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La necesidad de obtener justicia en América Latina
Olga Wornat | The Washington Post El 18 de enero de 2021, una avioneta sobrevoló durante cinco horas Campo de Mayo, un predio de 5,000 hectáreas ubicado a 30 kilómetros de Buenos Aires, Argentina, donde funcionó el mayor centro clandestino de detención de la última dictadura militar (1976-1983), que albergó a aproximadamente 4,000 secuestrados. Innumerables testimonios judiciales señalan que muchos de ellos fueron drogados y arrojados al mar desde aviones que partían de la guarnición militar —conocidos como vuelos de la muerte—, pero aún no se han encontrado enterramientos clandestinos. En un hecho histórico e inédito para América Latina, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que ya había realizado trabajos de excavación en el predio sin resultados positivos, inició una investigación diferente: desde el aire y con la ayuda de tecnología de alta precisión. El objetivo de esta misión es el mismo que tiene la organización desde que nació hace 37 años: entregar a los familiares algún vestigio material de sus seres queridos, algo que les permita despejar la incertidumbre, tener un lugar donde llorarlos y realizar el duelo sanador. Lamentablemente el trabajo de identificación de los desaparecidos, aún con toda la tecnología a disposición, puede tardar años o décadas. Los Estados en América Latina no lo ven como una prioridad. La burocracia, la falta de voluntad política, la complicidad con los criminales y la impunidad, son los mayores impedimentos que han encontrado los integrantes del EAAF para que la verdad salga a la luz. Los familiares son el motor que nunca se apaga, pero falta una mayor visibilización del problema, y el apoyo de los gobiernos y de la sociedad civil para ayudar a cerrar las heridas de miles de familias. Luis Fondebrider, director y cofundador del EAAF, es antropólogo forense y tiene 57 años. En entrevista, me dijo sobre las labores en Argentina: “Es la primera vez que se realiza una búsqueda de este tipo. Es casi imposible que las Fuerzas Armadas de un país te dejen sobrevolar y escanear un regimiento para buscar cuerpos. Este trabajo lo realizamos con la Universidad de La Plata, el Ministerio de Defensa y las familias, los actores fundamentales de la búsqueda. Sin ellos, no podemos hacer nada”. Los vuelos no detectarán tumbas, sino ondulaciones y depresiones del terreno que ayudarán a excavar en el lugar adecuado. Para ello, trabajan con geólogos, físicos, matemáticos y astrónomos. “Por primera vez utilizamos la tecnología Lidar de escaneo en un vuelo aerotransportado y también un GPS de alta resolución. Esta información será cruzada con los testimonios que tenemos y veremos qué encontramos”. Fondebrider no quiere generar falsas expectativas a las familias de las víctimas, pero está convencido que la realización de estos vuelos sobre campos militares son un paso importante para la identificación de más personas desaparecidas. El EAAF ha realizado trabajos similares en más de 60 países. Son pioneros en la aplicación de métodos científicos para la recuperación, identificación, averiguación de las causas de la muerte y restitución de personas desaparecidas o asesinadas por causas políticas, étnicas y religiosas. Hoy, ante la pandemia, el equipo creó la Biblioteca Global de Protocolos para el manejo de muertes asociadas a COVID-19, con el fin de que se respeten los derechos de los difuntos a tener una sepultura y no recibir maltratos. En Argentina, identificaron a 800 personas desaparecidas de la última dictadura; en 1995 encontraron e identificaron los restos del “Che” Guevara en Bolivia y restituyeron la identidad de los soldados muertos en la guerra de Malvinas. En Chile, trabajaron con los restos del poeta Pablo Neruda y del derrocado presidente Salvador Allende para determinar el motivo de sus muertes. También identificaron los cuerpos de los niños asesinados en la masacre de El Mozote, en la guerra civil de El Salvador. A México llegaron en 2004 para investigar los feminicidios de Ciudad Juárez y, desde 2014, fungen como peritos independientes de las familias de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa que continúan desaparecidos. Con elementos científicos derrumbaron la hipótesis de la “verdad histórica”, que esgrimía el gobierno del entonces presidente Enrique Peña Nieto, la cual aseguraba que los estudiantes fueron quemados vivos en un basurero. Mercedes Doretti, cofundadora del EAAF y directora para Centro y Norte América de la organización, me dijo: “La masacre de los niños de El Mozote me demolió: sus esqueletos acribillados a balazos, sus juguetes, ¡fue tremendo! Lo mismo que los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Me pregunto siempre: ¿Por qué el gobierno fue tan cruel? ¿Por qué le dijo a las familias que fueron quemados si era mentira? En este trabajo aprendí a tener paciencia. La justicia llega algún día. Estoy convencida que, aunque pasen décadas, llega…”. Desde que esta historia comenzó en 1984, cuando cinco estudiantes idealistas que después crearon el EAAF acompañaban al antropólogo forense estadounidense Clyde Snow, quien les enseñó los métodos científicos para exhumar los restos de desaparecidos, el mundo se ha tornado más complejo. Las dictaduras dejaron de existir, pero las democracias del continente muestran profundas fisuras en la resolución de los graves problemas que afectan a la ciudadanía: crímenes institucionales, violencia de género, tráfico de personas y niños, desaparición de migrantes y abusos graves de las fuerzas policiales contra los ciudadanos. América Latina, según el último informe de Amnistía Internacional, es la región más violenta del mundo, situación que se agravó con la pandemia. No hay una cifra exacta de personas desaparecidas en el continente, pero estudios de diferentes especialistas y organizaciones aseguran que superan las 200,000 personas. México encabeza este triste listado con casi 83,000 reconocidas de forma oficial. La violencia que vivimos solo va a disminuir con la voluntad política de nuestros gobiernos. Cuando alguien querido desaparece se abre una herida física y emocional que no cierra. Y si esta desaparición se da en el marco de una situación de violencia e impunidad, el dolor crece. El trabajo que ha realizado el EAAF le da identidad a las personas desaparecidas, consuelo a sus familiares y fortalece la idea de justicia. El trabajo mancomunado de los gobiernos con el EAAF, las fiscalías y las organizaciones de derechos humanos para ayudar a identificar a miles de personas desaparecidas, cuyos cuerpos continúan en la oscuridad de las fosas clandestinas, es una obligación moral y ética que debe de continuar. aranza |
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