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Israel-Palestina, la paz o la muerte
Sami Naïr, El País Centenares de muertos en la población palestina, entre ellos, 63 niños, por los bombardeos israelíes contra Hamás que, a su vez, dispara cohetes sobre civiles en las ciudades, provocando unos 20 muertos, entre ellos un niño; destrucción de lo que quedaba de la infraestructura de Gaza, una inmensa cárcel cielo abierto de dos millones de personas viviendo miserablemente bajo la dominación israelí y un embargo despiadado desde hace más de 15 años; unas 40,000 personas forzosamente desplazadas; deserción de la Autoridad Palestina del campo de batalla, confusión de los países árabes, silencio de la “comunidad internacional”, desaparición lamentable de la Unión Europea, apoyo de Estados Unidos a Benjamín Netanyahu en una primera fase, aunque ahora el mandatario norteamericano habla de un alto al fuego. La película sangrante empezó con las expulsiones de sus casas de palestinos en Jerusalén, seguida por la cacería racista contra los ciudadanos “árabes” (¡fíjense el pleonasmo, para evitar decir “palestinos” de Israel!) en otras ciudades del país, no se ha acabado todavía; el dirigente israelí apuesta por su “victoria” y Hamás busca ampliar el conflicto. Mientras tanto, Francia, Egipto y Jordania proponen una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para detener la masacre. Tras estas dos semanas, el escenario se va aclarando: puede que todo este bucle de muerte fuera, en realidad, provocado por grupos racistas vinculados a Netanyahu para lograr el apoyo de los partidos ultra-ortodoxos con fin de formar Gobierno. El líder israelí está desesperado porque si no consigue mantenerse en el poder, será procesado y probablemente condenado por corrupción: la justicia persigue sus artimañas desde hace mucho tiempo. Aunque, ciertamente, el problema de fondo no estriba solo en las suciedades de este politiqueo. El crisol de la sociedad israelí se ha transformado durante décadas de polarización. El odio ha sido incentivado entre “árabes” israelíes y judíos; el sector laico de ambos lados sigue estando paralizado tanto por la política de guerra larvada llevada a cabo desde años por la derecha y extrema derecha en el poder en Israel, como por la hegemonía del Hamás religioso en los territorios ocupados. Por otro lado, una parte de la diplomacia occidental se sometía poco a poco al rechazo israelí de la solución internacionalmente consensuada de dos Estados, sin resolver, por supuesto, la irritante cuestión: ¿qué hacer con los millones de palestinos sin patria reconocida? La respuesta ha sido tajante: seguirán luchando para su existencia con, por primera vez, la amenaza de la guerra civil en el propio territorio israelí. Lo que pasa hoy ―cualquiera que sea el desenlace de los enfrentamientos― demuestra, más que nunca, que la única solución realista es la de los dos Estados. Pero, efectivamente, también se ha verificado con creces que los contendientes no tienen ni la fuerza moral ni la voluntad política para conseguir este objetivo. En cambio, las grandes potencias sí son capaces de abrir este camino hacia la paz, porque ahí, en Israel-Palestina, está permanentemente encendida la hoguera de los inocentes. aranza |
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