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Otra de periodistas
Jorge Zepeda Patterson, El País En la interminable querella que el presidente Andrés Manuel López Obrador y el periodismo han sostenido a lo largo de estos años, la sesión de “quién es quién en las noticias falsas” introducida el miércoles pasado y repetida esta semana en la rueda de prensa matutina, constituye una vuelta de tuerca adicional. Un ejercicio formal por parte de la presidencia para desmentir y aclarar las noticias difundidas sobre su gobierno que considera infundadas, distorsionadas o, de plano, agresiones. El problema es que en su primera versión, el miércoles anterior, esta sección terminó siendo más una plataforma para juzgar y condenar periodistas y medios de comunicación, que un espacio de réplica o aclaración. A lo largo de los siguientes días fue duramente cuestionado tanto en forma como en fondo. Algunas críticas, a mi juicio, tenían sentido. Otras no tanto. Ciertamente la puesta en escena resultó apresurada y atropellada en la primera versión. Intentaba un tono cómico o irónico, a medio camino entre una parodia de televisión y el matiz burlón que suelen utilizar Templo Mayor o Bajo Reserva de Reforma y El Universal, respectivamente. No lo consiguió, como tampoco lo consiguen esos espacios las más de las veces, con lo cual obtuvo la misma reacción que un chiste mal contado que pretende cargarse a alguien que está ausente. Los descalificativos dirigidos a los periodistas no tenían nada de chistosos, y era obvia la falta de habilidad de la presentadora elegida para mal leer los textos preparados. Y eso por no hablar del error inconcebible de despedazar una noticia que criticaba al gobierno, sin darse cuenta de que databa de 2017 y se refería a otro gobierno. Como es de suponer, el ejercicio fue duramente criticado, particularmente en círculos periodísticos nacionales e internacionales. Y si bien coincido con el sentido de muchas de estas críticas, difiero en algunos matices. Primero, habría que insistir en que el presidente tiene motivos para buscar un derecho de réplica y utilizar a la Mañanera para ese efecto. Hay una batalla por la opinión pública entre dos concepciones de país; una representada por el obradorismo y los votos que lo llevaron a Palacio Nacional; y otra por una parte de la comunidad y los factores de poder que rechazan el fondo o la forma de lo que el presidente propone y representa. En esta confrontación buena parte de los medios de comunicación y de los columnistas y conductores más conocidos se han convertido en críticos sistemáticos del gobierno. Algunos, los menos, con respeto a los códigos del oficio; otros, en una cruzada destinada a divulgar solo aquello que resulta contrario a López Obrador. Con frecuencia notas y análisis están cargados de sesgos, exageraciones y referencias sacadas de contexto. Es en ese sentido que el Ejecutivo, que no cuenta con el apoyo de los medios convencionales que sí tenían sus predecesores, está en su derecho de usar sus espacios para ofrecer su visión sobre versiones que considera infundadas. Dicho lo anterior, es una lástima que el presidente no se limite a precisar la información y o a corregir distorsiones y crea que su mejor defensa es el ataque. Eso ha derivado en la perniciosa actitud de desacreditar la reputación del medio o del crítico, lo cual suele conducir a ahorrarse la tarea de responder a los argumentos y remitirse a deshonrar a quien los esgrime. Por otro lado, no coincido con algunos calificativos que en medios periodísticos se le adosan al presidente. Durante 30 años estuve en puestos de dirección de medios periodísticos en Guadalajara y en México y no tengo dudas de que las relaciones con el ejecutivo estatal o federal eran mucho más severas si en verdad se deseaba incursionar en una línea crítica. Relaciones más opacas ciertamente y con una enorme “generosidad” por parte del gobierno para negociar complacencias o una crítica aparente o “blanda”. No avenirse invariablemente costaba el puesto o el ostracismo. Por lo mismo, difiero de las posiciones de algunos de los colegas que acusan a López Obrador de ser un dictador o un represor en lo que respecta a la libertad de opinión o el ejercicio de la crítica. Me parece incorrecto que el presidente dirima diferencias con sus críticos a través de las descalificaciones mutuas y la ofensa, pero eso no lo convierte en un tirano. Aunque ciertamente al comportarse así, López Obrador pierde “presidenciabilidad” y se disminuye a la misma estatura que los rivales a los que continuamente sube al ring. Está convencido de que en tanto lo haga de manera pública y solo verbal, sus actitudes no constituyen actos autoritarios y represivos. En estricto sentido podrían no serlo, pero no se da cuenta de que no es un interlocutor más en una discusión, sino un Jefe de Estado y su poder es desproporcionado respecto de un particular o una empresa, o que las consecuencias pueden ser impredecibles por parte de la maquinaria del Estado o los simpatizantes de su movimiento en detrimento de los señalados. Y, eso sí, dificulta el ejercicio de la crítica. Este miércoles se difundió la segunda edición de “Quién es quién en las noticias falsas”. La habilidad de la presentadora para leer no mejoró, pero al menos se abandonó el intento de hacer chistes o parodias. Y aunque menos cargado de adjetivos no resistió la tentación atribuir intenciones deleznables al medio abordado, en este caso El Universal. Y sin embargo, pasó inadvertido algo que no sucedió en la edición anterior. La mayor parte del segmento estuvo dedicado a cuantificar las notas favorables y desfavorables que durante la campaña electoral recibió Morena por parte de algunos medios y columnistas. Al margen de que la definición de lo que son notas buenas y malas es absolutamente subjetiva y unilateral, AMLO no parece advertir que con ese ejercicio dejó de ser jefe de estado para convertirse en líder de una corriente política. Una cosa es aclarar un infundio que compete a la autoridad, y otra utilizar la investidura presidencial y los recursos del Estado para exigir mejor trato para su movimiento político en períodos electorales. No sé cuál será el balance de López Obrador como presidente al final del sexenio. Pero no tengo dudas de que habría sido mejor o habría sido menos peor, según el cristal con que se mire, si hubiera dejado afuera de Palacio Nacional al líder opositor que fue durante tantos años y hubiera asumido de tiempo completo su responsabilidad como presidente de todos los mexicanos. aranza |
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