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El gran león de Dios
Por: Maleni Grider He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe; sólo me queda recibir la corona merecida, que en el último día me dará el Señor, justo juez; y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida. 2 Timoteo 4:7-8 La vida del apóstol Pablo es por demás apasionante. Nacido en el seno de una familia judía, y siendo también ciudadano romano, Saulo de Tarso estudió en la escuela de los más destacados doctores de la Ley. Era letrado en filosofía, teología, lingüística, y otras disciplinas. Hablaba Latín, Griego, Hebreo y Arameo. Fue perseguidor atroz de la entonces considerada secta cristiana en el primer siglo. Los primeros cristianos se denominaron a sí mismos como los “Nazarenos” o “los del Camino” (Hechos 24:5). Fue en Antioquía donde se les llamó “cristianos” (pequeños Cristos) por primera vez. Pablo participó en el asesinato del mártir Esteban y puso a muchos cristianos en la cárcel. Saulo no conoció personalmente a Jesucristo, sino hasta el momento en que éste se le apareció en su camino a Damasco, lo tiró del caballo y lo dejó ciego por unos días. A partir de entonces, Saulo se convirtió en el apóstol más activo de todos los seguidores de Jesús en aquella época. Casi la mitad del Nuevo Testamento está constituido por las Epístolas que Pablo escribió a las iglesias y habitantes del mediterráneo, a fin de contestar sus dudas sobre la fe cristiana o para corregir errores acerca de la misma. De este modo, el apóstol estableció con denuedo los fundamentos de la doctrina cristiana. En sus viajes misioneros, cada uno de los cuales duró varios años, Pablo anunció la salvación por la gracia y predicó el perdón de los pecados, así como el bautismo del Espíritu Santo, en oposición a los rudimentos de la ley judaica. Dedicado a la misión evangelizadora, fue constantemente perseguido por los judíos, al igual que su Maestro, y también hostigado en diferentes regiones. Debido a que fue enviado a predicar el evangelio entre los gentiles, el cristianismo de expandió con rapidez. Pablo hacía prodigios, hablaba con el poder del Espíritu Santo ante autoridades religiosas y políticas, así como ante las multitudes, y miles eran convertidos. Partiendo de Antioquía junto con Bernabé, el apóstol viajó también al Asia Menor con Silas, a Grecia (Europa), Filipos, Éfeso, Atenas (donde habló sobre el único Dios y rechazó la idolatría a otros dioses), etcétera. Padeció persecución, fue apedreado, puesto en la cárcel, naufragó en la Isla de Malta en el mar Mediterráneo y casi pierde la vida junto a otras más de doscientas personas (Hechos 27 y 28), entre ellos Lucas, el médico que guardó en su memoria estos acontecimientos y a quien se le atribuye el Libro de los Hechos. Tras el sufrimiento, hambre, encarcelamiento, persecución, Pablo se constituyó en Apóstol, su obra en el Reino de los Cielos fue una piedra medular. Su conversión inicial fue espectacular, o mejor dicho, sobrenatural. También, Pablo fue llevado al tercer cielo (2 Corintios 12), como una bendición especial de Dios, y también le fue dado un aguijón en su cuerpo para que no se gloriara de dicha experiencia. Pablo presintió su muerte. Escribió a Timoteo “… estoy a punto de ser sacrificado y el tiempo de mi partida está cercano”. La tradición dice que murió decapitado en Roma, pues hablaba con pasión sobre la resurrección de los muertos. El gran león de Dios es digno de ser recordado, leído e imitado. Un verdadero siervo, quien llevó por todas partes “las marcas del Señor Jesús en su cuerpo”. (Gálatas 6:17) aranza |
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