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Pedro Castillo es declarado ganador en las elecciones presidenciales de Perú


2021-07-20

Por Mitra Taj y Julie Turkewitz | The New York Times

LIMA, Perú — Sus padres eran campesinos que no aprendieron a leer. Cuando era niño, y antes de convertirse en maestro, caminaba durante horas para asistir a la escuela. Después, hace dos meses, irrumpió en la escena política de Perú como un candidato antisistema con un cautivador llamado a las urnas: “No más pobres en un país rico”.

Y el lunes en la noche, casi un mes después de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, los funcionarios declararon a Pedro Castillo, de 51 años, como el próximo presidente de Perú. Con una votación muy cerrada, Castillo venció a Keiko Fujimori, la hija de un expresidente de derecha que se ha convertido en un símbolo prominente de la élite peruana.

La victoria de Castillo, pese a haberse producido por un margen muy estrecho, es el repudio más claro a las clases dirigentes del país en 30 años. También fue la tercera derrota consecutiva para Fujimori.

Castillo, un socialista, se convertirá en el primer presidente de izquierda de Perú en más de una generación, y el primero en haber vivido la mayor parte de su vida como campesino en una región andina pobre.

En su discurso de victoria, desde un balcón en el centro de Lima mientras sus simpatizantes gritaban “sí se pudo”, Castillo prometió trabajar para todos los peruanos.

“Llamo a la más amplia unidad del pueblo peruano, llamo a la unidad”, dijo Castillo. “Compartiremos juntos esta lucha, este emprendimiento y este esfuerzo para hacer un Perú más justo, más soberano, más digno, más humano y más unido”.

Dirigiéndose a Keiko Fujimori, agregó: “No pongamos más barreras en esta travesía y no pongamos más obstáculos para sacar adelante este país”.

El anuncio de su victoria se produjo después de un mes de esfuerzos por parte de Fujimori para anular unos 200,000 votos en áreas donde Castillo ganó de manera abrumadora, una medida que habría privado de sus derechos a muchos peruanos pobres e indígenas.

Poco antes de que las autoridades declararan a Castillo como el presidente electo, Fujimori dijo en un discurso televisado el lunes por la noche que reconocería los resultados por respeto a la ley, pero calificó la proclamación de su contrincante como “ilegítima” e insistió de nuevo en que el partido de Castillo le había robado miles de votos.

Hizo un llamado a sus simpatizantes para entrar en “una nueva etapa” en la que se mantendrán políticamente activos porque “el comunismo no llega al poder para soltarlo. Es por eso que quieren imponernos ahora una nueva Constitución”. Y añadió: “Me siento en la obligación de dejar claro que no podemos caer en ningún tipo de violencia. Tenemos derecho a movilizarnos, pero de manera pacífica”.

Fujimori acusó a los partidarios de Castillo de alterar las actas en todo el país. Pero en las semanas que siguieron a la votación, nadie se presentó para corroborar su afirmación central: que las identidades de cientos de trabajadores electorales habían sido robadas y sus firmas fueron falsificadas.

La disputa llevó a miles de simpatizantes de los dos candidatos a las calles de Lima en un duelo de protestas cerca de la sede de la junta electoral. Muchos de los partidarios de Castillo de las regiones rurales pasaron semanas acampando para esperar su proclamación oficial como ganador.

Al final, las autoridades electorales rechazaron todas las solicitudes del partido de Fujimori que exigía descontar las boletas de un recuento oficial que ubicaba a Castillo con una ventaja de 40,000 votos.

“El voto del ciudadano” que está en “Miraflores, San Isidro tiene el mismo peso ciudadano y cívico que en cualquier provincia y en el último rincón del país”, dijo Castillo a una multitud de simpatizantes el mes pasado, refiriéndose a distritos exclusivos de Lima.

“Nunca se burlen de un hombre cuando viene con sombrero. No se burlen más de un campechano, no se burlen más de un obrero, de un rondero, de un maestro. Porque así se hace patria”, dijo Castillo. “Hoy tenemos que enseñar a la juventud, a la niñez, que todos somos iguales ante la ley”.

Muchos simpatizantes de Castillo dijeron que votaron por él con la esperanza de que renueve el sistema económico neoliberal impuesto por el padre de Keiko Fujimori, Alberto Fujimori, un sistema que, según dijeron, condujo a avances iniciales en el pasado pero que al final fracasó en ayudar a millones de las personas más empobrecidas del país.

Esa dolorosa disparidad se hizo más evidente cuando llegó el coronavirus. El virus ha devastado a Perú, que tiene la cifra per cápita de fallecimientos por COVID-19 más alta del mundo. Casi el 10 por ciento de su población ha caído en la pobreza en el último año.

“Treinta años en los que los grandes capitalistas se han enriquecido más y en Perú hay más pobreza”, dijo Manuel Santiago, el dueño de 64 años de una tienda que votó por Castillo. “Estamos cansados de lo mismo”.

Pero Castillo enfrentará enormes desafíos.

En los últimos años, la corrupción y las venganzas políticas han convulsionado al país que en un periodo de cinco años tuvo cuatro presidentes y dos congresos.

Quizás de manera más significativa, Castillo, quien nunca ha ocupado un cargo público, carece de la experiencia política y del respaldo generalizado y organizado que tuvieron otros líderes de izquierda que llegaron al poder en Sudamérica.

“Él como figura política representa problemas que abonarían a la inestabilidad”, dijo el politólogo peruano Mauricio Zavaleta.

En la Bolivia de 2005, Evo Morales, quien se convirtió en el primer presidente indígena del país, “ganó en la primera vuelta con más del 50 por ciento del voto”, dijo Zavaleta. En Venezuela en 1998, Hugo Chávez “fue un vendaval electoral”. Luiz Inácio Lula da Silva, en Brasil en 2002, y Rafael Correa, en Ecuador en 2006, fueron figuras de la política tradicional que la primera vez que contendieron a la presidencia fueron elegidos con márgenes grandes.

Castillo “no es de esos fenómenos”, dijo Zavaleta.

Y agregó que es poco probable que Castillo cuente con el apoyo del Congreso, el ejército, los medios de comunicación, la élite o un movimiento político amplio. “Simplemente no tiene el músculo para llevar a cabo las reformas ambiciosas que ha propuesto”.

Castillo había prometido reevaluar el sistema político y económico para reducir la pobreza y la desigualdad, y remplazar la Constitución vigente por una que incrementara el papel del Estado en la economía. Hizo campaña con un sombrero de campesino y, a veces, apareció a caballo o bailando con los votantes.

“Es alguien que no tiene que ir a visitar un pueblo para estar en contacto con la gente y conocer sus problemas, porque viene de un pueblo”, dijo Cynthia Cienfuegos, especialista en asuntos políticos de Transparencia, una organización de la sociedad civil.

“Su triunfo refleja una demanda de cambio que se ha pospuesto durante mucho tiempo”, dijo.

Castillo creció en la zona montañosa del norte de Perú y, durante su juventud, limpiaba habitaciones de hotel en Lima. Después de asistir a la universidad en una ciudad en el norte del país decidió regresar a la misma provincia de las tierras altas donde creció para trabajar en una escuela sin agua corriente ni alcantarillado.

Después de convertirse en representante sindical de los maestros, Castillo ayudó a liderar una huelga de 2017 en la que los educadores pidieron mejores salarios.

Posteriormente, desapareció en buena medida del ojo público hasta este año cuando se unió a un partido marxista-leninista para postularse a la presidencia y emergió de manera sorpresiva como el líder —aunque por un estrecho margen— de la primera ronda de la contienda electoral.

Durante la campaña viajó por todo el país para escuchar a los votantes, y a menudo cargaba un lápiz enorme bajo el brazo para recordarles su promesa de garantizar la igualdad de acceso a una educación de calidad.

Difícilmente podría ser más distinto de Keiko Fujimori, quien tuvo una crianza privilegiada y se convirtió en la primera dama del país a los 19 años, luego de que sus padres se separaron.

El padre de Keiko Fujimori, de manera similar a Castillo, llegó a la presidencia como una figura al margen de la política tradicional en uno de los momentos más complejos de la historia del país. Si bien al principio se le atribuyó a Fujimori el apaciguamiento de las violentas insurgencias de izquierda en la década de 1990, ahora muchos lo consideran como un autócrata corrupto.

En una serie de juicios, Fujimori fue condenado por dirigir las actividades de un escuadrón de la muerte, por delitos de corrupción y otros crímenes. Está encarcelado desde 2007, con una breve interrupción.

Su hija también se enfrenta a un proceso judicial, acusada de dirigir una organización criminal que traficaba con donaciones ilegales durante una campaña presidencial anterior. Ella niega los cargos. Si la encuentran culpable, podría ser condenada a 30 años de prisión.

Castillo, quien asumirá el cargo el 28 de julio en el bicentenario de la Independencia de Perú de España, se ha presentado como un nuevo comienzo para un país con una larga historia de amiguismo y corrupción.



Jamileth


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