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El sur de Texas quiere vacunarse


2021-06-24

Por Edgar Sandoval | The New York Times

BROWNSVILLE, Texas — Gabby Garcia no pensó que le darían ganas de llorar cuando se sentó para recibir su primera dosis de la vacuna contra la COVID-19, pero mientras la larga aguja atravesaba su piel, pensó en el angustiante brote en su familia que mató a su hermana, hospitalizó a su hermano y también la enfermó durante días.

“Fue una sensación de alivio, ‘Me la están aplicando’”, dijo Garcia acerca de la vacuna. “Pensé en lo que habría pasado. ¿Y si hubiera estado disponible antes? La muerte de mi hermana y el hecho de que enfermáramos me motivaron a vacunarme, en definitiva”.

Aunque las autoridades de todo Estados Unidos han ofrecido cerveza gratis, entradas para conciertos y millones de dólares en premios de lotería para fomentar la vacunación, los habitantes del Valle del Río Grande, en el sur de Texas, no han necesitado que se les anime. Les ha bastado con estar expuestos a la muerte y la enfermedad.

La región de cuatro condados da cuenta de casi el diez por ciento de las casi 52,000 muertes del estado a causa del coronavirus, pero en la actualidad los fallecimientos han disminuido de manera considerable, al igual que el número de casos, y los índices de vacunación son más altos que las medias estatales y nacionales. En un condado, cerca del 70 por ciento de los residentes mayores de 12 años tienen el esquema de vacunación completo, según las cifras del estado y un rastreo de vacunas realizado por The New York Times.

“Creo que casi todo el mundo en la región conocía a alguien que murió de COVID-19”, dijo Michael R. Dobbs, vicedecano de asuntos clínicos de la Universidad de Texas del Valle del Río Grande, que dirige la única escuela de medicina de la región. “Así que la gente quería la vacuna”.

En su punto álgido, el verano pasado, el coronavirus desgarró a la región. Los hospitales estaban saturados de pacientes, muchos de los cuales esperaron horas para ser atendidos. Las funerarias estaban tan ocupadas que muchas necesitaron enormes refrigeradores para almacenar los cuerpos durante varias semanas. En su peor día, el condado de Hidalgo, el más poblado del valle, informó de la muerte de más de 60 personas, con lo que alcanzó una tasa de letalidad por coronavirus del cinco por ciento, más del doble de la media nacional en Estados Unidos, que era del dos por ciento.

De modo que, cuando las vacunas estuvieron disponibles, la gente se apresuró a hacer fila. Acudieron a las escuelas de la zona, a las estaciones de bomberos e incluso a los mercados de pulgas, donde los habitantes del lugar se reúnen en gran número. Durmieron en los estacionamientos, saturaron las líneas telefónicas y se presentaron sin cita previa suplicando una dosis sobrante, según informaron las autoridades sanitarias.

“Las personas mayores le tenía mucho miedo a la muerte”, dijo Emilie Prot, directora médica regional del departamento de salud del estado. “Muchas veces tuvimos que rechazar a las personas”.

La cantidad elevada de fallecimientos en otras partes del país no se ha traducido necesariamente en altos índices de vacunación.

En el condado de Greenville, Carolina del Sur, donde ha muerto al menos uno de cada 508 habitantes, alrededor del 40 por ciento de quienes cumplían los requisitos han completado sus esquemas de vacunación contra la COVID-19. En East Feliciana Parish, Luisiana, donde ha muerto una de cada 168 personas, alrededor del 29 por ciento de la población que satisface las condiciones tiene su esquema completo, y en el condado de San Bernardino, en California, donde ha fallecido una de cada 455, solo el 43 por ciento de los habitantes aptos han recibido sus dosis completas.

En el Valle del Río Grande, las vacunas forman parte del entramado de la región, dijo Prot. Los padres entienden que sus hijos deben ser vacunados contra enfermedades como el sarampión y la poliomielitis antes de comenzar la escuela, y ese sentimiento a menudo se traslada a los adultos. Dice que ha visto a pacientes que se quejan de enfermedades de las vías respiratorias superiores que eligen una inyección en lugar de una píldora, que mucha gente aquí considera menos eficaz.

“En la cultura hispana y mexicana siempre se dice: ‘Está bien, tienes que vacunarte para ir a la escuela’”, dijo. “La vacunación es parte de la cultura”.

Las encuestas recientes apoyan esta idea: según una encuesta de NPR/PBS NewsHour/Marist realizada a principios de marzo a 1227 adultos, el 63 por ciento de los latinos que participaron dijeron que tenían previsto vacunarse o que ya lo habían hecho. (Pero el número de los que expresaron dudas —37 por ciento— fue ligeramente superior al de los encuestados negros y blancos).

Aunque el país en su conjunto no está en condiciones de cumplir el objetivo del presidente Joe Biden de vacunar al menos de manera parcial al 70 por ciento de los adultos para el 4 de julio, el Valle del Río Grande se está acercando a esa meta.

En el condado de Hidalgo, donde uno de cada 308 habitantes ha muerto a causa del coronavirus, y en el cercano condado de Cameron, donde uno de cada 252 ha fallecido, cerca del 60 por ciento de las personas que cumplen los requisitos han sido vacunadas en su totalidad, según datos del departamento de salud del estado y un monitor del Times. En el condado de Starr, una zona mayoritariamente rural con un único hospital de una sola planta en el que ha fallecido una de cada 213 personas, esa cifra es de casi el 70 por ciento.

En comparación, solo el 45 por ciento de los estadounidenses tiene su esquema de vacunación contra la COVID-19 completo, según un monitor del Times. En todo Texas, solo el 39 por ciento de los habitantes tiene sus dosis completas.

Las cifras de vacunación en el Valle del Río Grande son especialmente llamativas en un momento en el que las tasas siguen rezagadas en los estados del sur —y en otros estados conservadores dirigidos por los republicanos— como Misisipi, Alabama y Luisiana, donde la desconfianza en el gobierno es más frecuente.

En todo Estados Unidos, según las cifras de las votaciones, las regiones que se decantaron por Biden tienen tasas de vacunación más altas en comparación con los bastiones republicanos donde los líderes elegidos se apresuraron a suavizar las restricciones por el virus. Algunas partes del valle, una zona que desde hace mucho tiempo es sólidamente demócrata y que tiene casi un 90 por ciento de hispanos, se han desplazado lentamente hacia la derecha. Pero, dejando de lado la política, los residentes responden a los líderes que se parecen a ellos.

“Aquí abajo somos todos morenos. Teníamos que confiar en nosotros mismos”, dijo Ivan Melendez, la autoridad sanitaria del condado de Hidalgo. Melendez y el juez del condado, Richard F. Cortez, se contagiaron con el virus, lo que recordó a la gente que nadie estaba exento de la amenaza.

“Ese recuerdo aún está fresco en la cabeza de las personas”, dijo Melendez.

También lo están las sillas vacías en la mesa del comedor, las dos o tres urnas junto a los televisores y los tanques de oxígeno en las casas. Todos son recordatorios constantes de que las vacunas pueden ayudar a salvar vidas.

Garcia, quien perdió a una hermana en un momento en el que decenas de personas morían a diario en la región, señaló que los vínculos familiares estrechos que en su momento fomentaron la propagación del virus ahora están motivando a la gente a vacunarse.

Después de que su hermana, Margarita Gonzalez, de 68 años, una educadora jubilada que había estado luchando contra la diabetes, murió hace casi un año, la familia esperó con paciencia su turno para recibir la vacuna. En octubre, una segunda ola contagió a varios familiares, entre ellos a Garcia, su esposo, sus dos hijos adolescentes y su hermano, Eddie Garcia, un policía jubilado de 56 años que fue trasladado a un hospital con dificultad para respirar.

“Tenía miedo de que él también muriera”, dijo Gabby Garcia.

Eddie Garcia, quien es diabético y se ha sometido a un triple baipás cardiaco, y el resto de la familia se recuperaron con el tiempo. Después, esperaron pacientemente a que las vacunas estuvieran disponibles. Para Gabby Garcia, ese día llegó en febrero, cuando una clínica local la llamó a la sala del tribunal donde es jueza y le dijo que tenían una vacuna adicional, pero que tenía que ir “en ese momento”.

“Dejé todo y fui para allá”, dijo Garcia. Uno por uno, todos los miembros de su familia se vacunaron, incluida su hija adolescente, todo en memoria de su hermana.

Aun después de su muerte, la presencia de su hermana persiste. Sin decírselo a su familia, Gonzalez, conocida por su fiesta anual de tamales de Navidad, cocinó una gran tanda y la guardó en el congelador mientras estuvo en cuarentena.

Tras su fallecimiento, la familia encontró los tamales, dijo Garcia.

“Fue como si ella supiera que no iba a estar aquí con nosotros”, narró Garcia. “Lo hicimos por ella. Vacunarse es una decisión personal, pero esperamos que la gente siga vacunándose por el bien de la comunidad”.

Aunque el ritmo de vacunación ha disminuido considerablemente en todo el país, hasta unos 1,3 millones de dosis al día, frente a un pico de más de 3,3 millones de dosis al día a mediados de abril, la gente sigue llegando a los locales y farmacias de todo el Valle.

Un día reciente, unos trillizos de 14 años se presentaron para recibir su segunda vacuna en un local del campus de la facultad de medicina de la Universidad de Texas del Valle del Río Grande, en Brownsville. Brooklyn, Madison y Logan Strader se sentaron uno al lado del otro frente a un plexiglás e hicieron un gesto de dolor mientras le inyectaban la vacuna.

“Quiero ver más a mis amigos”, dijo Logan, explicando su razonamiento.

Su madre, Goldie Strader, enfermera de una clínica rural afiliada a la universidad, observaba con orgullo. “Puedo decir que vacunar a la gente no es un problema aquí”, dijo. “Están muy abiertos a ello porque todos han visto todo el sufrimiento”.

En el condado de Starr, una zona rural salpicada de pequeños pueblos y largos tramos de carretera abierta, al menos 15,000 personas se han vacunado en la Farmacia Popular de Rio Grande City, la ciudad más grande del condado, dijo Cijo James, quien regenta la farmacia.

Hace un año, el Starr County Memorial Hospital llegó a los titulares nacionales cuando sus responsables convocaron un comité de ética para ayudar a decidir qué pacientes se enviaban a hospitales con más recursos y cuáles se enviaban a casa para que murieran después de que su tratamiento hubiera seguido su curso.

Un día reciente, Martha Torres, directora de enfermería, se paseó por el pasillo, mayoritariamente vacío. Solo dos pacientes se recuperaban en la unidad de covid, y se esperaba que ambos sobrevivieran.

Se cruzó con otro enfermero, Corando Ríos, de 55 años. Entraron en una habitación que hace unos meses bullía de actividad. Abrieron las cortinas con motivos florales y saborearon la quietud de la escena.

Ríos recordó cómo pasó de atender a pacientes muy enfermos a estar él mismo en la unidad de covid, luchando por su vida. “La covid estaba en todas partes”, dijo.

Se dirigió a Torres y le dijo: “Recuerdas que te dije: ‘Por favor, si me pongo muy enfermo, no me envíes a otro sitio’. No quería morir solo en una habitación. Si es mi hora, es mi hora”.

Al final se recuperó, se vacunó y volvió a atender a los pacientes con covid.

“Tú sabías por lo que estaban pasando esos pacientes”, dijo Torres.

“Sí”, respondió. “Todavía lo sé”.



Jamileth


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