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Cine y fascinación


2021-10-26

Por: Alfonso Méndiz

La capacidad sugestiva de las películas y la legitimación de conductas que, directamente, afectan a la familia

La representación audiovisual (cine y televisión) posee una capacidad muy superior a la de otros medios de comunicación: prensa, revistas, radio, grabaciones musicales... Una capacidad superior para fascinarnos, para evadirnos de la realidad y transportarnos a otro mundo de valores. La representación en los filmes es siempre una experiencia viva y fuerte, emocionalmente dramática, y con frecuencia se acaba asimilando como una experiencia vivida. Puede alcanzar esa conmoción interior que los clásicos denominaban "catársis".

Así, por ejemplo, una chica joven podría pensar: “¿Cómo me van a decir mis padres que la relación sexual se orienta a la vida y sólo tiene sentido en el matrimonio? ¡Si yo sé cómo es (autoridad epistemológica) y cómo debe ser (autoridad deontológica) el sentido de la relación sexual! ¡Si sé que tiene sentido cuando hay “amor”, cuando es expresión de un sentimiento! ¡Si lo he visto con mis propios ojos, si lo he vivido!”.

En realidad, lo ha visto y lo ha “vivido” en el cine, pero lo ha asimilado como algo vivido en primera persona.

Esas imágenes audiovisuales le han permitido asumir la instancia de testigo presencial: considera verdaderamente que ha experimentado esos hechos, y por tanto le parecen más verdaderos y reales que los discursos de sus padres y educadores. El tratamiento del tema, la historia “vivida” o “experimentada” en la película o la teleserie, adquiere así el estatus de algo incontestable, asentado en virtud de una supuesta experiencia propia.

Esta faceta de “manipulación de la experiencia” resulta mucho más importante en los jóvenes, pues son más vulnerables al poder fascinador de la imagen. Cuando en la escuela se habla de valores o actitudes morales, o cuando sus padres les proponen hablar “de algo serio”, inmediatamente ponen un filtro ante lo que oyen, porque lo interpretan como “imposición”, como “sermón” o, en el peor de los casos, como flagrante “manipulación”. Pero no piensan nada de eso cuando ven una película que les habla también de valores y de actitudes morales.

Las historias (asumidas como “experiencias” personales) parecen fluir con espontaneidad, pero son fruto de una determinada concepción de la vida: detrás de ellas hay un filtro intelectual que muestra unos modelos de felicidad y unos personajes que pueden hacernos parecer ridícula una virtud o aceptable y digna una conducta viciosa. Penetran en su mundo interior sin obstáculos, a remolque de las emociones vividas en su imaginación.

La función de legitimación que las ficciones audiovisuales ejercen en nuestra sociedad. En su libro "Theories of film", Andrew Tudor define así este efecto sobre el público: “Es el efecto, más potente que los habitualmente descritos, por el que las películas justifican o legitiman creencias, actos e ideas”.

Hoy en día, el cine ha legitimado conductas y percepciones de la realidad que hace sólo unos años provocaban el rechazo o la discrepancia moral de buena parte de la sociedad. Hoy, después de haberlos visto una y otra vez en filmes y teleseries, han pasado a ser “normales”, legítimos. El cine les ha dado carta de naturaleza, ha establecido socialmente que son mucho más corrientes de lo que se piensa, que son plenamente válidos y, en todo caso, que deben verse como inevitables. Por eso invita al público a aceptarlos como “políticamente correctos”.

Entre otros comportamientos que afectan directamente a la familia y que el cine ha contribuido a legitimar, podrían señalarse:

La convivencia durante el noviazgo: en todas las teleseries juveniles, desde “Compañeros” y “Al salir de clase”, hasta “El internado”, “90-60-90” (fotograma de arriba) o la polémica TV movie “El pacto” (en la que siete adolescentes de 4º de ESO deciden quedarse embarazadas por solidaridad con otra alumna embarazada: así, engañando de paso a sus parejas –coniven con sus novios con la más plena naturalidad– llegan no sólo a banalizar el sexo, sino a justificar la maternidad por mero capricho, al margen de todo compromiso).



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