Formato de impresión


'Su propio ejército privado': cómo el Partido Republicano se alió con milicias


2021-02-10

David D. Kirkpatrick y Mike McIntire | The New York Times

En abril pasado, docenas de milicianos fuertemente armados se agolparon en el Capitolio de Míchigan a protestar una orden de permanecer en casa que había declarado la gobernadora demócrata para contener la pandemia. Lanzando consignas y pisoteando, detuvieron el trabajo legislativo, intentaron entrar a la fuerza en la sala y blandieron sus rifles desde la galería hacia los legisladores que estaban debajo.

En un inicio, los líderes republicanos tuvieron algunas dudas sobre sus nuevos aliados. “La percepción no fue buena. La próxima vez díganles que no traigan armas”, se quejó Mike Shirkey, el líder de la mayoría en el Senado estatal, según uno de los organizadores de la protesta. Sin embargo, el republicano de más alto rango de Míchigan recapacitó después de que los organizadores amenazaron con regresar con armas y “milicianos a firmar autógrafos y pasarles rifles AR-15 a los chicos en el césped del Capitolio”.

“A su favor”, escribió en una publicación de redes sociales Jason Howland, el organizador, Shirkey aceptó ayudar a la causa y “hablar en nuestro próximo evento”.

El año pasado, tras las señales del presidente Donald Trump —quien había tuiteado “¡LIBEREN MÍCHIGAN!” después de una primera demostración de fuerza en Lansing—, el Partido Republicano de Míchigan le dio la bienvenida al apoyo de los grupos paramilitares recién envalentonados y de otros justicieros. Algunos miembros prominentes del partido formaron vínculos con milicias o dieron su aprobación tácita a activistas armados que usaron la intimidación en una serie de mítines y confrontaciones en el estado. Esa intrusión en el Capitolio de Míchigan ahora parece un presagio del ataque que ocurrió meses después al otro lado del país, en el Capitolio de Estados Unidos.

El martes, cuando el Senado empiece el juicio político de Trump en el que se le acusa de incitar los disturbios del 6 de enero en el Capitolio, lo ocurrido en Míchigan servirá para explicar cómo, bajo la influencia del expresidente, los líderes del partido se alinearon con una cultura de militancia a fin de alcanzar metas políticas.

Míchigan tiene una larga tradición de tolerar las autoproclamadas milicias privadas, las cuales son extraordinariamente comunes en el estado. No obstante, también es un campo de batalla electoral crítico que atrae mucha atención de los altos líderes del partido, y la alianza republicana con grupos paramilitares demuestra cuán difícil podría ser para el partido nacional librarse de la sombra del expresidente y el atractivo que produce en este segmento agresivo de su base.

“Sabíamos que habría violencia”, comentó la representante Elissa Slotkin, demócrata de Míchigan, para referirse al ataque del 6 de enero. Apoyar tácticas como las que implican a milicianos que asustan a los legisladores estatales con rifles de asalto “normaliza la violencia”, les comentó Slotkin a periodistas la semana pasada, “y Míchigan, por desgracia, ha visto bastante de eso”.

Seis simpatizantes de Trump originarios de Míchigan han sido arrestados en relación con la irrupción del Capitolio. Uno, un exmiembro del Cuerpos de Marines acusado de golpear a un policía del Capitolio con un palo de hockey, ya se había unido a unos milicianos armados en una protesta que organizaron republicanos de Míchigan para intentar alterar el conteo de las boletas en Detroit.

El sábado, la principal organizadora de esa protesta, Meshawn Maddock, fue elegida copresidenta del Partido Republicano estatal (Maddock es una de los cuatro partidarios de hueso colorado de Trump que ganaron altos puestos).

Maddock ayudó a llenar diecinueve autobuses con destino a Washington para el mitin del 6 de enero y defendió la intrusión armada de abril en el Capitolio de Míchigan. En aquel entonces, cuando la representante Rashida Tlaib, demócrata de Míchigan, sugirió que los manifestantes negros nunca iban a poder amenazar a los legisladores de esa manera, Maddock escribió en Twitter: “Por favor, ¿muéstranos la ‘amenaza’?”.

“Ah, es verdad, crees que cualquier persona armada es una amenaza”, continuó. “Es un derecho por un motivo y ese motivo eres TÚ”.

La semana pasada, el principal organizador de la protesta armada del 30 de abril, Ryan Kelley, un funcionario local republicano, anunció su candidatura para gobernador. “Ser demasiado cercano a las milicias… ¿es algo malo?”, cuestionó Kelley en una entrevista. El mes pasado, Londa Gatt, una activista pro-Trump cercana a Kelley, fue nombrada para un cargo de liderazgo en un grupo de mujeres republicanas del estado. Gatt les dio la bienvenida a las milicias y a miembros de los Proud Boys en las protestas, y publicó en la red social Parler: “Mientras Black Lives Matter destruye/asesina a gente, los Proud Boys son verdaderos patriotas”. Los fiscales han acusado a miembros de los Proud Boys de tener un papel fundamental en el ataque del 6 de enero.

Dos semanas después de la protesta en el Capitolio, Shirkey, el líder republicano, apareció en un mitin de los mismos organizadores, en el escenario con un miembro de la milicia que luego sería acusado de conspirar para secuestrar a la gobernadora Gretchen Whitmer.

“Levántense y pongan a prueba esa afirmación de autoridad que hizo el gobierno sobre ustedes”, les dijo Shirkey a los milicianos. “Los necesitamos más que nunca”.

Después de los disturbios en Washington, hay quienes arguyen que esos respaldos ponen en peligro el futuro del partido. “Es como si el Partido Republicano tuviera su propio ejército nacional”, comentó Jeff Timmer, un exdirector ejecutivo del partido en Míchigan y crítico vehemente de Trump.

Timothy McVeigh y Terry Nichols, quienes asesinaron a 168 personas en el atentado de Oklahoma City en 1995, supuestamente estaban asociados con milicianos de Míchigan, aunque Norman Olson, fundador de Michigan Militia, comentó que habían sido expulsados por su retórica violenta. Posteriormente, en su mayor parte, las milicias fueron exiliadas a los márgenes de la política conspirativa, donde se prepararon para amenazas imaginadas del Nuevo Orden Mundial.

Sin embargo, en años recientes, a medida que el Partido Republicano se ha inclinado cada vez más hacia la derecha, estos grupos han encontrado poco a poco su hogar en él, opinó JoEllen Vinyard, profesora emérita de historia en la Universidad de Míchigan Oriental que ha estudiado el extremismo político. Buena parte de su cooperación se enfoca en defender la propiedad de las armas, mencionó Vinyard.

“Creo que en el Partido Republicano se siente bastante empatía por estas personas, y antes no era así”, opinó Vinyard. “Ahora hay una relación mucho más cercana”.

Si los republicanos y los grupos milicianos de Míchigan estaban compartiendo cada vez más el mismo espacio ideológico, su afinidad se volvió literal el año pasado, cuando una serie de eventos cada vez más intensos los unió en protestas y mítines. Comenzaron con su oposición a las órdenes de realizar cierres de emergencia que impuso la gobernadora.

En su primera gran manifestación en el país en contra de las órdenes de quedarse en casa, miles de autos, camionetas e incluso mezcladoras de cemento atiborraron las calles que rodean el Capitolio de Lansing, en lo que Meshawn Maddock llamó Operación Atascamiento. Unos 150 manifestantes salieron de sus vehículos para gritar “enciérrenla” desde el césped del Capitolio, un grito de guerra de 2016 dedicado a Hillary Clinton y redirigido a Whitmer. Unos pocos ondearon banderas confederadas. También acudió cerca de una docena de miembros fuertemente armados de Michigan Liberty Militia.

Cuando grupos armados locales de Míchigan comenzaron a debatir en torno a realizar más manifestaciones, la mayoría de los republicanos los evitó al principio. “Les daba miedo la palabra ‘milicia’”, recordó Phil Robinson, un miembro de Liberty Militia.

No obstante, su grupo encontró promotores entusiastas en Kelley, un agente de bienes raíces y comisionado de planeación republicano de un suburbio de Grand Rapids, y Howland, un asesor local de ventas que había publicado videos en línea en los que minimizaba la pandemia. Decían que las restricciones de quedarse en casa eran “inconstitucionales”, y formaron el American Patriot Council “para restaurar y mantener un gobierno constitucional”, comentó Kelley en una entrevista.

Los críticos arguyeron que la raza fue un factor implícito en la batalla por las órdenes de permanecer en casa. Los republicanos que se manifestaron en contra de las reglas fueron en su mayoría residentes blancos de zonas rurales y suburbios periféricos. Sin embargo, al principio, más del 40 por ciento de las muertes en Míchigan fueron de afroestadounidenses, concentrados en Detroit, que constituían menos del 15 por ciento de la población del estado.

Esas tensiones quedaron en evidencia el verano pasado, cuando los asesinatos de personas afroestadounidenses a manos de la policía desató protestas en todo el país.

Las protestas de Black Lives Matter en Míchigan casi no fueron violentas ni destructivas, y la más grande se llevó a cabo en Detroit. Sin embargo, los republicanos en el resto del estado reaccionaron con alarma frente a los focos de violencia en otras partes del país, y Trump reforzó ese temor con advertencias sobre “antifa”.

Los llamados a enfrentar a los temidos alborotadores unieron todavía más al partido y a sus aliados milicianos.

En el punto más álgido de las protestas en contra de la violencia policiaca, el American Patriot Council de Kelley lanzó sus ataques más virulentos en contra de Whitmer y su orden de quedarse en casa. La organización difundió cartas públicas en las que se instaba a las autoridades federales a arrestarla por violar la Constitución. “Whitmer debe ir presa”, declaró Kelley en un video que publicó en Facebook a inicios de octubre y que luego fue eliminado. “Es una amenaza para nuestra república”.

Unos días más tarde, agentes federales arrestaron a más de una docena de milicianos de Míchigan, bajo los cargos de conspiración para secuestrar a la gobernadora, llevarla a juicio y posiblemente ejecutarla.

Fue la culminación de meses de movilizaciones de grupos armados, acompañadas de un lenguaje cada vez más amenazador, y Trump se rehusó a condenar a los conspiradores. “La gente tiene derecho a decir: ‘Tal vez era un problema, tal vez no’”, declaró en un mitin de Míchigan.

Después de las elecciones del 3 de noviembre, conforme el conteo mostraba que Trump había perdido el estado crucial, los republicanos de Míchigan comenzaron una campaña de dos meses para anular el resultado y mantenerlo en el poder, canalizando el impulso de las batallas del año anterior por Black Lives Matter y la COVID-19.

Cuando fracasaron los intentos por detener el conteo, en diciembre, Meshawn Maddock lideró a dieciséis electores republicanos a un intento de irrupción en el Capitolio de Míchigan para evitar que se emitieran los votos demócratas en el Colegio Electoral. Durante una conferencia de prensa de “Alto al Robo” realizada en Washington al día siguiente, Maddock prometió “seguir peleando”.

En la marcha del 6 de enero hacia el Capitolio, Maddock tuiteó que la aglomeración era “la multitud y el mar de gente más increíbles con los que haya caminado en mi vida”.

En Twitter, corrigió a un observador que instaba al senador Mitch McConnell, el líder de la minoría republicana, a asumir el control de su partido. “Ahí te equivocas”, señaló. “Ahora es el partido de Trump”.

Maddock ha condenado la violencia y ha dicho que no fue parte de ella. “Cuando se trata de milicias o de los Proud Boys, no tengo ningún tipo de relación con ellos”, escribió en un correo electrónico.

Kelley y Howland fueron filmados afuera del Capitolio de Estados Unidos durante los disturbios. Los dos hombres aseguraron que no violaron ninguna ley y arguyeron que el evento no era “una insurrección” porque los participantes eran patriotas. “Estuve ahí para apoyar al presidente en turno”, mencionó Kelley.

Shirkey, el líder del Senado de Míchigan que se dejó convencer de trabajar con las milicias, se rehusó a seguir hasta el final al movimiento a favor de Trump. Cuando fue llamado a la Casa Blanca en noviembre, Shirkey rechazó las súplicas del presidente para anular su derrota en Míchigan.

No obstante, en una entrevista de la semana pasada, el legislador comentó que, a pesar de todo, empatizaba con la turba que atacó el Congreso.

“Fue gente que se siente oprimida, y deprimida, que respondió a lo que simplemente consideraba un gobierno que les quita la vida de las manos”, comentó. “Y no estoy respaldando ni apoyando sus acciones, pero entiendo de dónde vienen”.



aranza


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com