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Brasil: entre la redención de Lula y el desquicio de Bolsonaro


2021-03-20

Olga Wornat, The Washington Post

La noticia logró que todo pasara a un segundo plano en el país: el 8 de marzo el juez Edson Fachin, uno de los 11 miembros del Supremo Tribunal Federal de Brasil, anuló las condenas del expresidente Luiz Inácio “Lula” da Silva y lo habilitó para las elecciones presidenciales de 2022. El fallo elevó las tensiones en un país que vive la peor catástrofe sanitaria de su historia, con más de 2,800 muertes diarias por el coronavirus, consecuencia de las acciones de Jair Bolsonaro, un mandatario irresponsable y negacionista.

La redención política de Lula disparó el dólar y tumbó la Bolsa de Valores. Pero, sobre todo, ensombreció los ánimos del presidente y su equipo. El líder del Partido de los Trabajadores (PT) es el principal enemigo de Bolsonaro, un outsider mesiánico que encarna la estirpe más prosaica de los militares latinoamericanos prohijados por las dictaduras, y quien tiene de nuevo frente a él al dirigente metalúrgico que, a sus 75 años, regresa a la política después de haber estado 580 días en la cárcel.

La decisión del juez Fachin, quien por años le negó a Lula la excarcelación, genera interrogantes. Pero también resulta lógica ante la ausencia de líderes capaces de derrotar a Bolsonaro en las elecciones de 2022. El regreso de Lula, un político carismático, con experiencia de gestión y sobre todo, predecible, sería lo único capaz de cambiar la debacle de Brasil.

En 2018, Lula fue encarcelado por corrupción y lavado de dinero, y no pudo participar en la campaña presidencial de ese año. Los brasileños estaban hastiados de la corrupción y de la brutal polarización política que dividía al país. El PT estaba manchado por las investigaciones de la Operación Lava Jato y el discurso incendiario de Bolsonaro cayó en el momento ideal.

Esa monumental investigación anticorrupción en Brasil —que se ampliaría a América Latina— la dirigía el ahora exjuez Sergio Moro, y desnudó una millonaria trama de sobornos que llevó a prisión a presidentes, expresidentes, políticos y poderosos empresarios en toda la región. La limpieza despertó la ilusión ciudadana, pero duró poco.

Los desmanejos de Moro, las presiones ilegales sobre los familiares de testigos y las maniobras ilícitas realizadas con los fiscales, quedaron al descubierto cuando el portal The Intercept publicó los chats del juez con el fiscal Deltan Dallagnol, conversaciones prohibidas por las leyes brasileñas. Se reveló que Moro ayudaba a la fiscalía en la investigación que después él tendría que juzgar, y provocó daños al Estado de derecho.

Las evidencias derrumbaron la Operación Lava Jato y el 1 de febrero de 2021 la Fiscalía General de Brasil disolvió la unidad de investigadores y le colocó la lápida. Para entonces Moro, quien había aceptado ser ministro de Justicia de Bolsonaro, había renunciado y su imagen de incorruptible había desaparecido.

Después llegó la pandemia y con ella, la muerte y el mal manejo gubernamental. “Todos vamos a morir un día, tenemos que dejar de ser un país de maricas”, dijo Bolsonaro en noviembre pasado, y volvió a la carga en marzo: “De nada sirve quedarse en casa a llorar”.

Brasil es el segundo país con más muertos por COVID-19 y, en medio de esta crisis, Lula regresa al ruedo político. Sin embargo, el juez no dijo que el expresidente es inocente: apeló a un tema de jurisdicción para sacar las causas de Curitiba —la ciudad donde Moro estaba a cargo de un juzgado y donde nació la Operación Lava Jato en 2014 — y las derivó a la justicia federal.

El fallo es una reivindicación para el obrero metalúrgico que gobernó Brasil durante ocho años y sacó a 28 millones de personas de la pobreza, una hazaña que el mundo aplaudió y que elevó su figura a un ícono del progresismo.

Por el otro lado, Bolsonaro lleva poco más de dos años de desgobierno con un discurso nacionalista-religioso, racista, misógino, homofóbico y armamentista que mantiene a rajatabla. Aunado al colapso sanitario y con la economía en recesión, las encuestas muestran su imagen muy deteriorada. En sentido contrario, la de Lula está en crecimiento.

“A veces tengo la sensación de estar en 1984, la novela de George Orwell, con los cambios abruptos de discurso del Supremo Tribunal Federal. Durante siete años apoyó lo que hizo la Operación Lava Jato, ahora dicen que todo estuvo mal”, me dijo Mauricio Santoro, politólogo y profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro. Agregó que la creciente popularidad de Lula frente a un Bolsonaro que se hunde, puede haber influido en la resolución del juez para devolverle sus derechos políticos. “Hay que salvar a Brasil”, sería para él, la idea imperante en las élites políticas y económicas.

“Este país, sin rumbo y sin gobierno, genera sentimientos de cambio y la sociedad busca una alternativa a Bolsonaro. Nos sentimos unos parias mundiales, sin autoestima. Lula es el único que puede vencer a Bolsonaro”, me dijo Felipe Nunes, politólogo y director de la Consultora Quaest.

¿Se presentará Lula en las elecciones de 2022? Aún no se sabe, ni él lo ha dicho concretamente. “La política está en mi ADN, solo cuando muera dejaré de hacerla”, dijo hace pocos días. Pero Brasil ya no es el país que era cuando Lula llegó al gobierno y él tampoco es el mismo. Tiene a su favor el descontento de los que apostaron por Bolsonaro y ahora lo ven con esperanza. Pero también deberá remar en aguas turbulentas y demostrarle a esa parte del país que no lo quiere, que cambió y que es capaz de sacar a Brasil de esta catástrofe.



JMRS


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