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Cielo e infierno
Por Rebeca Reynaud Mientras yo viva, Dios tiene misericordia, una vez que yo muera, encuentro la justicia del Señor Lo que realmente importa es llegar al Cielo y ser felices por la eternidad; para ello hay que pasar por trabajos, tribulaciones y pruebas ya que no estamos en el paraíso terrenal sino en pleno campo de batalla. El libro del Apocalipsis dice que los que están delante del Cordero, esto es, de Jesús “son los que han venido de una tribulación grande, y lavaron sus vestiduras y las blanquearon con la sangre del Cordero” (Apoc 7,14); es decir, los que confesaron sus pecados con verdadero arrepentimiento. El Cielo es indescriptible. San Josemaría Escrivá decía: Dios no actúa como un cazador, que espera el menor descuido de la pieza para asestarle un tiro. Dios es como un jardinero, que cuida las flores, las riega, las protege; y sólo las corta cuando están más bellas, llenas de lozanía. Dios se lleva las almas cuando están maduras... Vamos a pensar lo que será el Cielo, decía San Josemaría Escrivá, y traía a colación lo que dice el Nuevo Testamento: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman. ¿Os imagináis qué será llegar allí, y encontrarnos con Dios, y ver aquella hermosura, aquel amor que se vuelca en nuestros corazones, que sacia sin saciar? Yo me pregunto muchas veces al día: ¿qué será cuando toda la belleza, toda la bondad, toda la maravilla infinita de Dios se vuelque en este pobre vaso de barro que soy yo, que somos todos nosotros? Y entonces me explico bien aquello del Apóstol: ni ojo vio, ni oído oyó... Vale la pena, hijos míos, vale la pena Somos débiles pero no hemos de cambiar la primogenitura por “un plato de lentejas”, esto es, por el placer de un momento, por un pecado capital. Hay quien se juega el Cielo sobre todo por desconfiar de la misericordia de Dios. Un amigo se preguntaba: ¿Cómo será el cielo? E imaginaba: Allá los cocineros son franceses; los mecánicos, alemanes; la policía es inglesa; los enamorados, italianos; y todo está organizado por una agencia turística suiza. En cambio en el infierno, los cocineros son ingleses; los enamorados, suizos; la policía es alemana; los mecánicos, franceses y la agencia turística que organiza es italiana. Infierno. “Hay quienes pierden la fe y ven el infierno sólo cuando entran en él (...) El infierno tiene su origen en la bondad de Dios. Los condenados dirán: ¡Oh!, si al menos Dios no nos hubiera amado tanto, sufriríamos menos. ¡El infierno sería soportable! ¡Pero, habernos amado tanto! ¡Qué sufrimiento!”, dice el famosísimo Cura de Ars, experto en estos temas. Escribe el Cardenal Ratzinger: Si nos preguntamos qué es estar condenado, es “no poder hallar gusto en nada, no querer nada ni a nadie, ni tampoco ser querido. Estar expulsado de la capacidad de amar, y por tanto del ámbito de poder amar, es el vacío absoluto, en el que la persona vive en contradicción consigo misma y cuya existencia constituye realmente un fracaso” (Dios y el mundo, 176). “El infierno se representa normalmente con el fuego, con las llamas. El rechinar de dientes, sin embargo, surge realmente cuando se tiene frío. Aquí, la persona caída, con sus llantos y lamentos y gritos de protesta, evoca la imagen de estar expuesta al frío por negarse al amor. En un mundo completamente alejado de Dios, y por tanto del amor, se siente frío, hasta el punto de rechinar los dientes” (Ibidem, p. 188). Un sacerdote experto en el tema del infierno, dice que tendremos cinco juicios: nos van a examinar sobre cinco temas: como fue nuestro amor a la familia, amor al prójimo, amor al mundo y a la naturaleza, amor a Dios y amor al propio camino o vocación. Son siete los tormentos en el infierno, para todos: la pérdida de Dios para siempre, el continuo remordimiento de conciencia, saber que ese destino no cambiará, fuego que penetra el alma y no la aniquila, la oscuridad permanente, compañía continua de satanás, desesperación y odio a Dios (maldiciones, deprecaciones y blasfemias). Luego hay tormentos particulares, y son los tormentos de los sentidos. Con el sentido que pecas serás atormentado, dice Santa Faustina, y lo pone por escrito. María Valtorta dice: Hay desprecio por las verdades eternas, por lo cual vienen tantos males a la humanidad. Después del Juicio final el infierno será peor. Si unes todas las arenas de las playas del mundo y por cada día cuentas un año, ¿cuántos años tendrías? Pues un día en el infierno es más que esos años. En el Cielo un día de gloria es más que todos esos “años de arena”. El Purgatorio es fuego de amor y el infierno es fuego de rigor. Satanás es astuto porque no quiere que se hable de su Reino porque es tenebroso: es odio a sí y a los demás, remordimiento, cólera... ¿Quiénes van por el camino del infierno? Las mujeres que han abortado y no se han arrepentido, hicieron de sus vientres, tumbas. Hay que pedirle perdón a Dios Padre y al hijo asesinado. Esas mujeres van camino al infierno, pero no han llegado, tienen tiempo de arrepentirse, ir en camino no es haber llegado. Los sacerdotes que se han portado como “perros mudos” o han pecado de soberbia, impureza o de alcoholismo. Las mujeres que los hacen pecar son más malditas que Judas. Un punto de humor: Cuando en Roma, Miguel Ángel pintaba el juicio final en la Capilla Sixtina, un camarero del Papa llamado Blas de Cesena, opinó desfavorablemente sobre la obra del artista. Miguel Ángel se vengó pintándolo entre los réprobos y representándolo con una serpiente arrollada al cuerpo. Cesena pidió al Papa que ordenara borrar del fresco esa figura que le deshonraba. Preguntó el Pontífice: — ¿Dónde te ha puesto? — En el Infierno. Entonces —observó el Papa—, no puedo complacerte. Ya sabes que del Infierno nadie sale. Deseamos ser felices. Deseamos una eternidad de amor, pero “por una blasfemia, por un mal pensamiento, por una botella de vino, por dos minutos de placer. ¡Por dos minutos de placer perder a Dios, tu alma, el cielo... para siempre!”, decía San Juan Bautista María Vianney, el Cura de Ars (Francia). También decía: “El que vive en el pecado toma las costumbres y formas de las bestias. La bestia, que no tiene capacidad de razonar, sólo conoce sus apetitos; del mismo modo el hombre que se vuelve semejante a las bestias pierde la razón y se deja conducir por los movimientos de su cuerpo. Un cristiano, creado a imagen de Dios, redimido por la sangre de Dios... ¡Un cristiano, objeto de las complacencias de las tres Personas Divinas! Un cristiano cuyo cuerpo es templo del Espíritu Santo: ¡he aquí lo que el pecado deshonra! El pecado es el verdugo de Dios y el asesino del alma... “Si los pobres condenados tuviesen el tiempo que nosotros perdemos, ¡qué buen uso harían de él! Si tuviesen sólo media hora, esta media hora despoblaría el infierno. Si dijéramos a los condenados que están en el infierno desde hace tiempo: Vamos a poner a un sacerdote a la puerta del infierno. Los que se quieran confesar, sólo tienen que salir, ¿quedaría alguien? Quedaría desierto, y el cielo se llenaría. ¡Tenemos el tiempo y los medios que ellos no tienen! (...) ¿Por qué los hombres se exponen a ser malditos de Dios?”. Y continúa: “Cuando vamos a confesarnos, debemos entender lo que estamos haciendo. Se podría decir que desclavamos a Nuestro Señor de la cruz. Algunos se suenan las narices mientras el sacerdote les da la absolución, otros repasan a ver si se han olvidado de decir algún pecado... Cuando el sacerdote da la absolución, no hay que pensar más que en una cosa: que la sangre de Dios corre por nuestra alma lavándola y volviéndola bella como era después del bautismo”. A los condenados Dios no los conoce, o reconoce. La gente en el infierno no tiene nombre. Nunca podremos conocer completamente en esta vida los efectos de nuestra actuación, el buen ejemplo o el escándalo causado, en las personas que nos han rodeado. El Concilio Vaticano II nos recuerda: “No olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad”, porque “mucho se exigirá al que mucho ha recibido” (Lucas 12, 48). Solo con una visión teológica de la historia se logra entender lo que sucede en el mundo. Todo, sea de índole política, económica, social, cultural, natural, moral o religiosa está bajo la Providencia de Dios y servirá Sus designios. Jesús es el Señor de la Historia. Cada generación es testigo de la lucha entre el bien y el mal, cada siglo va desvelando el proceso que culminará con el fin del mundo. Del fin no sabemos ni el día ni la hora, pero Jesús nos exhorta a estar alerta, a orar para que, finalmente, todo sea para bien. Johann Wolfgang von Goethe dice: El diablo es “una parte de esa fuerza que desea siempre el mal y termina siempre haciendo el bien”. aranza |
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