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El norte del país sigue siendo el principal desafío de Morena
Ricardo Raphael, The Washington Post Ricardo Raphael es periodista, académico y escritor mexicano. Su libro más reciente es 'Hijo de la guerra’. El partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena), que en las elecciones de 2018 llevó a la presidencia de México a Andrés Manuel López Obrador, es un huracán cuya fuerza derrumbó el régimen de partidos que gobernó el país durante más de 20 años. Suele explicarse este fenómeno a partir del liderazgo de su fundador y, sin embargo, el triunfo de López Obrador no podría explicarse sin tomar en cuenta el movimiento, convertido en partido, que lo llevó al poder. Ambos sostienen una relación simbiótica que no es posible menospreciar. En las elecciones del próximo 6 de junio, y a pesar de la estrategia electoral desplegada por el presidente, en esta ocasión su nombre no estará en las boletas y por tanto serán Morena y sus aliados quienes pongan el cuerpo y la cara. Cabe hoy preguntarse si el huracán de Morena aprovechará 2021 para seguir ascendiendo o bien, este fenómeno topará finalmente con pared. Después de los comicios de 1997, y tras la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI), se fundó en México un nuevo régimen caracterizado por la estabilidad en los votos otorgados por el electorado a tres fuerzas políticas: el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el PRI. Entre estas tres opciones se concentró, elección tras elección, aproximadamente 80% de los sufragios. Esta realidad sufrió un primer descalabro en 2015 cuando, por primera vez, el conjunto de votos recibidos por el PAN, el PRI y el PRD descendió a poco más de 60% de las preferencias. Ese fue el primer año en que Morena participó en las elecciones. Apenas un año antes había recibido del Instituto Nacional Electoral autorización para presentarse en las elecciones federales y, sin embargo, logró 8.39% de los votos, convirtiéndose en la cuarta fuerza electoral del país. Tres años después, en las elecciones presidenciales, Morena creció sorprendentemente al convertirse en el partido más votado. El PAN, el PRI y el PRD, en conjunto, no obtuvieron ni 40% de los sufragios. La entrada en escena de Morena redujo por la mitad el tamaño de los partidos que gobernaron México entre 1997 y 2018. Ese 2018, el partido fundado por López Obrador triunfó en 32 de las 33 entidades federativas (solo en Guanajuato terminó en segundo lugar). Ganó también todas las circunscripciones de representación proporcional, obtuvo 191 de las 500 curules en la Cámara de Diputados y 55 asientos de los 128 en la Cámara de Senadores. Acaso el dato más importante fue que López Obrador, quien consiguió 53% de los votos, rebasó a su contendiente inmediato, el panista Ricardo Anaya, con más de 30 puntos de diferencia. Los comicios de 2018 significaron, por la vía de los hechos, una transformación profunda del sistema de partidos que, obviamente, se vio reflejada en los distintos órganos de representación política y también en el control de los cargos de gobierno. La próxima elección podría ahondar esta transformación o bien ponerle diques. Todo dependerá de los votos emitidos y también de la capacidad de las oposiciones para disputar el territorio perdido. Hay otro argumento que merece ser observado: la capacidad de Morena para crecer por sus propios méritos, a pesar de que su líder no aparezca formalmente en la boleta electoral. Para atender esta interrogante de algo sirve analizar los resultados obtenidos por Morena en 2015, cuando ocurrió una ambigüedad similar a la prevista para junio, en la que López Obrador no estará presente explícitamente en la contienda. Ese año Morena obtuvo una votación superior a la que el izquierdista PRD logró durante su primera incursión, 24 años atrás. Consiguió también una bancada con 35 legisladores en la Cámara de Diputados y logró superar 30% de los sufragios en el órgano legislativo de Ciudad de México. La mayor parte de sus votos provinieron de las circunscripciones de representación proporcional ubicadas en el centro, el sur y el sureste del país que agrupan entidades clave para el morenismo como Oaxaca, Guerrero, parte de Veracruz, Tabasco, el Valle de México y Michoacán. Esto quiere decir que, desde un principio, Morena logró convencer al electorado del México mesoamericano, a las geografías del antiguo zapatismo, a los votantes de origen indígena y también a las clases vulnerables y medias del Valle de México. Sin embargo, en 2015 Morena no despertó entusiasmo en el centro-norte, occidente, nororiente y noreste del país. Prueba de ello es que en los comicios de ese año obtuvo una votación menor en las circunscripciones 1 y 2 donde se encuentran, por ejemplo, entidades como Jalisco, Querétaro, Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Durango o Sonora. Puede inferirse que, como opción política, Morena no era en 2015 todavía atractiva para las poblaciones de pequeños y medianos emprendedores que caracterizan a este otro extenso territorio mexicano muy influido, entre otros elementos identitarios, por la relación cultural y comercial con Estados Unidos. En 2018 Morena resolvió este déficit, sobre todo en la circunscripción 1, que corresponde a las regiones del noreste mexicano. También logró triunfar en la circunscripción 2, ubicada en el occidente y noroeste, pero con un margen mucho más estrecho: ahí el panista Ricardo Anaya perdió por solo cuatro puntos. Encuestas recientes señalan que, de nuevo, la geografía centro-norte, occidente y norte del país ha tomado distancia respecto a Morena. La del diario El País, publicada el 17 de mayo, exhibe que en la circunscripción 2 Morena apenas lograría obtener 31% de los sufragios. Tampoco en la circunscripción 1 este partido obtendría resultados notables, con preferencias que rondarían 41%. Contrastan estos resultados con los de otras circunscripciones, destacadamente la 3, donde podría conseguir hasta 61% de los sufragios, o en las circunscripciones 4 y 5 donde rondaría los 47 puntos. Al parecer el clivaje norte-sur vuelve a ser el principal desafío de Morena y, por ende, también del presidente. Acaso por esta razón el gobierno ha intensificado los ataques en contra de sus adversarios, sobre todo si son actores políticos influyentes en el occidente, el centro-norte y el norte del país. Morena no es López Obrador y, aunque juntos hayan confeccionado una fórmula virtuosa de participación, medir fuerzas y alcances por separado puede ayudar comprender la dimensión de los cambios que la próxima elección obrará en el régimen mexicano de partidos. aranza |
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