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El noveno círculo de la represión Ortega-Murillo en Nicaragua


2021-09-14

Wilfredo Miranda Aburto | The Washington Post

La acusación por “conspiración y lavado de dinero” que el gobierno del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, impuso al escritor Sergio Ramírez ha concitado, aparte de repudio mundial, una pregunta: ¿Qué tan lógico o estratégico será oficializar una persecución en contra de uno de los literatos más prominentes de Iberoamérica cuando, ya de paso, el régimen está sumido en un hondo aislamiento internacional debido a la represión contra sus críticos?

La respuesta es quizá ninguna, como tampoco tiene explicación racional la decisión de la pareja presidencial de liquidar las elecciones generales de noviembre al echar presos a todos los precandidatos y líderes opositores, en un camino que solo conduce hacia la ilegitimidad y el agravamiento de la crisis sociopolítica de Nicaragua. Aunque esta escalada persecutoria que hoy alcanza a Ramírez (Premio Cervantes 2017) tiene un cálculo político claro, como es la perpetuación en el poder de los Ortega-Murillo consolidando un régimen de partido único, también tiene otras características o, mejor dicho, varios círculos como el Infierno de Dante... solo así puede explicarse la virulencia de los zarpazos que sufren exguerrilleros sandinistas, líderes universitarios, empresarios, líderes sociales y periodistas.

La represión Ortega-Murillo no solo tiene razones políticas, sino personales. Hay en la pareja presidencial un espíritu vengativo que nunca había aflorado tan descarnadamente como ahora, cuando los escrúpulos no existen. Es por eso que la venganza se ensaña contra quienes los gobernantes consideran traidores. Han reservado, como Dante en su Infierno, el círculo más cruel y calibrado de su represión para los traidores: el noveno.

Según Dante, el noveno círculo de su Infierno es dominado por un lago congelado, el Cocito, en cuyas aguas gélidas son castigados los que traicionaron a su familia, a sus huéspedes, a la patria, y a sus amos y benefactores. El Cocito de los Ortega-Murillo son las temidas celdas de la cárcel El Chipote, donde penan la mayoría de los 36 presos políticos (capturados a partir de junio pasado) por cometer delitos “de traición a la patria y conspiración”.

Son los traidores y al estar en el Cocito, propiamente en la Judeca dantesca, el castigo que sufren a manos del propio Lucifer es en consecuencia: los familiares de los presos políticos denunciaron por medio de un comunicado esta semana que, en pleno siglo XXI, la Policía de El Chipote está aplicando tortura. “Se ven como salidos de un campo de concentración: demacrados, traslucidos”, me contó uno de los parientes que pudo visitar a uno de los reos después de más de 90 días en total aislamiento.

La desnutrición severa —han perdido entre 12 y 36 libras (5.4 y 16.3 kilos), de acuerdo con el comunicado— es la muestra más clara de la tortura, pero la lista de los castigos es más larga y abyecta.

Los presos políticos están en celdas de aislamiento, explica el comunicado. Algunos sin poder ver el sol y otros apenas pudiendo respirar aire libre una vez a la semana, como pausa para los severos y largos interrogatorios bajo la luz de unas lámparas que no se apagan en ningún momento, afectando la capacidad de saber cuándo es de día o de noche. La mala calidad de la alimentación les ha causado enfermedades gastrointestinales y muchos de ellos están siendo sobremedicados adrede. Se teme un desplome orgánico para quebrarlos emocionalmente.

El peor semblante lo presentan los presos políticos de mayor edad, quienes tienen combos de enfermedades o los aquejan padecimientos crónicos. Son ocho los presos políticos mayores de 60 años y, según el Código Procesal Penal y la Ley del Adulto Mayor, tienen derecho a una opción cautelar diferente a prisión. Pero para “los traidores” no hay concesiones.

Quienes están en El Chipote son los que no tienen perdón para los Ortega-Murillo; los que no habían podido ser castigados ejemplarmente. Está por ejemplo el líder universitario Lesther Alemán, un muchacho que, en 2018, cuando tenía 20 años, increpó y emplazó en cadena nacional de televisión a la pareja presidencial en el primer diálogo nacional, proceso infructuoso que buscaba el cese de la represión letal en las protestas ciudadanas de ese año. El grito de Alemán a Ortega (“¡Rindanse!”) fue un insulto mayor, una afrenta que tardó casi tres años en cobrarse. El abogado del joven dijo que durante la audiencia inicial del juicio político (que se celebran en el Cocito sandinista), Alemán apenas podía sostenerse en pie. Estaba irreconocible, con los huesos marcando su piel, la conciencia turbada y lo único que repetía es “tengo hambre”.

Otros de los presos son los exguerrilleros sandinistas históricos Dora María Téllez, Hugo Torres y Víctor Hugo Tinoco, a quienes los Ortega-Murillo consideran traidores por criticar su dictadura. Ellos advirtieron el secuestro del sandinismo por la pareja presidencial desde los años 1990, cuando se convirtieron en disidentes y se perfilaron como un sandinismo renovador, al margen del autoritarismo y el matonismo político. Por eso los Ortega-Murillo, al igual que lo hacía Stalin, paulatinamente los ha borrado de la narrativa del sandinismo y ahora los pretende liquidar en el Cocito.

Están un empresario y un banquero, quienes rompieron la “relación de consenso” corporativista con el gobierno a partir de 2018. Está en El Chipote Arturo Cruz, un exdiplomático de los Ortega-Murillo que osó lanzarse a presidente. Están los campesinos que con sus marchas se opusieron al entelequio proyecto de Canal Interoceánico. Líderes de sociedad civil y opositores como Félix Maradiaga que denunciaban a la dictadura. Miguel Mora, el periodista que ellos consideraban suyo, pero los dejó al ver los crímenes de lesa humanidad de 2018. Están los Chamorro, quienes son imputados por “lavado de dinero”, cargo que es una mampara para el resentimiento personal y sentimiento de inferioridad que ellos le provocan a los Ortega-Murillo por su impronta familiar en la historia nacional.

Estas son solo algunas de las personas que se han convertido en traidores para los que gobiernan. En general, todos ellos son traidores porque la pareja presidencial considera que en 2018 dañaron los planes para la perpetuación indefinida en el poder sin sobresaltos, sobre todo la sucesión de la sancionada vicepresidenta Murillo, quien fiel a su irascibilidad lanza a diario soflamas contra estos “terroristas y vende patria”. Ellos, los “benefactores del pueblo”, se sienten traicionados.

Sergio Ramírez, sobre quien ahora pesa una orden de captura, logró escaparse del Cocito porque no estaba en Nicaragua. Su traición, al menos la más reciente, ha sido la publicación de su última novela Tongolele no sabía bailar, una ficción apegada a los hechos que describe la masacre cometida en 2018 a manos de policías y paramilitares. Una obra que cuenta cómo los enemigos del régimen son eliminados por los designios de una pitonisa, seguidora de Sai Baba, una especie de consejera rocambolesca.

Sin embargo, como sucedió con el escritor Salman Rushdie, los Ortega-Murillo también han dictado una especie de fetua bananera contra el escritor: el libro de Ramírez no puede leerse en Nicaragua y los ejemplares están secuestrados en aduana. El autor no está físicamente en la Judeca, pero sí dentro del noveno círculo de la represión de la pareja. Propenso él, al igual que todos los nicaragüenses, a ser castigados por ese Lucifer bicéfalo y gélido, cuyas alas de murciélago azotan en El Chipote de forma perpetua, porque, a fin de cuentas, al ser ellos los únicos traidores originales, nunca podrán salir del infierno dantesco que han creado.



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