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Las alternativas para paliar la crisis del agua en Ciudad de México amenazan a otras comunidades


2021-04-29

Micaela Varela, El País

La crisis del agua se agrava en Ciudad de México. El nivel de caudal del sistema de Cutzamala que provee a parte de la capital continúa disminuyendo y esta semana el agua solo llenaba el 42,9% de la capacidad del conjunto de presas, 23 puntos menos que en el mismo mes del año pasado. Ante la emergencia, la jefa de Gobierno de la ciudad, Claudia Sheinbaum, planea construir una nueva planta potabilizadora para suministrar a la capital desde otras fuentes de agua cercanas, como la presa Madín o la presa Guadalupe. José Antonio Benjamín Ordóñez, investigador del Instituto Tecnológico de Monterrey, advierte de que esta estrategia no soluciona el problema a largo plazo y que contagiará a estas otras presas de la misma crisis de abastecimiento que sufre el Valle de México actualmente. Además, advierte de que, de continuar la crisis sin medidas de reforestación o gestión del uso del agua, el sistema Cutzamala podría colapsar en menos de un año y medio.

Ante el retraso de las lluvias y la falta de precipitaciones acumuladas que han agravado la sequía, la estrategia del Gobierno de la Ciudad de México se centra en una nueva planta potabilizadora y en abastecerse de presas cercanas que le dan servicio a otras comunidades. “Se encuentran en estudio en este momento traer más agua de Presa Guadalupe, Valle de Xico y Nuevo Lerma, y estamos estudiando uno más”, aseguró Sheinbaum a finales de marzo. Sin embargo, Ordóñez advierte que pese a ser un “plan práctico” para el corto plazo, no soluciona el problema crónico de abastecimiento de la megápolis.

El agua que hay actualmente en las presas que conforman el sistema del que se alimenta la ciudad —El Bosque, Valle de Bravo y Villa Victoria— ha logrado acumularse tras 40 años de lluvias, pero el consumo que se hace de ella hace insostenible mantener el nivel. “Si sacas más agua de la que el sistema puede dar puede provocar una sobresedimentación y esto provocará falta de oxígeno y eutrofización”, señala. En consecuencia, el agua se contamina y se llena de algas. El proceso para tratarla y hacerla apta para el consumo se encarece y aumenta el riesgo de sobreexplotar estas presas y trasladar la crisis del agua a las poblaciones cercanas, como Naucalpan y Atizapán.

Actualmente, el agua de las presas alternativas como Madín o Guadalupe tiene unos niveles muy altos de contaminación. En su composición hay metales pesados como el mercurio, hierro y aluminio, pero también residuos de diclofenaco, ibuprofeno y naproxeno, según Ordóñez. El investigador explica que el agua de lluvia de la capital no es potable debido a los altos niveles de sustancias y partículas que atrapa. Para hacerla apta para el consumo, necesita tratamiento en plantas potabilizadoras y esto no soluciona el problema principal: el uso del recurso y su gestión. Recurrir a otras presas situadas cerca de grandes urbes para satisfacer a la capital solo “agranda el problema”. “Nuestro consumo es muy alto. Se agotarían las otras presas y dejaríamos sin agua al resto de la zona”, sentencia.

Para abastecer a una población creciente y concentrada de casi 22 de millones de habitantes en la zona metropolitana del Valle de México, Ordóñez apunta a la necesidad de reciclar el agua del drenaje en vez de desperdiciarla. En paralelo, es necesario tecnificar los riegos agrícolas para aprovechar mejor el recurso, así como reforestar los bosques para facilitar la retención e infiltración del agua en el subsuelo. También señala la necesidad de crear esquemas de uso para la población. Esto se consigue creando consciencia del agua que se gasta en la rutina cotidiana del hogar, midiendo en recipientes cuánta agua se necesita para lavarse las manos o bañarse. “Si somos consientes del volumen de agua que gastamos podemos aprender a respetarlo”, asegura.

Actualmente, la Ciudad de México tiene una demanda de 480,000 millones de litros de agua anuales. El investigador estima que con un 42,9% de su capacidad, el sistema podría colapsar en menos de dos años si sigue lloviendo cada vez más tarde y menos, como indican las predicciones para este año. “Si no actuamos, se va a acabar el agua”, sentencia.



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