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Cómo es trabajar en la empresa más grande de Estados Unidos en medio de la pandemia de COVID-19


2021-09-29

Por Chris Colin | The New York Times

'Cada día es escalofriante'

El día que Peter Naughton despertó en el suelo, era una mañana cálida en Baton Rouge, Luisiana.

Adolorido y desorientado, ya había entendido lo que su madre le estaba diciendo: había tenido otra convulsión. Pero también comprendió una realidad aún más amplia: tenía que reponerse y, de alguna manera u otra, ir a trabajar.

Naughton, un cajero y asistente en la sección de autopago de una tienda Walmart cercana, tenía pavor de consumir su tiempo libre, limitado y remunerado, en medio de una pandemia. Su madre, por su parte, insistía en que su hijo, que padecía epilepsia y tenía 44 años en ese momento, se quedara a descansar en casa. Ya de por sí eran difíciles las horas posteriores a una convulsión. Si añadimos la tensión provocada por la COVID-19 y una clientela que en su mayoría —y casi siempre enojada— se negaba a usar cubrebocas, un día de trabajo no parecía ser lo mejor para recuperarse.

Al final, el dolor de cabeza cada vez más fuerte y la confusión mental que sufría Naughton fueron tan intensos que cedió a los deseos de su madre. Marcó el teléfono una, dos, tres veces y nadie le contestó. Debido a la sanción por faltar al trabajo sin avisar (y al temor de arriesgar su empleo durante épocas inciertas), supo lo que tenía que hacer. Tambaleándose, fue hasta la tienda y marcó su entrada.

Eso sucedió en el verano de 2020 y durante el año siguiente, parece que nada más se han multiplicado los desafíos y el estrés en torno a los empleos esenciales que reciben salarios bajos, como el de Naughton.

Mientras las oficinas cerradas analizan con cautela las ventajas y la logística de volver a abrir, parece que una esfera paralela de trabajadores —empleados del sector minorista, jornaleros, personal de urgencias y médico, entre otros—parecen vivir en otro país por completo. En el caso de ellos, jamás cerraron nada y, a menudo, su trabajo se volvió en verdad difícil.

“Cada día es escalofriante”, comentó hace poco Naughton, quien ahora tiene casi dos años de trabajar en Walmart.

Naughton nos dijo esto en plena oscuridad, ya que aún no le reconectaban la energía eléctrica algunos días después de que el huracán Ida había pasado por Luisiana. La temperatura era de 33,8 grados Celsius. Más tarde tomaría otra ducha fría, también en la oscuridad, con la esperanza de refrescarse un poco antes de dormir.

Naughton vive con sus envejecidos padres en una calle tranquila cubierta de áreas verdes con pequeñas casas de ladrillos que no está muy lejos de donde asistió a la escuela secundaria. El año pasado, tuvo un apartamento durante un tiempo, pero su salario de 11,55 dólares por hora ya no le alcanzaba para pagar la renta, aunque trabajara tiempo completo. Así que se regresó con sus padres y ahora vive con el temor de llevarles a casa la contagiosa variante delta. (Naughton tiene el esquema completo de vacunación, pero mencionó que su padre, de 78 años, tiene problemas de salud que no le permiten vacunarse y que estos mismos problemas incrementan las probabilidades de que se agrave si contrae la enfermedad).

En otras partes del país, el tema ha comenzado a avanzar y a alejarse del primer sobresalto de la COVID para convertirse, con cautela, en algo más especulativo. ¿Cómo se verá la vida después de la pandemia? ¿Cómo han cambiado nuestras prioridades? Pero para extensas franjas del país, a las que en gran medida no ha llegado la vacunación, de muchas maneras sigue siendo el final del año 2020.

“Muchas personas de aquí todavía no creen que exista el virus, aun cuando los hospitales están llenos y tienen familiares que han fallecido”, comentó Naughton. “Una compañera me dijo que aceptar la vacuna sería como ir en contra de su religión. Otro me dijo que la vacuna contiene fetos de bebé y mercurio. Alguien más comentó que fue creada por Bill Gates con el fin de insertar microchips para poder rastrearte, y yo digo: ‘¿Para qué querría él rastrearme a mí?’”.

Es posible que las conversaciones que describe Naughton estén fuera de lugar en términos epidemiológicos, pero parece que él y otros miles de personas están atrapadas en una vorágine del Estados Unidos actual, un torbellino de política, creencias, resentimientos y temores. En los restaurantes de comida rápida, las tiendas de comestibles, los almacenes, los asilos y en cualquier parte donde se presenten todos los días los trabajadores esenciales, ha surgido una profunda división. Los trabajadores preocupados por el virus están a merced de quienes no lo están.

“Si en el trabajo le pido a la gente que se ponga cubrebocas o que guarde su distancia, se enfurece y me acusa con el gerente; entonces tengo que recibir asesoramiento. Si vas a orientación demasiadas veces, pierdes el empleo”, comentó Naughton refiriéndose al sistema de la empresa para administrar las infracciones de los empleados. (Charles Crowson, un portavoz de Walmart, no negó que la acumulación de asesoramientos ocasione despidos).

Con frecuencia, la cruda realidad de la pobreza y la tensión de tener un empleo de bajo salario en una situación de gran presión están envueltas en esta dinámica. Y así, una situación ya de por sí estresante se empeora. Naughton comentó que, de manera rutinaria, en su tienda y fuera de ella las tensiones abundan, como el encono ante el requerimiento de usar cubrebocas, la inseguridad en el trabajo, una gran demanda de agua embotellada, la política relacionada con las vacunas.

Durante los últimos meses, Naughton ha puesto sus esperanzas en una transferencia: hay otra tienda Walmart cercana que él cree que es menos estresante. Explicó que, tras ejercer mucha presión, al final se aprobó el trámite. Por coincidencia, es la misma tienda donde casi siempre compra su padre, a pesar de los riegos del COVID.

“Es muy necio. Va a comprar pastelitos y Coca-Cola. Pasa horas ahí, pero nosotros le decimos que no lo haga, que no es seguro”, afirmó Naughton.

Con casi 1,6 millones de trabajadores, Walmart es la empresa privada más grande del país. Tan solo en Luisiana, emplea a 35.954 personas que trabajan en alguno de los supercentros, de las tiendas de descuento, de los supermercados del barrio o de los Sam´s Club de todo el estado. Parece que la COVID benefició sus finanzas: durante el año fiscal de 2020, la empresa generó 559,000 millones de dólares de ganancias, 35 millones más que el año anterior. Pero los activistas sindicales alegan que demasiado poco de ese dinero se ha destinado a protecciones laborales, lo cual, a su vez, ha prolongado la pandemia.

Según United for Respect, un grupo de defensoría sin fines de lucro para los trabajadores de Walmart y Amazon —del cual Naughton es un miembro declarado— las medidas de seguridad siguen siendo en extremo insuficientes.

Como respuesta, United for Respect está presionando para que se tomen cinco medidas: un pago de 5 dólares por hora por riesgos, acceso a un salario adecuado y permisos sin goce de sueldo, notificación inmediata de los casos positivos dentro de la tienda, inclusión de los trabajadores en la creación de protocolos de seguridad y protección contra represalias. Mientras tanto, ha creado una herramienta de reporte de COVID para los empleados de Amazon y Walmart. Hasta ahora, se ha hablado de cerca de 1900 casos en 360 instalaciones y tiendas.

“Walmart permite que la gente entre sin cubrebocas todo el tiempo y no hace cumplir el distanciamiento social”, señaló Naughton. “Nuestra vida está en un peligro constante. Tienen ‘embajadores de la salud’, pero lo único que ellos hacen es estar sentados en la entrada y ofrecerles cubrebocas a los clientes. Yo he tenido que hacer ese trabajo y mucha gente tan solo te ignora o se enoja”.

Como respuesta, Crowson, el vocero de Walmart, señaló que la empresa “ha trabajado mucho para proteger la salud y la seguridad de sus empleados y sus clientes mediante vacunas gratuitas, mejores prácticas de higiene, pruebas de salud y verificación de la temperatura a nuestros empleados todos los días, bonos especiales y una política de permisos por emergencias”.

Por su lado, Naughton sigue teniendo miedo en el trabajo al tiempo que también le teme a la idea de perderlo. En parte, esto obedece a una ética de trabajo que heredó de su padre, quien nunca se reportó enfermo en la planta de sustancias químicas donde pasó su vida laboral. Pero también se trata de supervivencia básica en una época de incertidumbre económica. Sin tomar en cuenta cualquier consecuencia de salud que le afecte a él o a sus seres queridos, le preocupa perder el empleo si se contagia de COVID. A la edad de 45 años, con un seguro médico de Medicaid, del cual depende, y sin un plan de retiro, todas las mañanas se sigue poniendo su chaleco amarillo de “empleado orgulloso de Walmart”.

“Dicen que somos esenciales, pero nos tratan como si fuéramos desechables”, aseveró.



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