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El trabajo desde casa transformó la manera en la que nos vestimos


2021-04-29

Elisabetta Povoledo, Ruth Maclean, Mady Camara, Flávia Milhorance, Shalini Venugopal, Daphné Anglès, Hisako Ueno e Ivan Nechepurenko | The New York Times

No todo han sido sudaderas y ‘leggins’. Aquí un viaje relámpago de India hasta Italia para ver cómo la pandemia afectó a nuestra vestimenta.

¿Acaso los meses de autoaislamiento, encierro y e han cambiado irremediablemente lo que nos pondremos cuando volvamos a salir?

Durante mucho tiempo, la suposición era que sí. Ahora, a medida que las restricciones se relajan y la apertura de las oficinas y los viajes se extiende en el horizonte como una promesa, esa expectativa es más bien un “quizás” con reservas. Pero la experiencia del año pasado no fue igual en todos los países, ni tampoco lo fue la ropa que dominó los guardarropas locales. Antes de poder predecir lo que vendrá, tenemos que entender lo que fue. A continuación, ocho corresponsales del New York Times en siete países comparten informes de un año de vestimenta.

ITALIA

Los informes de los comercios, las revistas de moda y los relatos personales coinciden: cuando trabajaban desde casa el año pasado, muchas mujeres italianas encontraron consuelo en las prendas tejidas. Aquellas que podían permitírselo se decantaron por las prendas de punto de lana de cachemira, del tipo que la Vogue italiana denominó “una versión de lujo de los clásicos conjuntos de dos piezas para correr”.

Fabio Pietrella, presidente de Confartigianato Moda, la rama de moda de la asociación de artesanos y pequeñas empresas, dijo que, aunque las tendencias de consumo indicaban un cambio de “una apariencia de negocios a una más cómoda”, no hubo “demasiada comodidad”. Las mujeres italianas, dijo, han evitado la ropa deportiva en favor de “prendas tejidas de calidad” que garantizan la libertad de movimiento pero con “un mínimo de elegancia”.

Una encuesta realizada entre una muestra aleatoria de mujeres trabajadoras, en su mayoría de entre 40 y 50 años, reveló que muchas seguían vistiendo como si fueran a la oficina, aunque favorecieran la comodidad frente a la elegancia.

Una mujer dijo que se había propuesto arreglarse —con una blusa tejida y pantalones de vestir— y salir cada mañana a una cafetería de la esquina para tomar un café antes de sentarse en su escritorio. Otra dijo que se vestía como en la época previa a la covid para servir de ejemplo a sus dos hijos adolescentes, que, bromeó, habían dejado de bañarse tras meses de aprendizaje a distancia.

Astrid D’Eredità, consultora cultural y madre primeriza, dijo que había renunciado al piyama “incluso cuando estaba embarazada” y optó por un estilo informal pero arreglado. Simona Capocaccia, diseñadora gráfica que trabaja en casa desde el pasado mes de marzo, también rechazó el piyama y los pantalones deportivos. “Vestirme para trabajar me anima”, dijo.

Milena Gammaitoni, profesora de Roma Tre, una de las principales universidades de Roma, puede pasar días enteros frente a la computadora, entre las reuniones del departamento de Zoom y sus clases con los alumnos (a quienes pide que no acudan en piyama), pero sigue vistiendo como en los días anteriores a la covid, con una chaqueta de colores sobre unos pantalones más informales.

“Recientemente, incluso he empezado a usar perfume”, dice riendo. “Creo que estoy totalmente frita”.

La actriz y directora Francesca Zanni, que trabajó en un documental sobre las mujeres italianas durante el encierro del año pasado, dijo que una mujer siguió poniéndose tacones altos durante las reuniones del Zoom aunque nadie pudiera verle los pies. Otra insistía en arreglarse para cenar en casa, y elegía un color diferente cada noche. “Pero eso no duró demasiado”, dijo. “Su marido se hartó”.

Según Pietrella, de Confartigianato Moda, un estudio reveló que las mujeres italianas optaban por vestirse bien para trabajar en casa para así levantar una especie de “muro psicológico” que las separara del resto de la familia.

“Vestirse envía la señal de que mamá está en casa, pero está trabajando”, dice Pietrella. “Así que nada de ‘Mamá, ayúdame con la tarea. Mamá, ¿ya compraste la comida? Mamá, necesito esto o aquello’. Mamá trabaja, así que ha adoptado una apariencia que deja en claro a los demás miembros de la familia que ella está trabajando”. —Elisabetta Povoledo

SENEGAL

Ni siquiera una pandemia ha mermado la pretensión de Dakar de ser la ciudad con más estilo del planeta.

En la capital senegalesa, en el extremo más occidental de África, los hombres con zapatillas amarillas puntiagudas y bubús blancos —túnicas largas y holgadas— todavía recorren las calles cubiertas de polvo sahariano. Las mujeres jóvenes siguen sentándose en los cafés para beber zumo de baobab vistiendo hiyabs enjoyados y mallas estampadas. Todo el mundo, desde los consultores hasta los verduleros, sigue llevando magníficos estampados de la cabeza a los pies.

Ahora, de vez en cuando, se ponen un cubrebocas a juego.

Mientras gran parte del mundo se encerraba en casa, mucha gente en África Occidental trabajaba o iba a la escuela con normalidad. El confinamiento en Senegal duró solo unos meses. A muchos les resultaba imposible mantenerlo. Necesitan salir a la calle para ganarse la vida.

Y en Dakar, salir significa vestirse bien.

Incluso si vas a trabajar en una obra de construcción. Los jóvenes que acuden a ellas cada mañana, con baguettes de sardinas envueltas en papel de periódico bajo el brazo, no han cambiado su apariencia de pantalones deportivos —entallados— con zapatos de plástico transparentes o zapatos bajos Adidas con calcetines y, a veces, uno de los gorros de lana blancos y negros que tanto le gustaban al poeta y revolucionario Amílcar Cabral.

Aun así, muchos han tenido que apretarse el cinturón, y la prohibición de las grandes reuniones para bautizos y bodas hace que se necesite menos ropa nueva.

Por ello, hay menos trabajos de arreglos para los sastres ambulantes que recorren las zonas residenciales, con la máquina de coser al hombro, y hacen sonar un par de tijeras para anunciar sus servicios. Y los modistos que tienen pequeños talleres en lugares que antes fueron garajes en todos los barrios de Dakar, con las puertas abiertas de par en par para confeccionar un traje de urgencia en una hora o menos, han tenido que despedir en muchos casos a los aprendices porque no hay suficiente trabajo.

Como muchas mujeres senegalesas, Bigue Diallo solía comprarse un vestido nuevo para cada evento y, si se trataba de la fiesta de una amiga cercana, se compraba varios. Actualmente, no encuentra motivo para hacerlo.

“No voy a malgastar mi dinero si voy a usar mi atuendo durante solo dos horas entre diez o 15 personas”, dice Diallo, propietaria de un restaurante en Dakar. “Me gustaría que lo viera mucha gente”. — Ruth Maclean y Mady Camara

BRASIL

Carla Lemos rara vez estaba en su casa en febrero del año pasado, antes de que la pandemia azotara Brasil. Esta autora e influente vestía jeans negros, una chaqueta tejida y zapatos oxford en los fríos aeropuertos y salas de reuniones o una camisa recortada de cuello en V, falda de cintura alta y zapatos de moda en las noches de verano en Río de Janeiro.

Un año después, su vestuario ha cambiado tanto como su estilo de vida. “Antes me apegaba a las cosas porque eran bonitas, no porque fueran cómodas”, dice. “Me he dado cuenta de que la ropa tiene que adaptarse a mí y hacerme vivir mejor”, dice. Eso ha significado vestidos sueltos, kimonos y sandalias.

De hecho, las sandalias son el éxito sartorial de la pandemia en Brasil. Aunque las ventas de ropa se desplomaron un 35 por ciento el año pasado, según cálculos de la empresa de investigación de mercados IEMI, la marca de sandalias Havaianas vio crecer sus ventas un 16 por ciento en comparación con 2019.

Entran a escena nuevos calcetines tejidos, sandalias con escarcha para celebrar el Año Nuevo y otras con temas inspirados en la biodiversidad brasileña y la comunidad LGTBQ.

Lemos luchó contra la tristeza con un estilo de vestir amigo de la dopamina y que se remonta a las dificultades de crecer en los suburbios de Río.

“La ciudad es colorida, y donde yo vivía mezclábamos texturas y estampados porque reutilizábamos la ropa de una hermana mayor o de una prima”, explica. “Eso es lo que soy hoy, y esto es una parte fuerte de la identidad de la moda brasileña también”. — Flávia Milhorance

INDIA

En el último año, los profesionales en activo de entre 30 y 40 años han adoptado la comodidad por encima del estilo. Los trajes formales han sido sustituidos por ropa de estilo deportivo, los zapatos por las sandalias (como en muchas otras culturas asiáticas, la mayoría de los indios no usan zapatos dentro de sus casas), y en las videollamadas las camisas formales suelen llevarse con piyamas, pantalones deportivos o pantalones cortos.

India vivió uno de los confinamientos más estrictos del mundo entre el 25 de marzo de 2020 y finales de mayo de ese año; las únicas compras permitidas eran las de medicamentos y comestibles esenciales. Incluso el comercio minorista en línea se detuvo por completo, salvo para los artículos esenciales. Como resultado, las ventas de ropa cayeron casi un 30 por ciento el año pasado, según un informe conjunto del Boston Consulting Group y la Asociación de Minoristas de la India.

Aunque los contagios fueron escasos durante el invierno, en las últimas semanas los casos han aumentado hasta niveles asombrosos en muchas partes del país. Ahora mismo, parece que muchas personas trabajarán desde casa también durante la mayor parte de 2021.

Para Ritu Gorai, que dirige una red de madres en Mumbai, eso significa que apenas ha comprado ropa, y en cambio utiliza accesorios como bufandas, joyas y lentes para dar un toque de elegancia a su apariencia.

Para Sanshe Bhatia, profesora de primaria, ha supuesto cambiar sus kurtas largas o pantalones y blusas formales por caftanes y ‘leggins’. Para animar a su clase de 30 niños a vestirse por la mañana en lugar de asistir a las clases en piyama, se preocupa de presentarse aseada y se asegura de que su larga melena esté bien cepillada.

Y para Ranajit Mukherjee, político del Partido del Congreso (principal partido de la oposición), estar en casa en lugar de viajar a diferentes circunscripciones ha supuesto cambiar su uniforme político habitual —el kurta-piyama blanco, utilizado para distinguir a los miembros de un partido de los trabajadores de las empresas, y una chaqueta Nehru para actos más formales— por camisetas y pantalones informales. La mayoría de sus colegas, dijo, hicieron lo mismo. —Shalini Venugopal Bhagat

FRANCIA

El pelo de Nathalie Lucas caía con estilo sobre una camisa negra holgada con solapas grandes. Un grueso collar de cadena de plata rodeaba su cuello, y el labial rojo brillante transmitía un toque de color. Pero, por debajo de la cintura, llevaba unos relajados pantalones deportivos negros, “de Frankie Shop”, dijo, “igual que mi camisa y mi collar”. Además, dijo esta directora general de comercialización de los grandes almacenes Au Printemps, “estoy descalza”.

“Trabajar a distancia ha cambiado mucho las costumbres”, comentó.

Sin embargo, vestirse para estar en Zoom es “algo que preocupa a los franceses”, dice Manon Renault, experta en sociología de la moda. “Especialmente a los parisinos, que sienten que representan la elegancia”. Y aunque una cierta laisser-aller (dejadez) hizo que hace poco el semanario conservador Le Figaro Madame se preocupara por si los hábitos de vestir en casa harían que la moda cayera en picada, las entrevistas con una serie de parisinos sugieren que se ha llegado a una especie de consenso.

Cuando Xavier Romatet, decano del Instituto Francés de la Moda, la escuela de moda más importante de Francia, volvió al trabajo, no llevaba traje, pero sí una camisa blanca bajo un suéter de cachemira azul marino y unos pantalones beige, como haría en casa. Y lo combinó con unas zapatillas deportivas de Veja, una marca francesa respetuosa con el medio ambiente.

Del mismo modo, Anne Lhomme, directora creativa de la marca de vajillas de lujo Saint Louis, viste igual tanto a distancia como en persona. Uno de sus atuendos favoritos es un poncho de cachemira de color camello “diseñado por una amiga, Laurence Coudurier, para Poncho Gallery” y unos pantalones sueltos de seda color ciruela. También lápiz de labios, pendientes y cuatro anillos suajili que encontró en Kenia.

Por su parte, Thierry Maillet, director general de Ooshot, una plataforma de producción de activos visuales, desarrolló un uniforme para trabajar desde casa que, de la cintura para arriba, incluía su antiguo uniforme de trabajo —“camisas azul claro o blancas, que compro en Emile Lafaurie o en línea en Charles Tyrwhitt, con una sudadera de cuello redondo si hace frío”— y, de la cintura para abajo, “pantalones Uniqlo de tela elástica”.

Y Sophie Fontanel, escritora y exeditora de moda en Elle, dijo: “A menudo estoy descalza en casa, sola, con un vestido muy bonito”. —Daphné Anglès

JAPÓN

Desde la primavera pasada, cuando muchos japoneses empezaron a trabajar a distancia, las revistas de moda y los sitios web han publicado consejos sobre cómo presentarse bien frente a la pantalla. La máxima prioridad no era la relajación o la comodidad, sino tener un aspecto ordenado y profesional.

Una mujer que trabaja como agente de ventas para un servicio de directorio de Internet asiste a reuniones en línea unos cuantos días a la semana, y en cada ocasión se pone una blusa tejida brillante y se presenta bien maquillada. Dijo que no aparecería en pantalla con una sudadera o una camiseta o cualquier prenda que sugiriera que se está tomando las cosas con calma en casa.

Una mujer que trabaja en la sección de contabilidad de una empresa de diseño se pone siempre un saco para las reuniones en línea con los clientes, aunque siga poniéndose jeans debajo.

Para ambas, los colores, la textura y el diseño de cuellos y mangas son clave.

Las revistas de moda y los estilistas recomiendan camisas elaboradas con mangas abombadas y vestidos de una pieza porque resultan llamativos en la pantalla. Marcas de moda rápida como Uniqlo, GU y Fifth, así como marcas de alta costura, se han centrado en camisas de satén, seda y lino brillantes con pajaritas o cuellos levantados, estampados de rayas o mangas fruncidas. La moda de estas camisas tan llamativas ha provocado un auge de los servicios de ropa por suscripción.

Una de estas plataformas, AirCloset, anunció que 450,000 usuarios se habían suscrito en octubre de 2020, tres veces más que en el mismo periodo de 2019. A menudo, los usuarios solicitan solo blusas (se suele incluir una prenda inferior), y ahora hay un límite de tres en cualquier pedido.

“Las clientas prefieren colores más vivos que los básicos, como el azul marino o el beige, para las reuniones en línea, o prefieren blusas de diseño asimétrico”, explica Mari Nakano, portavoz de AirCloset. Alrededor del 40 por ciento de las suscriptoras son madres trabajadoras a las que el servicio de suscripción les ahorra tiempo porque no tienen que molestarse en lavar. Solo tienen que meter las blusas en una bolsa, devolverlas y esperar a que llegue el siguiente paquete con sus nuevas prendas. —Hisako Ueno

RUSIA

Como suele ocurrir en un país de revoluciones múltiples, una catástrofe que sacude el sistema suele acelerar un cambio ya en ciernes. En términos de vestimenta, el cierre de las fronteras significó una Rusia más aislada, lo que supuso una mayor atención a los diseñadores locales.

“Solíamos viajar y ver lo que la gente se ponía en París y Roma”, dijo Nastya Krasnoshtan, que aprovechó el tiempo libre durante la pandemia para crear su propia marca de joyas. “Ahora no podemos hacerlo”.

Como los ingresos se redujeron, especialmente entre la clase media de las grandes ciudades, muchos rusos tampoco pueden permitirse ya ni siquiera las marcas extranjeras más populares. Anna Lebedeva, especialista en mercadotecnia de San Petersburgo, la segunda ciudad más grande de Rusia, ahora compra sobre todo a las marcas locales rusas.

“La gente solía ocultar que llevaba cualquier cosa rusa”, dijo Lebedeva. “No estaba de moda”.

La pandemia hizo que Lebedeva se convirtiera en fan de Ushatava, una marca independiente de diseños elegantes y geométricos en su mayoría de colores naturales apagados. Se fundó en Ekaterimburgo, una ciudad de los Montes Urales que en los últimos años se ha convertido en un centro de la moda rusa. 12Storeez, otra marca emergente de Ekaterimburgo, aumentó su facturación un 35 por ciento en el último año, a pesar de que el mercado en general se redujo una cuarta parte, dijo Ivan Khokhlov, uno de sus fundadores.

Nastya Gritskova, directora de una agencia de relaciones públicas en Moscú, dijo que el efecto de la pandemia fue que, por primera vez en la capital rusa, la gente dejó de “prestar atención a quién viste qué”. Sin embargo, el pasado otoño, cuando el gobierno relajó las restricciones relacionadas con el coronavirus, las cosas volvieron a la normalidad.

“No hay ninguna pandemia capaz de hacer que las mujeres rusas dejen de pensar en cómo verse guapas”, dijo. —Ivan Nechepurenko



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