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En defensa del chisme


2021-07-20

Kelsey McKinne | The New York Times

Escribe con frecuencia sobre su crianza en la fe cristiana evangélica y es la autora de la novela God Spare the Girls, una historia sobre el poder destructivo de los secretos de familia en una megaiglesia en Texas.

Mis primeros recuerdos de chismosa insufrible son de cuando tenía 5 años. Estaba con una amiga en lo más alto de un tobogán en un parque de juegos, ambas de piernas cruzadas, cuando me contó cómo un niño de nuestra clase (¡el temido Chris!) empujó a una niña del columpio. Era una gran noticia porque a la mayoría de las niñas de nuestra clase le gustaba Chris. Era muy bueno en kickball.

“¿Quién te lo contó?”, recuerdo que le pregunté. Quería la fuente, para saber qué tan confiable era la información. Incluso en ese entonces, era innato en mí ser la más metiche del mundo.

A lo largo de mi infancia, la gente confió en mí. Me contaban los secretos de otras personas y a veces los suyos. Sin embargo, para cuando llegué a la pubertad, me enteré de que el chisme era un pecado. Ahí fue cuando empecé a ir a la “Gran iglesia”, en el segundo piso, en el inmenso auditorio con los adultos de mi iglesia no confesional de Double Oak, Texas, y no con los otros niños. En la Gran iglesia, el mensaje era simple: los hombres son propensos a la lujuria, las mujeres al chisme.

Caí en cuenta de que esa era yo: una mujer y una chismosa.

En el estudio de la Biblia, siempre que me pedían que confesara mi pecado, elegía el chisme. “Sin leña se apaga el fuego; sin chismes se acaba el pleito”, se lee en la traducción de Proverbios 26:20 en la Nueva Versión Internacional. En los estudios de la Biblia de mi secundaria, este verso está subrayado y marcado con un asterisco. Quería aprender, deshacerme de esa espina en el costado. Como lo reiteraban los líderes de la Iglesia, había que despreciar los chismes.

Ahora, cuando veo este verso que me trajo tanto dolor, noto más matices. Después de todo, el fuego nos mantiene calientes y con él cocinamos nuestros alimentos. No siempre es destructivo.

También puede ser visto como una parte esencial de quiénes somos como especie. En su libro de 1996, Grooming, Gossip and the Evolution of Language, el antropólogo y psicólogo evolutivo Robin Dunbar identificó dos prácticas grupales que son exclusivamente humanas: la religión y la narración. En ambas, agregó Dunbar, “tenemos que ser capaces de imaginar que existe otro mundo”.

En un correo electrónico reciente, Dunbar me dijo: “El chisme positivo es una de las maneras en que formamos vínculos en las comunidades. El chisme negativo puede ser útil porque permite que la comunidad se vigile a sí misma”. No obstante, hace una distinción entre el chisme negativo que alerta a la comunidad sobre el comportamiento malo o peligroso de un individuo y el chisme destructivo que busca herir o socavar. “Si se vuelve mezquino, en realidad puede causar la división de las comunidades en subconjuntos más pequeños que no interactúan”. Lo mejor para todo líder comunitario es diluir el chisme que es cruel o falso, no importa que provenga de mujeres u hombres.

Sin embargo, nuestro conocimiento sobre los chismes indica que casi no son negativos. Un metaanálisis publicado en 2019 en Social Psychological and Personality Science reveló que del promedio de 52 minutos al día que los 467 participantes dedicaron a chismear, unas tres cuartas partes fueron parte de una conversación neutral (un 15 por ciento fue negativo y un nueve por ciento positivo). Después de todo, en la categoría de chisme cae decir que nos encontramos en la calle con un amigo mutuo o presumir las buenas calificaciones de nuestros hijos.

Entonces, ¿por qué la retórica de la Iglesia en la que crecí condenaba el chisme con tanta fiereza?

El Diccionario Oxford de Inglés rastrea los primeros usos de la palabra a inicios del siglo XI, cuando se utilizaba como sinónimo de “padrino o madrina”. Para el siglo XVII, el chisme se usaba para describir las conversaciones en las salas de partos. Luego, el chisme evolucionó hasta significar susurros privados de mujeres. Aunque la versión de la Biblia del rey Jacobo (1611) no contenía ningún uso de la palabra, las versiones y traducciones posteriores convirtieron las referencias de las “susurradoras” y las “cuentistas” a “chismosas”. Son las versiones que a menudo usan los evangélicos de la actualidad.

Hay quienes creen que los pastores evangélicos denuncian el chisme para protegerse en contra del poder del chisme para exponer secretos y debilitar su propio estatus. Chrissy Stroop, una exevangélica y coeditora del libro de ensayos en primera persona Empty the Pews: Stories of Leaving the Church, es una firme creyente de esa teoría. “Estos hombres creen que Dios les ha dado autoridad y que las mujeres no pueden tener autoridad sobre los hombres, por eso el chisme es una amenaza para su reputación y poder: reputación que a menudo no merecen y poder del que a menudo abusan”, me dijo Stroop.

La expulsión del famoso pastor Carl Lentz de la iglesia de Hillson East Coast a finales de 2020 es un buen ejemplo de cómo el chisme puede poner de rodillas a un poderoso líder de la Iglesia. Una de las razones para justificar su despido fue “una reciente revelación de fallas morales”… pero no era algo tan nuevo, como lo reveló Ruth Graham en The New York Times. Los chismes de la infidelidad de Lentz habían circulado desde el otoño de 2017, pero fueron ignorados y los voluntarios que se los informaron a los líderes de la Iglesia fueron despedidos de sus puestos.

Stroop mencionó que el énfasis en el pecado por parte de las Iglesias evangélicas dificulta más que las mujeres hablen libremente, incluso entre ellas. “La teología del pecado añade capas adicionales de culpa, vergüenza y miedo a la representación patriarcal del chisme como un hábito negativo de las mujeres”, me dijo. El resultado es que a muchas víctimas y testigos de abuso o conducta sexual inapropiada “se les avergüenza para que se mantengan en silencio”, me dijo.

Claro está que satanizar el chisme para proteger el poder no es un problema único de la Iglesia. Los rumores sobre el comportamiento abusivo del productor de cine Harvey Weinstein circularon durante años antes de que los reporteros pudieran confirmarlos en el otoño de 2017. El movimiento #MeToo generó listas en línea sobre hombres abusivos en los medios, la academia y la política. Esta fue la codificación del chisme entre mujeres que ya existía. La información sobre las relaciones sexuales inapropiadas que sostuvo el excandidato a senador Roy Moore con niñas adolescentes en Alabama surgieron porque una reportera de The Washington Post escuchó un chisme.

Cuando hago memoria, la mayoría del chismerío en el que estuve involucrada no es digno de recordar. Hablábamos de quiénes nos gustaban o de la comida de la cafetería. Era una adquisición de conocimiento neutral.

Los evangélicos podrían suavizar sus opiniones sobre el chisme meditando en el evangelio de Lucas, capítulo 24, del Nuevo Testamento. En él, María Magdalena y otras mujeres encuentran vacía la tumba de Jesús y dos hombres les dicen que ha resucitado. Corren a decirles a los apóstoles y Lucas escribió: “Pero a ellos les parecían locura las palabras de ellas y no las creían”. La académica bíblica Marianne Bjelland Kartzow escribe que la palabra “locura” es traducida del griego “leros”, es decir “conversación vacía”.



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