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Contra el sobrepeso: ¿es mejor ejercitarse o hacer dieta?


2021-02-25

Por Gretchen Reynolds | The New York Times

Cuando los niños aumentan de peso, la causa es probablemente comer mucho y moverse muy poco, según un fascinante nuevo estudio enfocado en niños en Ecuador. El informe comparaba los estilos de vida, dietas y composición de cuerpos de niños de la Amazonía que viven en comunidades rurales y recolectoras con los de niños de otras comunidades indígenas en pueblos cercanos, y los resultados tienen implicaciones en los índices en aumento de obesidad tanto en infantes como en adultos en todo el mundo.

El estudio a profundidad mostró que los niños rurales, que corren, juegan y que recolectan alimento durante horas, son más delgados y activos que niños de lugares urbanos. Pero, de manera sorprendente, no queman más calorías al día, una revelación que indica que la modernización de las dietas de los niños urbanos son la razón de su aumento de peso. Los hallazgos también plantean preguntas controversiales sobre la interacción entre la actividad física y el metabolismo y en la razón por la que el ejercicio contribuye tan poco a la pérdida de peso, no solo a la de los niños, sino también al resto de nosotros.

El problema de la obesidad infantil es un asunto urgente de interés global, debido a que el fenómeno sigue al alza, incluyendo a comunidades en donde solía ser inusual. En numerosas ocasiones, los investigadores han señalado el mayor sedentarismo en los niños y la de la comida chatarra en la alimentación como causantes del aumento de peso en los más jóvenes. Pero saber exactamente cuál de los dos factores podría ser más importante —la inactividad o la sobrealimentación— es todavía un asunto difuso y es relevante saberlo, porque, como los investigadores sobre obesidad han señalado, no podemos responder de manera efectiva a la crisis de salud a menos de que conozcamos sus causas.

Esa pregunta captó el interés de Sam Urlacher, un profesor asistente de Antropología en la Universidad de Baylor en Waco, Texas, que por un periodo de tiempo trabajó con los shuar. La población de la comunidad shuar que asentada en la Amazonía ecuatoriana vive predominantemente de la recolección de alimentos, casería, pesca y agricultura de subsistencia. Sus días son duros y físicamente demandantes, en sus dietas abunda en bananas, plátanos y almidones similares, y sus cuerpos son enjutos. Los shuar, especialmente los niños, rara vez tienen sobrepeso. Tampoco suelen estar desnutridos.

Pero Urlacher se preguntó si sus cuerpos delgados se debían, principalmente, a sus vidas activas. Cuando era estudiante de posgrado trabajó con Herman Pontzer, profesor asociado de Antropología evolutiva en la Universidad de Duke, cuya investigación se centra en la manera en la que la evolución puede haber dado forma a nuestro metabolismo y viceversa.

En la investigación pionera de Pontzer con los hadza, un grupo de cazadores-recolectores en Tanzania, se descubrió que, aunque los integrantes de la tribu a menudo se movían durante el día, cazando, cavando, arrastrando, cargando y cocinando, quemaban aproximadamente la misma cantidad de calorías diarias que un occidental mucho más sedentario.

Pontzer concluyó que los humanos desarrollamos durante nuestra evolución una habilidad innata e inconsciente para reasignar el uso de energía de nuestro cuerpo. Si quemamos muchas calorías con actividad física, por ejemplo, quemamos menos con algún otro sistema biológico, como la reproducción o la respuesta inmunitaria. El resultado es que nuestro gasto energético diario promedio permanece dentro de una cantidad limitada de calorías totales, lo que es útil para evitar el hambre entre los cazadores-recolectores activos, pero inservible para aquellos de nosotros en el mundo moderno que encontramos que más ejercicio no significa una pérdida de peso significativa. (El 2 de marzo se publicará Burn, el nuevo libro de Pontzer sobre el tema, bastante digerible).

El trabajo de Pontzer se enfoca especialmente en los adultos hadza, pero Urlacher se preguntó si también podrían existir compensaciones metabólicas similares en los niños, incluso entre los shuar. Así que para un estudio de 2019, midió con precisión el gasto de energía en algunos de los jóvenes shuar y comparó la cantidad total de calorías que quemaron con los datos que ya existían sobre las calorías diarias quemadas por niños relativamente sedentarios (y mucho más pesados) en Estados Unidos y Gran Bretaña. Y los resultados coincidieron. Aunque los jóvenes shuar eran mucho más activos, en general no quemaron más calorías.

Pero los jóvenes shuar, como Urlacher sabía, difieren tanto en numerosos aspectos de la mayoría de los niños occidentales, incluida su genética, que interpretar los hallazgos del estudio fue un desafío. Sin embargo, también sabía que había un grupo de niños con el que la comparación no sería tan distinta. A solo un largo viaje en canoa estaban las familias shuar que se habían mudado a un pueblo mercantil cercano. Sus hijos asistían regularmente a la escuela y comían alimentos comprados, pero seguían siendo shuar.

Así que para el estudio más reciente, que se publicó en enero en The Journal of Nutrition, Urlacher y sus colegas consiguieron el permiso de las familias shuar, tanto rurales como relativamente urbanas, para medir con precisión la composición corporal y el gasto de energía de 77 de sus hijos, que tenían entre 4 y 12 años, y de realizar un seguimiento de sus actividades con acelerómetros y recompilar datos sobre lo que comían.

Los niños shuar urbanos resultaron tener considerablemente más peso que sus contrapartes rurales. Aproximadamente un tercio tenía sobrepeso, según los criterios de la Organización Mundial de la Salud. En cambio, ninguno de los niños rurales presentaba sobrepeso. Los niños urbanos también eran en general más sedentarios. Pero todos los niños, rurales o urbanos, activos o no, quemaban aproximadamente la misma cantidad de calorías todos los días.

Lo más distinto entre ambos grupos era su alimentación. Los niños del pueblo mercantil comían mucha más carne y productos lácteos que los niños del área rural, además de consumir nuevos tipos de almidones —como arroz blanco— y alimentos altamente procesados, como dulces. En general, comían más y de una manera más moderna que los niños rurales. Esta dieta, concluyeron Urlacher y sus colegas, es lo que más incurrió en su mayor peso.

Estos hallazgos no deberían romantizar el estilo de vida de las comunidades recolectoras o cazadoras-recolectoras, advirtió Urlacher. Los niños shuar que viven en zonas rurales a menudo enfrentan infecciones parasitarias y problemas de otro tipo, así como retraso en el crecimiento, en gran medida porque sus cuerpos parecen desviar las calorías disponibles a otras funciones vitales que no son el crecimiento, cree Urlacher.

No obstante, los resultados indican que la cantidad de alimentos que comen los niños influye más en su peso corporal que la cantidad de movimiento, dijo, una idea que debería orientar cualquier esfuerzo para enfrentar la obesidad infantil.

“El ejercicio sigue siendo muy importante para los niños, por todo tipo de razones”, dijo Urlacher. “Pero mantener un alto nivel de actividad física puede no ser suficiente para lidiar con la obesidad infantil”.



Jamileth


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