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No son todos los que están, ni están todos los que son
José Manuel Rodríguez Solar La Iglesia Católica somos una congregación de los fieles que creemos en Jesucristo como el Mesías: El Hijo de Dios, Salvador y Rey descendiente de David, prometido por los profetas al pueblo hebreo. El Hijo de Dios hecho Hombre. Somos cristianos en virtud del bautismo. Estamos dentro de la Iglesia que fundó Jesús. Creemos en el Evangelio, en su palabra sobre la vida eterna, en sus promesas y en las revelaciones que nos hizo, en su doctrina de bondad y de lo bueno. Y estamos reunidos en la Santa Iglesia Católica y Apostólica para difundir los Evangelios, nuestra misión es evangelizar y predicar la palabra de Jesús. Distinguimos su señal en la Santa cruz. Reconocemos a Pedro como su sucesor. Nadie del gremio católico podría defender o excusar a esos sacerdotes pederastas y diabólicos que traicionaron su apostolado y sus deberes morales para con sus feligreses, tal como también sucede con todos aquellos que tienen similares conductas en cualquier otra parte de la sociedad. La injustificable conducta de esos hombres corrompidos, no son motivo para descalificar o censurar a todos los demás que están dentro de la misma corporación. En todas partes el demonio está metido y como tal sus mayores ataques no podían dejar de ser hacia la iglesia de Cristo, a quién considera su peor enemiga. Ahora mismo, después de estas infiltraciones dentro de la iglesia sus seguidores, otro tipo de hombres, infiltrados en los medios de comunicación, empuñan la pluma y atacan a toda la institución eclesiástica por culpa de unos cuantos, y son el mejor pretexto para desprestigiarla. En ninguno de estos ataques encontramos un juicio sabio y pasa desapercibida el análisis de estas conductas y el origen de las mismas. En muchos casos ni siquiera se sabe que sean verídicas ni están autentificadas. Solamente bastaron los señalamientos de aquellos que se atrevieron a lanzar acusaciones sin prueba alguna y a destiempo, no precisamente durante la flagrancia, y en cambio sí con peticiones y demandas económicas por los "daños causados", y mediante estas compensaciones “poder perdonar” y olvidar el ultraje y latrocinio. El clero, los hombres, las autoridades eclesiásticas, los sacerdotes, religiosos o religiosas, son encargados de la Iglesia, de los templos, de la evangelización; pero no son ni siquiera ejemplo fiel de Jesucristo al que nadie puede compararse ni asemejarse, y como tales, como hombres, estamos expuestos y tentados a pecar y a traicionar los principios y el apostolado de Jesús, sin importar que lugar ocupamos dentro de la iglesia, y obviamente el clero es el principal centro de atención y atracción del demonio para corromperlos y con ello escandalizar a los feligreses. Intenta con esto y a través de estos desertores y traidores de la iglesia, apartarnos y dividirnos, confundirnos y que dudemos de nuestra creencia y fe en Jesucristo y su congregación. Quien puede defender a Marcial Maciel después de todo lo que hemos sabido. Quienes fueron los que lo encubrieron, que de alguna manera se hicieron sus cómplices al encubrir sus fechorías. No solo hizo mal a sus víctimas, sino también, al no saberse oportunamente, siguió causando un daño moral a la misma iglesia en la que se infiltro con piel de oveja, pero que finalmente fue descubierto y hoy su juicio está en manos de Dios. Cualquiera puede entender y descifrar que este hombre era el demonio dentro de la Iglesia, un enemigo enmascarado con el fin de hacerle daño, pero lejos estuvo de lograrlo, porque la iglesia somos todos los católicos, no es un solo hombre. Si en cambio le hizo daño a aquellos que creyeron en estos demonios y que no se dieron cuenta de que estaban frente al mismo mal endemoniado. Bien dijo Jesús en alguna ocasión y a propósito de la hipocresía y de los impostores: “Por sus obras los conocerás. Allá aquellos que no creen en Dios ni en Jesucristo, que no distinguen su señal y su llamado, que no respetan su Iglesia y que todavía tratan de destruirla. Judas es el otro lado de la medalla para mostrarnos la traición, la deserción, la ingratitud y la maldad extrema. El mensaje no puede ser más claro, dentro de su Iglesia había uno malo, pero la mayoría, los otros once, fueron buenos apóstoles. La traición de Judas no destruyó el rebaño que dejo Jesús y después de dos mil años sigue existiendo. La palabra Iglesia utilizada por Jesús significa reunión de los que tienen una vocación en Él como su Maestro. La declaración doctrinal de Jesús muestra una pieza básica de la constitución jerárquica del nuevo Pueblo de Dios: un hombre será la cabeza visible de la Iglesia. Otros destacan la especial protección prometida por Jesús a la Iglesia. Entonces eran sólo una promesa, pero se hará patente su eficacia con el paso del tiempo y la superación de todas las dificultades que hubieran podido hacerla tambalear o incluso desaparecer. Todo esto es verdadero y forma un mosaico de luces: el misterio de la Iglesia, su gran poder para salvar, la presencia de Cristo en ella hasta el final de los tiempos. Es mucho más de lo que se le promete. “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, quedará desatado en los Cielos”. (Mateo 16:19) Pedro será la roca contra la que se estrellarán las asechanzas del Enemigo, lo que contará con unos poderes y facultades muy superiores a su propia capacidad y a la de cualquier hombre: perdonar, regir, acertar en lo esencial, aglutinar en la unidad a la convocación -común vocación- de los elegidos. Finalmente, para concluir y como corolario: Estamos en la Iglesia Católica siguiendo a Jesús, a Jesucristo, al Mesías, al enviado de Dios que nos señala el camino para la continuidad de una vida que sea eterna, tal como nos lo anunció. No seguimos a ningún hombre o cualquier otro líder, menos a religiosos o sacerdotes que lejos de identificarse con nuestra Iglesia se identifican con el demonio por sus actos vergonzosos que están descubiertos y que por fortuna se han revelado de una u otra forma, por uno u otro interés. Aplaudimos la expulsión de esos demonios y la limpieza que se está llevando a cabo dentro de nuestra Santa Iglesia. Los daños causados a quienes se han quejado de ellos no fueron cometidos más que por aquellos que han sido debidamente señalados. Ellos son los culpables, los pecadores y los que merecen el castigo. Son los hombres, no las divinidades en las que creemos. Cada quién es responsable de sus actos y sería una cobardía responsabilizar a otros de ellos. Más aún cobijarse dentro de la iglesia con alguna clase de impunidad o inmunidad después de semejante traición, quebrantando la fidelidad y lealtad que debieron guardar y tener. aranza |
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