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Primera gran marcha contra Bukele


2021-10-13

Roberto Valencia | The Washington Post

Dos años, tres meses y 15 días disfrutó el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, sin que las calles del país acogieran una manifestación en su contra digna de ser adjetivada como masiva. Había habido protestas, por supuesto, pero la primera marcha cuya afluencia se midió inequívocamente en miles —y no en docenas o cientos— ocurrió el 15 de septiembre. Quizá algo esté comenzando a cambiar.

Autoproclamado como el “dictador más cool del mundo mundial” en su cuenta de Twitter, Bukele aún goza del respaldo mayoritario entre sus gobernados, a niveles casi surrealistas. A inicios de septiembre se publicó la más reciente encuesta de La Prensa Gráfica, un diario crítico con el gobierno, que reveló que 85% de los salvadoreños aprueban la gestión presidencial, en sintonía con su triunfo arrollador del 28 de febrero en las urnas.

Una parte de la comunidad internacional se arranca los cabellos con cada desvarío autoritario del presidente histriónico (militarización de la Asamblea, remoción del fiscal general y de la Sala de lo Constitucional, jubilación forzosa de cientos de jueces…), pero lo cierto es que ninguno de esos episodios ha pasado factura a su popularidad. Tampoco la pandemia ni la crisis económica generada por esta.

La relevancia de lo ocurrido el 15 de septiembre no está en lo numérico (unas 8,000 personas en un país de 6.3 millones de habitantes), sino en la heterogeneidad. Aquel día marcharon veteranos de guerra, feministas, jueces, sindicalistas, religiosas, antiabortistas, militantes de los partidos que el bukelismo redujo a la intrascendencia y, sobre todo, ciudadanos que motu proprio quisieron explicitar su hartazgo.

“Es imposible meter a todas esas personas en una sola categoría”, me dijo en entrevista Marcela Galeas, una abogada penalista de 34 años, sin pasado partidario, que está emergiendo como una de las voces más activas y mesuradas contra Bukele. “La marcha fue una expresión de disconformidad con distintas políticas del gobierno”, agregó.

El relativo éxito de la convocatoria se cultivó en Twitter, sobre todo en los Spaces (espacios de discusión en audio) que proliferaron en los días y semanas previas. Marcela Galeas organizó varios de los más multitudinarios, con hasta 2,000 participantes simultáneamente. Tiene su punto de ironía que los opositores estén comenzando a organizarse en Twitter, la red social predilecta de Bukele, su más sonoro altoparlante.

Si bien minoritaria, la oposición ha sabido dar un primer susto al oficialismo, pero ¿y ahora qué? Habrá más manifestaciones —se está organizando otra para el 17 de octubre, bajo el hashtag #El17Marchamos—, más activismo y más denuncia, me respondió Marcela Galeas. Lo de construir un liderazgo político que permita hacer frente a Bukele es harina de otro costal.

La gente en El Salvador será convocada a las urnas en los primeros meses de 2024 para elegir al presidente, a los diputados y a los alcaldes. Dos años pueden ser una eternidad, pero no en política, sobre todo si se pretende competir de tú a tú con el bukelismo, que a su refinada maquinaria propagandística que le permitió triunfar en 2019 y 2021 ha sumado el control absoluto del aparato estatal.

Más allá de generalidades como que el candidato presidencial opositor debería ser de consenso, de preferencia una mujer, y sin pasado partidario, Marcela Galeas no me respondió mayor cosa sobre quién o quiénes harán frente al bukelismo en las urnas. Además, presumiblemente irán contra el propio Nayib Bukele, después de que una reciente resolución judicial de la nueva Sala de lo Constitucional —sumisa al oficialismo desde el 1 de mayo— diera luz verde a la reelección presidencial, algo prohibido en la Constitución.

Hoy, a poco más de dos años de que El Salvador se sumerja de nuevo en una campaña electoral, la oposición continúa huérfana de liderazgos que —siquiera en un plano teórico— puedan convertirse en una alternativa real.

“Yo no creo en la renovación de estos dos partidos; no han dado pasos que te hagan pensar lo contrario y vienen de perder todas las elecciones”, respondió Marcela Galeas cuando le pregunté qué papel deberían desempeñar ARENA (Alianza Republicana Nacionalista) y el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), los dos pilares del sistema partidario que (mal)gobernó el país desde la guerra civil y que el bukelismo dinamitó.

Ante este escenario, hay cuatro cosas claras: la primera, que Bukele es un líder autoritario que tiene serios problemas con el Estado de derecho, y que su proyecto político —sea cual sea— no se circunscribe al quinquenio para el que los salvadoreños lo eligieron en 2019.

La segunda, que el rechazo visceral a los partidos ARENA y el FMLN sigue siendo un elemento de cohesión entre los simpatizantes de Bukele. Cualquier propuesta desde la oposición que huela a esos partidos, siquiera de forma tangencial, podrá ser fácilmente bombardeada por la bien aceitada maquinaria propagandística oficial.

La tercera, que movilizar a los disconformes con la gestión presidencial —como ocurrió el 15 de septiembre— está bien para cohesionar y entusiasmar a los ya convencidos a la causa, pero que sigue habiendo una sólida mayoría convencida de que Bukele es un buen presidente. Hay cientos de miles que agradecen, por ejemplo, que el gobierno repartiera paquetes alimenticios en los meses más duros de la crisis sanitaria, que agradecen los macarrones y el atún con los que un sector de la oposición trata de ridiculizar a los entusiastas del bukelismo.

Y cuarta: en cuanto a apoyo electoral, la base social de Bukele está en las comunidades, colonias y cantones de extracción más humilde, donde los Spaces de Twitter son una excentricidad.

Entonces, tras la marcha del 15 de septiembre, Bukele sigue teniendo el sartén por el mango, y algo realmente insospechado tendría que suceder en El Salvador para que el 2 de junio de 2024 la presidencia de El Salvador no la siga ejerciendo el propio Bukele o algún delfín bien domesticado.


 



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