil, partidario de la esclavitud. Para muchos en la turba blanca que tomó el Capitolio, las minorías alcanzaron una influencia política inconcebible en las últimas elecciones. “Este tipo de violencia colectiva, en reacción a la unión de negros, morenos y blancos que votan a favor de propuestas progresistas, siempre ha sido la respuesta”, dijo Barber. Oren Segal, vicepresidente del Centro sobre Extremismos de la Liga Antidifamación, dijo que hay que dejar de usar el término “guerra cultural” para aludir a una violencia que causa muertes. “Basta con que veas los cadáveres y a los asesinos para darte cuenta de que la amenaza de violencia de supremacistas blancos nacionales está entre nosotros desde hace tiempo”, opinó Segal. Según la Liga Antidifamación, aproximadamente el 74% de los extremistas que cometieron homicidios en Estados Unidos entre el 2010 y el 2019 fueron extremistas de derecha, la mayoría de ellos supremacistas blancos. Christian Picciolini, exextremista de ultraderecha que fundó la agrupación Free Radicals Project para tratar de moderar esos sectores, dijo que es fácil culpar a otros e ignorar a los partidarios de los movimientos de extrema derecha y otros grupos que destilan odio. Ha sido parte de una negativa colectiva de los blancos, ajenos al mundo real y a las amenazas de violencia. “Tenemos que entender que, si queremos evitar estas cosas en el futuro, hay que examinar nuestra historia. Son 400 años de lo que lo que describiría como los baches de la nación”, expresó Picciolini, quien el año pasado publicó el libro “Breaking Hate”, denunciando el extremismo. Malcolm Graham, exsenador estatal de Carolina del Norte, está convencido de que la muerte de su hermana mayor Cynthia Graham-Hurd fue consecuencia de que no se hizo nada por contener el supremacismo blanco. La hermana fue una de nueve personas asesinadas por Dylann Roof en el 2015, durante una sesión de estudios de la Biblia en la Iglesia Episcopal Metodista Africana Madre EManuel en Charleston. Esa matanza pudo ser “un momento de cambio”, opinó Graham. Pero se lo dejó pasar porque las autoridades y la prensa dieron demasiada importancia al hecho de que las familias de las víctimas perdonaron el asesino, en lugar de investigar su transformación en extremista, agregó Graham. En su presentación final en el juicio de Roof, el fiscal dijo que el joven de 22 años era un reconocido supremacista blanco que quería desatar una guerra racial. Sus acciones lo único que hicieron fue generar un debate en torno a la iconografía supremacista, incluida la bandera de guerra de la Confederación, monumentos y estatuas que aparecían en fotos y dibujos que los investigadores encontraron entre las pertenencias de Roof. En julio del 2015, la exgobernadora de Carolina del Sur Nikki Haley, quien es de ascendencia india, firmó una legislación por la que se arriaban para siempre las banderas de guerra de la Confederación que ondeaban en el Capitolio estatal. Por momentos dio la impresión de que el país empezaba a hacer frente al racismo. Después de la matanza de George Floyd en Minneapolis el año pasado, 111 monumentos confederados y otros símbolos de supremacismo blanco fueron retirados, reubicados o renombrados. Pero otros 1,800 símbolos de la Confederación no habían sido tocados hasta diciembre. “Los símbolos de la Confederación no son reliquias del pasado. Son símbolos vivientes de la supremacía blanca”, afirmó la jefa de personal del Southern Poverty Law Center Lecia Brooks. aranza |
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