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López Obrador es un conservador disfrazado de liberal
Carlos Loret de Mola A. | The Washington Post Para un presidente como Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que ha pretendido el control absoluto de los poderes en México y en especial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), dos eventos recientes han sido muestras de que no le será fácil cooptar instituciones robustas y que están dispuestas a pelear por su autonomía frente a los embates del hombre más poderoso del país. AMLO quería que el presidente de la SCJN, Arturo Zaldívar, extendiera su mandato de cuatro a seis años, lo cual fue señalado como anticonstitucional por diversos sectores. Logró que esta ampliación fuera aprobada en el Congreso gracias a la mayoría que tiene su partido, Morena. Después cabildeó y presionó para que fuera avalada en la propia Corte, pero lo que logró fue unir a los ministros en su contra, quienes crearon una causa común para impedir la reelección disfrazada. Al final, hasta Zaldívar anunció su rechazo a la medida y hubo unanimidad de votos para negar la pretención lopezobradorista. El poder Judicial mostró su músculo y le ganó el duelo de fuerza al Ejecutivo. El segundo golpe sucedió hace unos días. En una decisión histórica y también unánime, la misma SCJN dictaminó que la criminalización del aborto es inconstitucional. Fue una victoria largamente anhelada por la lucha feminista. Y también significó otro lance de reivindicación de una Corte que había sufrido un ataque frontal a su credibilidad (pasaron cuatro meses de desgaste entre que el Congreso aprobó la extensión de mandato y los ministros la rechazaron). Con esto se consumó un deslinde entre poderes que obliga a releer la relación entre el presidente y la SCJN, en la que parecía que el primero estaba sometiendo a la segunda. El fallo sobre el aborto también desnudó a AMLO tal cual es: un conservador disfrazado de liberal. El presidente, en sus largas conferencias de cada mañana, suele atacar ferozmente a quienes llama “conservadores”. En ese grupo ubica a sus opositores partidistas, a la prensa que denuncia los errores de su gobierno, a los intelectuales que lo cuestionan y a cualquiera que se anime a criticarlo. Para AMLO ser conservador es ser corrupto, casi fascista, criminal impune, y enemigo del pueblo y de la pretendida transformación que él sigue prometiendo llevar a cabo. Pero si AMLO ha intentado presentarse con tanto ahínco como un liberal es inexplicable que ante la decisión de la SCJN, festejada por organizaciones internacionales, diga que prefiere no opinar: “Nosotros hemos actuado, en mi caso como presidente, con prudencia, de manera respetuosa, porque son temas muy controvertidos, polémicos y no queremos nosotros alentar ninguna confrontación”. Es una mentira: le encanta la confrontación. Dedica a eso al menos dos horas diarias en su conferencia y ha hecho de la polarización un motor electoral y de gobierno. En otra conferencia, agregó: “Esta es una decisión del poder Judicial, de la Suprema Corte, que fue prácticamente unánime, que debe de respetarse, que no debemos nosotros, en mi caso, tomar partido, porque hay posturas encontradas. Tenemos que ser respetuosos de la legalidad. Yo cuando tomé protesta como presidente juré cumplir con la Constitución y con las leyes que de ella emanen, entonces tengo que cumplir”. Un demócrata, un liberal, sabe que el verdadero respeto a la legalidad no implica mantenerse al margen de las decisiones importantes del país, implica validar los procesos, dotar de credibilidad a las instituciones, respaldar las necesidades y peticiones de la sociedad, y acompañar su evolución. Pero el presidente es un conservador, especialmente en los temas de género. No los entiende y no los aprende. Las feministas han tocado a las puertas de Palacio Nacional y han recibido violencia policial como respuesta. En enero de este año, el presidente dijo que buscaría que el tema de la despenalización del aborto en el país se llevara a consulta pública, lo cual también fue rechazado por los colectivos feministas. Esta actitud no es reciente. Desde que era jefe de Gobierno de Ciudad de México, en el 2000, AMLO buscó paralizar las leyes locales en favor de la interrupción del embarazo y de los matrimonios entre personas del mismo sexo. Ambas iniciativas se aprobaron hasta la administración siguiente. AMLO frenó estas leyes liberales en connivencia con el entonces arzobispo primado Norberto Rivera, acusado de encubrir pederastas. Incluso, en esa época, regaló a la Iglesia católica predios que abarcaban casi 30,000 metros cuadrados. AMLO llegó a la presidencia apoyado por el Partido Encuentro Social, cristiano-evangélico, de derecha y que está en contra de la despenalización del aborto y del matrimonio en parejas del mismo sexo. Ya como presidente, ha encargado a creyentes evangélicos que entreguen miles de ejemplares de la Cartilla Moral, del escritor Alfonso Reyes, y con la que su gobierno busca “fortalecer los valores culturales, morales y espirituales de los mexicanos”. Sobre los matrimonios del mismo sexo, ha dicho que “no considera necesario” enviar una iniciativa de ley al Congreso. Por eso no extraña que ahora se comporte así. AMLO es un conservador disfrazado de liberal. Y la realidad lo desvistió muy pronto y con no poca ironía. Hace unos días visitó México Santiago Abascal, líder del partido ultraconservador español Vox, para presentar una alianza internacional. El presidente los vapuleó por ser “conservadores y ultra conservadores, casi fascistas”. Pero luego vino el fallo de la Corte y, tras recordar la historia de AMLO ante estos temas, queda claro que en México tenemos a un presidente Vox. Lo bueno es que tenemos instituciones fuertes que seguirán buscando combatir su conservadurismo. aranza |
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