Formato de impresión


Joe Biden necesita entender que Centroamérica es más que el Triángulo Norte


2021-06-22

Por Laura Chinchilla Miranda | The New York Times

SAN JOSÉ — La visita a Guatemala de la vicepresidenta Kamala Harris cerró un primer acto político muy importante para Estados Unidos y Centroamérica. Como lo saben el presidente Joe Biden y Harris, Centroamérica es una parte del mundo crucial para Estados Unidos, por muchas razones pero principalmente por la migración. Así que funcionarios de alto nivel estadounidense han desfilado por aquí: el secretario de Estado Antony Blinken vino a Costa Rica antes de la llegada de Harris. Se trató del primer viaje de Blinken a América Latina y el primero de Harris fuera de Estados Unidos.

Aunque aún es temprano para juzgar el éxito de las políticas de la gestión de Biden y Harris, las expectativas iniciales parecen estar dando paso al escepticismo. Estados Unidos ha mantenido por demasiado tiempo una estrategia diplomática para la región centrada en el Triángulo Norte y en la contención de flujos de ilegalidad —como las drogas y la migración—, lo que ha condicionado acciones limitadas y predominantemente reactivas y represivas.

Evitar que se profundice ese escepticismo y que el mismo dé paso a la confianza tomará tiempo y requerirá de mucho más que visitas a la región, por más alto que sea el rango de los visitantes.

Uno de los errores que continúa en el presente es centrar toda la atención en los países del Triángulo Norte (El Salvador, Guatemala y Honduras) y en el tema migratorio, lo que ofrecería soluciones incompletas tanto a la migración como a otros serios desafíos que la alimentan y perpetúan. Esto ya lo hemos advertido varios líderes y expertos de la región.

Cuando fui presidenta de Costa Rica recibí al entonces presidente Barack Obama en mi país y convoqué a los demás mandatarios centroamericanos. El encuentro marcó un rumbo renovado para las relaciones entre Estados Unidos y Centroamérica: sin sacrificar aspectos bilaterales, buscábamos cambiar el enfoque de la migración y darle prioridad a programas de alcance regional para mejorar las condiciones económicas y sociales de nuestros países. Pero la oportunidad se perdió poco tiempo después. Ante la crisis de los niños migrantes en 2014, el gobierno de Obama promovió el Plan Alianza para la Prosperidad, con una visión enfocada en el Triángulo Norte.

El peligro de repetir errores es que lejos de resolver las crisis social y migratoria, se profundizarán. Pero esta vez Estados Unidos y todos los países de Centroamérica tienen una oportunidad de rectificar y trabajar juntos, lo cual solo se conseguirá con una articulación adecuada entre las acciones que la asistencia estadounidense planea financiar en cada uno de los tres países del Triángulo Norte, y aquellas que hacen parte de las plataformas de cooperación regional y con impacto en temas como el dinamismo económico y comercial, el crimen organizado y el cambio climático.

En ese sentido hay algunas señales positivas. Es valioso, por ejemplo, que el gobierno de Biden hable de los factores de fondo que impulsan la migración de centroamericanos hacia Estados Unidos. Esto ya se anunciaba desde la campaña electoral, cuando Biden presentó su plan para incentivar la inversión y crear mejores oportunidades laborales en la región que incluiría la asignación de 4000 millones de dólares adicionales en asistencia.

Sin desconocer los serios problemas asociados a la violencia y al cambio climático, las razones económicas y la falta de oportunidades son citadas por más del 60 por ciento de las personas que emigran desde estos tres países.

Antes de la pandemia se estimaba que más de 360,000 jóvenes de los tres países buscaban ingresar al mercado de trabajo anualmente, mientras que solo se generaban unos 127,000 nuevos empleos. Si a esto se suma que el ingreso medio de un trabajador en Estados Unidos es al menos 10 veces mayor al de un trabajador en el Triángulo Norte, ninguna advertencia sobre los peligros que conlleva la travesía hacia el norte —como las que ha hecho Harris— disuadirá a los jóvenes centroamericanos de no emigrar. Solo un plan efectivo y sostenido de reactivación económica que genere oportunidades de empleo formal acompañado de políticas que fortalezcan el recurso humano, permitirá crear las condiciones para que los jóvenes se queden.

Así que la vicepresidenta Harris hace bien en invitar a más empresas estadounidenses a invertir en los países del Triángulo Norte, pero no será suficiente: mejorar la capacidad competitiva de estas economías pasa por fortalecer la plataforma comercial y logística que ya existe en la región. El comercio intrarregional es el segundo más importante para nuestras economías (23 por ciento). Así que sería un acierto fortalecerlo.

Por último, ninguna política productiva que busque generar oportunidades será efectiva a menos que se fortalezca drásticamente el Estado de derecho para proveer seguridad jurídica y combatir la corrupción, que le cuesta a la región el 5 por ciento del PIB.

Los tres países del Triangulo del Norte han desmantelado esfuerzos internacionales de combate a la impunidad —como la Cicig en Guatemala y la Maccih en Honduras—, y se han debilitado los contrapesos institucionales al poder presidencial, como en El Salvador. Al mismo tiempo, se profundiza la deriva dictatorial en Nicaragua con la brutal arremetida en los últimos días del gobierno de Daniel Ortega contra opositores a su régimen; todo esto, bajo la mirada atenta de los gobernantes de los países vecinos y en abierto desafío a los compromisos de Biden con la defensa de la democracia.

Estados Unidos tiene la oportunidad de cambiar el enfoque de su estrategia para reducir los flujos migratorios desde Centroamérica hacia su país: establecer una política (politics) de defensa férrea a la democracia y sus instituciones, con políticas públicas (policy) que potencien los procesos de cooperación regional para generar oportunidades de crecimiento, y respuestas más efectivas ante dos otros desafíos regionales: el crimen organizado y el cambio climático.

Para lo primero, el mensaje inequívoco sobre la defensa del Estado de derecho y la democracia en la región debe estar acompañado de cambios en la legislación que han esperado por años, como el financiamiento político, y las garantías de independencia a los órganos judiciales y de control, entre otros.

Para lo segundo, se requiere que Estados Unidos se constituya no solo en un proveedor de cooperación en sí mismo, sino también en un catalizador de iniciativas provenientes de organismos multilaterales y regionales, entre ellos, el Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco Centroamericano de Integración Económica. Los proyectos con repercusiones más estructurales que están en marcha en la región provienen de este tipo de organizaciones. Solo el BID canalizó financiamiento por más de 4000 millones a Centroamérica en 2020 y en áreas en las que Estados Unidos pretende también canalizar su asistencia.

Finalmente, una mayor participación de la sociedad civil también ayudaría a blindar de presiones políticas y corporativistas las reformas institucionales y económicas que se avancen.

Los problemas de origen que incentivan la migración se deben abordar de manera ambiciosa y regional, o no se logrará nada. La gestión de Biden-Harris, que parece abierta a la conversación, debe entenderlo. No hay tiempo que perder: Estados Unidos y los países de Centroamérica juntos tienen mucho por hacer.



Jamileth


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com