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El antídoto contra el ‘Quién es quién en las mentiras’ de López Obrador
Ignacio Rodríguez Reyna, The Washington Post El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha tomado la desafortunada decisión de infundir un espíritu triunfal a sus ejercicios inquisidores en contra de medios de comunicación y periodistas en lo individual que no le son afines y cuestionan, con o sin razón, su ejercicio de gobierno. Con su sección semanal de “Quién es quién en las mentiras” como parte de su conferencia matutina, ha comenzado a colocar, de manera figurada, estrellas de David en las solapas y en las blusas de personas y medios que él considera casos ejemplares de una prensa “tendenciosa, golpeadora, mentirosa”, que defiende a políticos y empresarios corruptos, en agravio de la población y de su gobierno. Mala cosa que el líder social que encabezó una de las batallas democráticas más loables durante 18 años haya decidido profundizar el camino de la aniquilación del otro, de quien piensa distinto y se atreve a expresarlo. Ya sabemos en qué acaban esos esfuerzos de estigmatizar, de anular a quienes se considera enemigos acérrimos. La historia del siglo XX nos mostró el trágico fin de esas acciones de exclusión y de exterminio moral. El presidente ha argumentado que se trata de dar una lección de ética pública y de que la ciudadanía pueda detectar noticias falsas, por lo que, insiste, “nadie debe sentirse ofendido”. Su premisa es insostenible: no hay pedagogía cívica posible, no hay lecciones legítimas que el pueblo pueda tomar como ejemplo a seguir, si el ejercicio consiste básicamente en un llamado presidencial a “cazar” a columnistas y medios de comunicación que publiquen información falsa o distorsionada, según lo dicten los desconocidos criterios que nadie explicó en la conferencia del 30 de junio pasado. Esta ofensiva contra el periodismo es un hecho violento, es violencia ejercida por el jefe del Estado, injustificable en un entorno de crecientes ataques contra el periodismo en México, espiral que su gobierno ni siquiera ha intentado contener. La organización Artículo 19 ha documentado que solo en 2020 se produjeron 692 agresiones contra periodistas, una cada 13 horas. Las agresiones verbales de AMLO, replicadas en efecto cascada por gobernadores, alcaldes y políticos de todo tipo, generan un contexto propicio para que en el país se hostigue y se acose a periodistas, hasta llegar a su asesinato, como ha ocurrido lamentablemente en 21 casos en lo que va del gobierno actual. Al presidente no le corresponde juzgar y asumirse como el Juan de Zumárraga —primer inquisidor de la Nueva España— del siglo XXI. Es un despropósito, como ha dicho la periodista Carmen Aristegui, que desde la Presidencia de la República se pretenda decidir arbitrariamente a quién colocar en la hoguera social. El levantamiento de un tribunal de la verdad dinamita la posibilidad siquiera de lograr un acuerdo racional mínimo que permita al país superar la nociva polarización y enfrentamiento en el que estamos atascados. Es difícil entender a AMLO. Alguien que pregona valores cristianos, incluso rayando en la ilegalidad al asumir posturas religiosas en un Estado laico, no debería atizar el rencor como estrategia política para mantener cohesionada su base social. Esa no es una conducta humanista ni solidaria. Como todo servidor público de cualquier país, su ejercicio debe estar sometido a un escrutinio riguroso. El presidente no puede invocar ningún privilegio, ni siquiera su legítimo arribo al poder, para quedar exento de la revisión periodística crítica de sus acciones. Cualquier intento de cancelar la posibilidad de disentir sin represalias fracasará. Entre otras razones, porque a AMLO le será imposible hacerlo indefinidamente: en tres años él se irá a su refugio personal y la sociedad acá seguirá. Por eso es preciso cambiar la lógica del periodismo mexicano. Engancharse en un forcejeo continuo será desgastante e infructuoso. Lejos de picar el anzuelo presidencial como hasta ahora y sumirnos en una vorágine inagotable, hay que abandonar el ring al que han subido al periodismo. Es inocultable que algunos medios y periodistas se han colocado frente al presidente como oposición activa y han decidido usar al periodismo como un arma política, colocando la ideología por delante. Sin embargo, el presidente sabe, pero no se lo ha querido aclarar a sus seguidores, que el universo del periodismo mexicano es mucho más amplio que ese grupo que ha decidido usar las redacciones como zonas de combate ideológico contra el régimen lopezobradorista. Existen medios y espacios periodísticos independientes, profesionales, con altos estándares éticos, que se toman en serio la tarea de vigilar el ejercicio del poder e iluminar con información equilibrada y rigurosa aquellas zonas donde predomina la oscuridad. Este gobierno ha incumplido sus votos de transparencia y ha estado regateando información que por ley le corresponde entregar a la ciudadanía. De hecho, con AMLO las quejas por la negativa del gobierno federal a entregar información han crecido 56%. Es probable que la pretensión presidencial sea que sus ataques a los medios desplacen el foco de atención y se evite que en la agenda del debate público aparezcan los temas que no le favorecen. Y es ahí, en esos temas, en los que los medios, incluso los “tradicionales”, como AMLO etiqueta a quienes se oponen a su gobierno, deberíamos concentrarnos. Hay demasiados temas relevantes como para engancharnos solo con las provocaciones del presidente. Existe un abanico muy amplio que es preciso investigar. Desde megaproyectos como el nuevo aeropuerto Felipe Ángeles, el Tren Maya o la refinería de Dos Bocas, hasta los miles de millones de pesos canalizados a Sembrando Vidas o Jóvenes Construyendo el Futuro, Probeis, el gasto público para atender la crisis provocada por la pandemia, o el destino final del dinero que había en los fideicomisos públicos. En ello deberíamos enfocarnos. En proporcionar, con urgencia, de manera documentada, la información que las y los mexicanos tenemos derecho a saber. Textos con información de alta calidad, dura e irrefutable: esos son antídotos ideales contra el Quién es Quién de Palacio Nacional. Y que el presidente se siga peleando con otros si así lo desea. JMRS |
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