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Tras las elecciones, viene un López Obrador recargado
Carlos Loret de Mola A., The Washington Post Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es un presidente de pocas sorpresas y francamente predecible. Algunos de los rasgos más escandalosos de su gobierno en México han sido explícitamente anunciados o claramente sugeridos en su carrera política y en su años como mandatario. En poco menos de dos semanas, AMLO enfrenta las elecciones intermedias que definirán si su partido, Morena, y sus partidos aliados seguirán teniendo mayoría en la Cámara de Diputados. Si algo nos ha mostrado su historia es que el resultado de esa elección no variará el rumbo de sus políticas. En el improbable caso de que su partido no obtenga la mayoría en el Congreso ya ha señalado que gobernará por decreto y que vetará las decisiones del Poder Legislativo que no le gusten. Y seguirá usando el templete presidencial y los órganos de investigación y procuración de justicia para amedrentar a quien no acate su línea. ¿Qué viene en la segunda mitad de su sexenio? Un AMLO recargado cuyos pilares son fáciles de prever. El primero será la denuncia de un fraude, ya sea en las votaciones de diputados o en alguno de los estados donde su partido pierda. En todas las veces que ha competido y perdido en las urnas en su carrera política, no se conoce que haya aceptado una derrota. Parte estructural de su narrativa es que él es el único portavoz del pueblo, y por lo tanto, es impensable que este no lo respalde. Así que la única manera de que pierda una elección es si le hacen fraude. El tamaño de su derrota empatará con la de su denuncia: si pierde mucho, gritará mucho; si pierde poco, presumirá la victoria pero alentará las denuncias de fraude en los estados donde su partido haya sido derrotado. En segundo lugar, sabemos que el presidente seguirá en campaña: él entiende el gobierno como una campaña permanente. Si las cosas no salen como él quiere en esta elección, sabe que en marzo del próximo año hay otra en la cual él sí estará en la boleta: la consulta sobre la revocación de mandato, para preguntar a los mexicanos si el presidente debe seguir en el poder. La revocación es un seguro de vida político: si su partido se estrella en estas elecciones, en marzo de 2022 podrá volver a presumir que goza del gran aval de su pueblo. Camino a esa elección sobre su figura y su gobierno, es pronosticable que siga con sus conferencias mañaneras en una tónica más ácida: ante la falta de resultados, es imaginable que mienta aún con mayor flagrancia (lleva casi 50,000 mentiras detectadas en lo que va de su administración), que se estanque en el recordatorio incesante del pasado corrupto, que recurra cada vez más a la denuncia de presuntas conspiraciones en su contra orquestadas desde el extranjero y que redoble sus ataques a la prensa y los intelectuales que lo cuestionen, y a las organizaciones de la sociedad civil que le reclamen. Como parte de esta campaña permanente, nadie debe sorprenderse si impulsa, como lo ha dicho, una reforma fiscal “antiricos”, cuyo eje de promoción ante los ciudadanos abrace la narrativa presidencial de polarización populista: gravar las herencias, aumentar los impuestos a los que más tienen, eliminar deducciones y dotar al gobierno de mayores poderes fiscalizadores para usarlos, sobre todo, contra las grandes empresas. AMLO continuará con su guerra contra las instituciones. Nunca le han gustado. Él entiende el gobierno como el ejercicio de un solo hombre sin contrapesos. Tiene en la mira al Poder Judicial, al Banco de México y al Instituto Nacional Electoral (INE). Uno le garantiza actuar por encima de la ley, otro le garantiza el control económico y el último le garantiza hacer todo lo anterior sin perder las elecciones. Va a buscar controlarlos, ya sea absorbiendo sus funciones —como ya lo ha planteado en el caso del INE— o poniendo al frente a alfiles leales que tengan como única misión responder a sus órdenes. Por escandaloso que parezca, está largamente anunciado. Este previsible AMLO recargado se explica también porque al presidente se le agota el tiempo en el gobierno y su falta de resultados es notable. Sin embargo, nadie debe esperar un golpe de timón en los ejes centrales de su administración: la alianza con la élite militar para el ejercicio del gobierno, la estrategia de brazos caídos frente al crimen, el reparto de dinero en programas sociales para apuntalar su proyecto político, la paulatina sustitución del mercado por el Estado en la economía, la apuesta por las energías sucias, las megaobras que no pasan la prueba del costo-beneficio, la negación de la tragedia de salud que ha sufrido el pueblo mexicano con la pandemia y la impunidad de la que gozan los corruptos que trabajen para él. Para el presidente esta hoja de ruta no repara en nimiedades como unas elecciones federales, una mayoría en el Congreso o un potaje de palabras llamado Constitución. Él ha exhibido que cree que tiene una cita con la Historia —así, con mayúscula— y ninguna democracia mundana se le va a atravesar en el camino. Jamileth |
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