Formato de impresión


La muerte de George Floyd reavivó un movimiento; ¿qué sigue ahora?


2021-04-22

Por Audra D. S. Burch, Amy Harmon, Sabrina Tavernise, Emily Badger | The New York Times

Los llamados contra el racismo estructural y la violencia policial se extendieron a casi todos los aspectos de la vida estadounidense en el último año. Pero aún quedan avances por lograr, según expertos.

George Floyd había muerto solo unas horas antes de que comenzara el movimiento. Poco después del Día de los Caídos, impulsada por un video aterrador y el boca a boca, la gente inundó la intersección del sur de Mineápolis donde Floyd había sido asesinado para exigir el fin de la violencia policial contra los estadounidenses negros.

El momento de dolor e indignación colectivos rápidamente dio paso a un debate nacional que ha durado un año sobre lo que significa ser negro en Estados Unidos.

Primero, vinieron las manifestaciones, tanto en grandes ciudades como en pueblos pequeños de todo el país, que se convirtieron en el movimiento de protesta masiva más grande en la historia de Estados Unidos. Luego, durante los siguientes meses, casi 170 símbolos confederados fueron rebautizados o retirados de los espacios públicos. El lema del movimiento Black Lives Matter, las vidas negras importan, fue reivindicado por una nación que lidiaba con la muerte de Floyd.

Durante los siguientes 11 meses, los llamados a la justicia racial tocarían aparentemente todos los aspectos de la vida estadounidense en una escala que, según los historiadores, no había sucedido desde el movimiento por los derechos civiles de la década de 1960.

El martes 20 de abril, Derek Chauvin, el policía blanco que puso su rodilla sobre Floyd, fue declarado culpable de dos cargos de asesinato y uno de homicidio. El veredicto trajo algo de consuelo a los activistas de la justicia racial que habían estado atentos al drama judicial durante las últimas semanas.

Pero para muchos afroestadounidenses el cambio real se siente esquivo, en particular teniendo en cuenta cuán implacables siguen siendo los asesinatos de hombres negros a manos de la policía, incluyendo la reciente muerte de Daunte Wright en un suburbio de Mineápolis.

También hay señales de represalia: en legislaturas estatales controladas por republicanos, han empezado a surgir leyes para reducir el acceso al voto, proteger a la policía y criminalizar las protestas públicas.

Otis Moss III, pastor de la Trinity United Church of Christ en Chicago, dijo que llamar ajuste de cuentas racial a lo que había ocurrido durante el año pasado no era correcto.

“Un ajuste de cuentas implicaría que realmente estamos luchando con cómo reimaginar todo, desde la justicia penal hasta los desiertos alimentarios y las disparidades en la salud, pero no estamos haciendo eso”, dijo. El veredicto de culpabilidad del martes, aseguró, “está abordando un síntoma, pero aún no hemos tratado la enfermedad”.

Momentos antes de que se anunciara el veredicto, Derrick Johnson, presidente de la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP, por su sigla en inglés), calificó la muerte de Floyd como “un momento al estilo Selma, Alabama, para Estados Unidos”.

Lo que sucedió en Selma en 1965, “con el mundo como testigo”, dijo, “demostró la necesidad de la aprobación de la Ley de Derecho al Voto de 1965”. “Lo que presenciamos el año pasado con el asesinato de George Floyd debería ser el catalizador de una reforma policial ambiciosa en esta nación”.

El arco narrativo del caso de Floyd —desde su muerte, las protestas, el juicio y la sentencia contra Chauvin— se desarrolló en el contexto de una pandemia de coronavirus, lo que centró aún más la atención en las desigualdades raciales de la nación: las personas de color han sido de las comunidades más afectadas por el virus y la tribulación económica que le siguió.

Y para muchos, la muerte de Floyd llevaba el peso de otros episodios de violencia policial de la última década, una lista que incluye las muertes de Eric Garner, Laquan McDonald, Michael Brown y Breonna Taylor.

En los meses posteriores a la muerte de Floyd se han concretado varios cambios. Se introdujeron decenas de leyes de reforma policial a nivel estatal. Las corporaciones comprometieron miles de millones de dólares a causas de equidad racial, y la liga de fútbol americano, la NFL, se disculpó por no haber apoyado las protestas contra la violencia policial realizadas por sus jugadores negros.

Incluso las reacciones adversas fueron distintas. Las declaraciones racistas de docenas de funcionarios públicos, desde alcaldes hasta jefes de bomberos, relacionadas con la muerte de Floyd —que quizás fueron toleradas en el pasado— les costaron sus trabajos y enviaron a otros a programas de capacitación contra el racismo.

Y, al menos al principio, las opiniones estadounidenses sobre una variedad de temas relacionados con la desigualdad racial y la vigilancia policial cambiaron a un grado rara vez visto en las encuestas de opinión. Los estadounidenses, en particular los estadounidenses blancos, empezaron a ser mucho más propensos que en años recientes a apoyar el movimiento Black Lives Matter, a afirmar que la discriminación racial es un problema grave y a estar de acuerdo en que la fuerza policial excesiva perjudica de manera desproporcionada a los afroestadounidenses.

La mayoría de los estadounidenses coincidió a principios del verano pasado en que la muerte de Floyd no fue un incidente aislado, sino parte de un patrón más amplio. Una encuesta de The New York Times dirigida a votantes registrados en junio reveló que más de uno de cada diez había asistido a las protestas. Y, en ese momento, incluso políticos republicanos en Washington expresaron su apoyo a una reforma policial.

Sin embargo, ese cambio en los republicanos resultó ser fugaz, tanto para líderes electos como para votantes. A medida que algunas protestas se volvieron destructivas y la campaña de reelección de Donald Trump comenzó a utilizar esas imágenes en anuncios políticos, las encuestas revelaron que los republicanos blancos comenzaron a retractarse de sus opiniones de que la discriminación era un problema. Cada vez más durante la campaña, a los votantes se les dio una opción: podían defender la igualdad racial o la ley y el orden. Los funcionarios republicanos que alguna vez criticaron lo ocurrido con Floyd, enmudecieron.

“Si estabas del lado republicano, que es en realidad el lado de Trump de esta ecuación, el mensaje se convirtió en un: ‘No, no podemos reconocer que eso fue espantoso porque perderíamos terreno. Nuestra visión del mundo se basa en un nosotros contra ellos. Y estos manifestantes son parte de ellos’”, dijo Patrick Murray, director del Instituto de Encuestas de la Universidad de Monmouth.

No obstante, la muerte de Floyd sí generó algunos cambios, al menos por ahora, entre los estadounidenses blancos no republicanos en su conciencia sobre la desigualdad racial y su apoyo a algunas reformas. Además, ayudó a cimentar el movimiento de votantes suburbanos con educación universitaria —quienes ya estaban consternados por lo que veían como una provocación racial de Trump— hacia el Partido Demócrata.

“El año 2020 pasará a la historia como un momento muy importante y catalizador”, dijo David Bailey, cuya organización sin fines de lucro, Arrabon, con sede en Richmond, Virginia, ayuda a las iglesias de todo el país a realizar labores de reconciliación racial. “Las actitudes de las personas han cambiado en cierto nivel. No sabemos completamente todo lo que eso significa. Pero tengo la esperanza de estar viendo algo distinto”.

Pero incluso entre los líderes demócratas, entre ellos varios alcaldes y el presidente Joe Biden, la consternación por la violencia policial a menudo ha venido acompañada de advertencias para que los manifestantes también eviten la violencia. Esa asociación —vincular la indignación política negra con la violencia— está profundamente arraigada en Estados Unidos y eso no ha cambiado en el último año, aseguró Davin Phoenix, politólogo de la Universidad de California, campus Irvine.

“Antes de que la población negra siquiera pueda tener la oportunidad de procesar sus sentimientos de trauma y dolor, las personas que eligieron para la Casa Blanca —esas que pusieron en el poder— ya les están diciendo: ‘No hagas esto, no hagas aquello’”, dijo Phoenix. “Me encantaría que más políticos, al menos esos que afirman ser aliados, se dirigieran a la policía y le dijeran: ‘No hagas esto, no hagas aquello’”.

Las protestas que surgieron a raíz de la muerte de Floyd se convirtieron en parte de la cada vez más enconada conversación política estadounidense. La mayoría de las manifestaciones fueron pacíficas, pero en algunas ciudades hubo saqueos y daños a la propiedad y esas imágenes circularon con bastante frecuencia en la televisión y las redes sociales.

Los republicanos señalaron las protestas como un ejemplo de que la izquierda estaba perdiendo el control. En otoño pasado, se veían banderas del contramovimiento Blue Lives Matter (que aboga por enjuiciar a los asesinos de policías en virtud de leyes sobre delitos de odio) colgadas fuera de las casas. Cuando el apoyo a Trump culminó en un brote de violencia en el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero, los conservadores expresaron su enojo por lo que según ellos era un doble rasero sobre cómo habían sido tratados los dos movimientos.

Biden asumió la presidencia en enero y prometió hacer de la igualdad racial un elemento central en cada tema de su agenda: desde cómo se distribuyen las vacunas contra el coronavirus hasta dónde se construye la infraestructura federal y cómo se elaboran las políticas climáticas, entre otros. Casi de inmediato, hizo cambios que cualquier gobierno demócrata probablemente habría hecho, como restaurar los decretos de consentimiento policial y las reglas justas de vivienda.

Sin embargo, en una señal del momento único en el que Biden fue elegido —y de su deuda con los votantes negros por haberlo ayudado a llegar al cargo— su gobierno también ha tomado medidas más novedosas, incluyendo declarar el racismo como una amenaza grave para la salud pública y señalar en específico el desempleo en las comunidades negras como un indicador de la salud de la economía.

Lo que las encuestas de opinión no han captado bien es si los liberales blancos cambiarán los comportamientos —como preferir escuelas y vecindarios segregados— que refuerzan la desigualdad racial. A pesar de que la indignación por la muerte de Floyd ha aumentado la conciencia de su existencia, otras tendencias vinculadas a la pandemia solo han empeorado esa desigualdad. Eso ha sido evidente no solo en el hecho de que las familias y los trabajadores de las comunidades negras hayan sido perjudicados de manera desproporcionada por la pandemia, sino en el hecho de que los estudiantes blancos hayan obtenido mejores resultados en la educación remota y los propietarios blancos hayan ganado más dinero en un mercado inmobiliario frenético.

Jennifer Chudy, politóloga del Wellesley College, descubrió en una muestra nacional de estadounidenses blancos a principios de este año que incluso los más empáticos en términos raciales eran más propensos a respaldar acciones limitadas y privadas, como educarse sobre el racismo o escuchar a las personas de color en lugar de, por ejemplo, elegir vivir en una comunidad racialmente diversa o centrar la atención de los funcionarios y legisladores electos en temas raciales.

Aun así, los historiadores afirman que es difícil dejar de recalcar el efecto galvanizador que tuvo la muerte de Floyd en el discurso público, no solo en cuanto a la aplicación de la ley sino también en la manera en que el racismo está arraigado en las políticas de las instituciones públicas y privadas.

Algunos líderes empresariales negros han hablado en términos inusualmente personales sobre sus experiencias con el racismo, algunos han criticado al mundo empresarial por hacer muy poco al respecto a lo largo de los años —“Las empresas estadounidenses les han fallado a los afroestadounidenses”, dijo Darren Walker, presidente de la Fundación Ford y miembro de la junta directiva de PepsiCo, Ralph Lauren y Square— y docenas de marcas se han comprometido a diversificar su fuerza laboral.

La indignación pública por el racismo en Estados Unidos se manifestó en todo el mundo y provocó protestas en las calles de Berlín, Londres, París y Vancouver, Columbia Británica, así como en ciudades capitales de África, América Latina y Medio Oriente. Los estadounidenses blancos que no estaban familiarizados con el concepto de racismo estructural llevaron varios libros sobre el tema a los primeros lugares de las listas de los más vendidos.

Las protestas contra la violencia policial del año pasado fueron más diversas desde el punto de vista racial que las que siguieron a otros tiroteos policiales contra hombres, mujeres y niños negros en la última década, afirmó Robin D. G. Kelley, historiador de los movimientos de protesta de la Universidad de California en Los Ángeles. Y, a diferencia de lo que ocurrió en el pasado, impulsaron que se hable de la desfinanciación de la policía —la demanda de mayor alcance para transformar la actividad policial— en todos los ámbitos.

“Tuvimos más organización, más gente en las calles, más gente diciendo: ‘No es suficiente con arreglar el sistema, hay que derribarlo y sustituirlo’”, dijo Kelley.

Los organizadores se esforzaron por convertir la energía de las protestas en poder político real, al impulsar un amplio registro de votantes. Para cuando llegó el otoño, la justicia racial también era un tema de campaña. La mayoría de los candidatos demócratas abordaron las disparidades raciales en sus campañas e incluso pidieron la reforma de la policía, el desmantelamiento de los sistemas de fianza en efectivo y la creación de juntas civiles de revisión.

“Siempre recordaremos este momento de la historia estadounidense. La muerte de George Floyd creó una nueva energía en torno a que se hagan cambios, aunque no está claro cuán duraderos serán”, dijo Rashad Robinson, presidente de Color of Change. “Su muerte puso la justicia racial en primer plano y provocó una respuesta multirracial como nunca antes, pero debemos recordar que se trata de responsabilizar a Chauvin y de la labor de realizar cambios sistémicos”.

Un resultado político tangible han sido los cambios en la actuación policial. Más de 30 estados han aprobado nuevas leyes de supervisión y reforma policial desde el asesinato de Floyd, lo que otorgó más autoridad a los estados y puso a la defensiva a los sindicatos policiales, que han tenido mucho poder durante mucho tiempo. Los cambios incluyen la restricción del uso de la fuerza, la revisión de los sistemas disciplinarios, el establecimiento de una mayor supervisión civil y la exigencia de transparencia en los casos de mala conducta.

Sin embargo, los sistemas policiales son complejos y están muy arraigados, y está por ver hasta qué punto la legislación cambiará el funcionamiento sobre el terreno.

“Estados Unidos es un lugar profundamente racista y también está mejorando progresivamente; ambas cosas son ciertas”, dijo Bailey, trabajador de la reconciliación racial en Richmond. “Hablamos de un problema de 350 años que está a poco más de 50 años de corregirse”.



aranza


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com