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Entre la deuda y el cambio climático: un oscuro horizonte para las economías emergentes


2021-03-15

Por Francisco Coll Morales, The Washington Post

Si la situación de las economías en desarrollo ante las consecuencias que está dejando la pandemia por el COVID-19 ya es difícil, un documento de trabajo del Fondo Monetario Internacional (FMI) tensa aún más la situación. Y es que, en pleno proceso de recuperación económica, la crisis climática, así como los efectos de esta en las economías emergentes y en desarrollo, podría afectar negativamente al crecimiento y, por ende, a esa convergencia entre países tan necesaria y que tanto se persigue. Sin embargo, esto ya no será solo por las consecuencias que estos desastres naturales tengan dentro de cada país, sino porque podrían generar un sobrecoste en la financiación externa a la que recurren estas economías, y de la que tanto dependen.

Este estudio, publicado en diciembre de 2020, determina que la vulnerabilidad o resiliencia al cambio climático que presenta un país puede provocar un efecto directo en la solvencia crediticia del propio país, sus costes en materia de endeudamiento y, en el último caso, la probabilidad que incumpla con el pago de su deuda. Y es que, aunque la crisis económica que hoy vivimos ha puesto de manifiesto el auténtico problema que viven las economías en desarrollo, existen muchos problemas que, en cómputo, están poniendo en riesgo a este tipo de economías ya desde hace años.

Como sabemos, la crisis económica que se ha derivado de la crisis sanitaria ha generado una serie de contracciones en muchas economías del planeta. Para hallar escenarios similares al de hoy debemos remontarnos a períodos bélicos de nuestra historia . Por esta razón, debemos saber que estamos ante una situación que no se recuperará por sí sola. En este sentido, existen riesgos de un ensanchamiento de las desigualdades, en tanto se muestran condicionantes que supeditan dicha recuperación. Entre estos, el FMI destaca tres: el acceso a las vacunas, la respuesta fiscal de los países, así como las propias debilidades estructurales de cada economía afectada.

Centrándonos en la respuesta fiscal, el escaso margen de maniobra —los escasos recursos­— con los que cuentan las economías en desarrollo de América Latina, teniendo en cuenta su posición en el ranking que ofrece la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico sobre robustez institucional, ha provocado que, mientras las economías desarrolladas presentan una respuesta que, de media, asciende hasta 6.7% de sus respectivos Producto Interno Bruto (PIB), las economías en desarrollo hayan podido corresponder con un 3.2% en promedio.

Así pues, es importante saber que una recuperación desigual no es conveniente. La inclusión de las economías emergentes en los mercados internacionales provocó un mayor desarrollo en este tipo de economías, de acuerdo con el compañero economista Francisco Mochón en su libro Introducción a la macroeconomía (2019), llevándolas a crecer a un ritmo medio de 7.6% durante la década del 2000. Un ritmo de crecimiento que, de haberlo sostenido en el tiempo, tasaba dicha convergencia entre muchas economías para el año 2030.

Sin embargo, como resalta Mochón, desde la crisis de 2008 los crecimientos en las economías emergentes se han ido moderando. Los países emergentes, que crecían a tasas cercanas a 14%, comenzaron a crecer a un ritmo de 7%. En esos mismos instantes, la tasa de crecimiento medio de las economías emergentes, que se distanciaba en hasta 4.5 puntos porcentuales de la registrada por las economías desarrolladas, pasó a distanciarse en tan solo 0.38 puntos porcentuales. Es muy importante este dato pues, como explica el economista, hablamos de un ritmo de crecimiento que, de seguir así, retrasaría dicha convergencia en hasta 300 años.

Ese desarrollo inclusivo que perseguimos se encuentra en peligro y no podemos permitirnos perder lo progresado. Por ello, estos países están recurriendo a la deuda externa y a la financiación de organismos como el FMI, con el fin de ofrecer una respuesta fiscal acorde a la situación que devuelva, con estímulos, los crecimientos y ese dinamismo perdido a las economías muy desaceleradas. Así pues, hablamos de un condicionante de los que comentaba el FMI, por lo que se debe estar a la altura para estimular la economía y la recuperación; ello requiere, como muestra este artículo de la enciclopedia económica Economipedia, poner en riesgo la sostenibilidad de dicha deuda.

Para hacernos una idea, veamos los cálculos que extrae el estudio. De acuerdo con él, un incremento de 10 puntos porcentuales en esa vulnerabilidad de los países al cambio climático podría asociarse con un incremento superior a los 150 puntos básicos en los diferenciales de rendimiento de los bonos soberanos a largo plazo (10 años) que emiten estas economías, en relación con el bono estadounidense. En esta misma ecuación, una mejora de 10 puntos porcentuales en estos indicadores de vulnerabilidad produce, también directamente, una reducción de 37.5 puntos básicos en esos mismos diferenciales de rendimiento. Como vemos, hablamos de un impacto real, observándose una conexión entre los shocks climáticos y estos rendimientos.

En esta línea, la frecuencia de los sucesos derivados de la crisis climática en este tipo de economías hace que la vulnerabilidad crezca, en tanto se encarece el coste de su financiación. De la misma forma, esa menor capacidad para ofrecer respuesta a este tipo de estímulos, por la mayor escasez en materia de recursos, hace que estos países deban afrontar un mayor sobrecoste por recurrir a la financiación externa, tan necesaria para financiarse. Como vemos, estamos ante un círculo vicioso, dado que tenemos que recurrir al endeudamiento para ofrecer una respuesta; pero la respuesta que podemos ofrecer, por ese mayor sobrecoste de la deuda, se reduce notablemente y limita el beneficio potencial de la aplicación de los estímulos.

Esta situación, por tanto, muestra la evidencia de que se vuelve a despertar el riesgo de que un ensanchamiento de las desigualdades no solo ponga en peligro el desarrollo futuro de estas economías emergentes, sino que amenace al progreso obtenido hasta la fecha. La menor respuesta por parte de estas economías podría poner en peligro el desarrollo, retrasando indefinidamente la convergencia. Debemos cooperar por lograr ese desarrollo y hacerlo inclusivo y globalizado. Solo podremos hablar de recuperación cuando todos los países, incluidos los emergentes, alcancen el auténtico bienestar y ese dinamismo del que hoy, por desgracia, carecen.



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