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El problema de la natación artística: las conmociones cerebrales


2021-08-06

Gillian R. Brassil | The New York Times

Belleza, técnica y peligro de una lesión cerebral en la natación artística

Las nadadoras artísticas se esfuerzan por parecer elegantes, pero este deporte conlleva importantes riesgos, como nuestra autora sabe por experiencia.

El equipo de natación artística de Estados Unidos realizó su rutina técnica por equipos en un torneo de clasificación olímpica celebrado en España en junio.

Cuando la competencia de natación artística por equipos comience el viernes en los Juegos Olímpicos de Tokio, el objetivo de las nadadoras será lograr que sus movimientos parezcan fáciles de realizar. Pero mientras los espectadores verán atletas sonrientes, trajes brillantes y cabellos peinados con gelatina, un riesgo acechará bajo la superficie: la posibilidad de conmociones cerebrales.

La natación artística, anteriormente conocida como nado sincronizado, combina elementos de gimnasia y ballet en el agua. Equipos de hasta ocho atletas nadan de forma rápida, cercana y precisa en conjunto, coordinándose entre sí y con la música. A menudo descrita como hermosa sobre el agua, la natación artística requiere una actividad constante y frenética bajo la superficie. No es nada inusual que compañeras de equipo se pateen o caigan unas sobre otras durante sus rutinas.

El mundo de la natación artística sabe desde hace mucho tiempo que tiene un problema con las lesiones cerebrales, pero nadie sabía cuán extenso era. Por esa razón, en 2019, siendo una investigadora estudiante en la Universidad de Stanford, hice un proyecto sobre cuán comunes son las conmociones cerebrales en el deporte en el que alguna vez participé.

La respuesta me sorprendió: en una encuesta realizada a 430 atletas, aproximadamente una de cada cuatro que ha competido en Estados Unidos reportó haber tenido al menos una conmoción cerebral.

“Si, en realidad es mucho más de lo que esperaba”, dijo Karina Boyle, de 25 años, en una entrevista junto a la piscina en la que entrenó durante la mayor parte de su carrera. Boyle, quien nadó para selecciones nacionales, está retirada. “Pero sé que puede ser un deporte bastante violento cuando nadas tan cerca de otras personas y hay muchos movimientos”.

Ese cálculo de un cuarto podría ser bajo. El 15 por ciento de las encuestadas afirmaron creer haber sufrido una conmoción cerebral debido a la natación artística, lo que sugiere que la cifra total real podría estar más cerca del 40 por ciento.

La encuesta, enviada a atletas activas y retiradas que han competido en Estados Unidos en cualquier nivel, se realizó en la primavera de 2019 y tomó en cuenta la cantidad de años que cada una de las nadadoras participó en el deporte, sus edades, las edades en las que sufrieron sus conmociones cerebrales y el tipo de tratamiento que buscaron.

En los últimos años, el deporte ha comenzado a tener en cuenta su problema con las conmociones cerebrales. Estados Unidos no es una potencia en la disciplina —solo envió a un dúo de nadadoras artísticas a los Juegos Olímpicos—, pero USA Artistic Swimming, el organismo rector nacional de ese deporte, ha tomado medidas para promover la prevención de las conmociones cerebrales. En la actualidad, está asociado con Hammer Head Swim Caps, que fabrica gorros de natación de silicona con una fina capa en forma de panal de abeja que ofrece cierta protección contra un pie o un brazo mal ubicado o una implacable pared de piscina.

El equipo nacional de Estados Unidos confió en esos gorros cuando practicó un lanzamiento peligroso que planeaba desvelar en unas clasificatorias olímpicas en junio. Ningún otro país había intentado un lanzamiento a ese nivel.

El movimiento, en el que la persona que es lanzada al aire cae de regreso en las manos de las lanzadoras, conlleva el riesgo de que un mínimo error puede terminar en una lesión grave para las compañeras que están abajo. En las primeras etapas de la práctica, las nadadoras estadounidenses utilizaron los gorros de protección.

“Muchas veces no aterrizó en las manos, así que fuimos cautelosas y nos aseguramos de utilizar los gorros especiales antes de intentar el lanzamiento”, dijo Anita Alvarez, una atleta que estuvo en los Juegos Olímpicos de 2016 y que formó parte de ese equipo, en una entrevista telefónica en julio. Alvarez, de 24 años, y su compañera de dúo, Lindi Schroeder, de 19 años, representaron a Estados Unidos en los eventos de la categoría de dúo de los Juegos Olímpicos de Tokio.

Los efectos a largo plazo de las lesiones cerebrales se han estudiado en muchos deportes a través de los años, incluyendo el fútbol americano y los deportes de deslizamiento, y ha motivado a varias ligas y federaciones a adoptar protocolos para mitigar los efectos o la prevalencia. Pero existen pocos estudios sobre las conmociones cerebrales en la natación artística.

Las conmociones cerebrales tienden a no ser reportadas en los deportes juveniles por muchas razones, entre ellas el deseo de los atletas de seguir compitiendo, el miedo a decepcionar a sus compañeros de equipo o simplemente por no reconocer los síntomas, dijo Daniel Daneshvar, director del recientemente inaugurado Institute for Brain Research and Innovation, el cual estudia los efectos del traumatismo de cráneo. Investigaciones anteriores indican que más del 50 por ciento de las conmociones cerebrales no son reportadas.

Alvarez, la atleta olímpica estadounidense, recuerda el verano de 2013, cuando tres de sus compañeras de equipo que iban a representar a Estados Unidos en un equipo de ocho personas en los Juegos Panamericanos sufrieron una conmoción cerebral: Karina Boyle, Karensa Tjoa y yo.

Boyle había recibido una patada en la cabeza tras una elevación, un movimiento en el que al menos una nadadora es lanzada al aire por sus compañeras.

Tjoa estaba en la pauta con otras siete nadadoras, saltando hacia atrás cuando sintió un rodillazo en la nuca. El resto fue un borrón.

“Recuerdo que me detuve —y en el nado sincronizado te entrenan para no detenerte nunca—, así que fue algo poco habitual en mí detenerme y nadar hacia un lado”, dijo Tjoa. Salió y descansó con hielo en la cabeza durante un rato, pero cuando su entrenadora le preguntó cómo se sentía, supo que algo iba mal. “Me sentía diferente, como si todavía estuviera bajo el agua de alguna manera”.

Decidió competir en los Juegos Panamericanos después de descansar durante un mes, y en los Mundiales Junior al año siguiente.

Ahora Tjoa, de 25 años, no está segura de haber tomado la decisión correcta.

“Cada vez que intentaba entrar, me dolía mucho la cabeza, me sentía mareada”, dijo, mientras miraba la piscina donde pasó algunos de sus últimos años en el deporte antes de retirarse en 2017. “Y así, todos estos arranques y paradas, creo que inhibieron mi recuperación, y tal vez tomó más tiempo de lo que habría sido si entonces solo me hubiera centrado en recuperarme”.

Comencé en la natación artística cuando tenía 9 años. Me mudé de la costa este a California en busca de mejores oportunidades de entrenamiento y logré calificar a algunas selecciones nacionales antes de ser reclutada por la Universidad de Stanford.

Tuve mi primera conmoción cerebral en 2013, cuando tenía 16 años. Una de mis compañeras de equipo intentó hacer una voltereta hacia atrás desde mis hombros durante un levantamiento. En lugar de saltar hacia atrás, lo hizo de manera vertical hacia arriba y cayó sobre mi cabeza. Me tomó meses recuperarme.

Durante los últimos 20 años, la natación artística ha exigido a las atletas moverse más rápido y nadar más cerca, ya que las actuaciones se juzgan con base en la dificultad de la rutina y el mérito técnico.

USA Artistic Swimming comenzó a abordar en serio las conmociones cerebrales hace dos años, al mismo tiempo que presionó para obtener mayor proximidad, poder y velocidad. Además de fomentar el uso de los gorros protectores, la organización se ha asociado con TeachAids, cuyo objetivo es ayudar a quienes entrenan a detectar mejor los casos de conmoción cerebral.

Los golpes fuertes siempre son una preocupación, pero los pequeños golpes repetidos también pasan factura, dijo Daneshvar, cuyo instituto fue fundado por TeachAids. En ocasiones, dijo, pueden provocar encefalopatía traumática crónica (CTE, por su sigla en inglés), que ha sido detectada en jugadores profesionales de fútbol americano retirados. “En las personas que no sufren una conmoción cerebral, pero tienen estos golpes repetidos en actividades como el fútbol americano, por ejemplo, se pueden ver cambios estructurales y funcionales en las imágenes médicas en todas partes del cerebro, incluso durante el transcurso de una temporada”, dijo.

Boyle tuvo suerte: no sufrió otra lesión en la cabeza después de su accidente de 2013. Volvió al deporte unos meses después para competir con su equipo de club, el Walnut Creek Aquanuts, en el norte de California, y se retiró al final de esa temporada para estudiar una carrera universitaria.

Aunque no se libró de los dolores de cabeza y las náuseas de los primeros meses, terminó su última temporada feliz y sana.

“Fue un proceso largo, pero fue uno de los mejores años de mi carrera de sincro”, dijo Boyle.



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