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Un límite humano para el negocio del fútbol


2021-12-08

Por Alejandro Wall | The New York Times

Si 2020 fue el año del apagón deportivo por la pandemia —con un encendido lento a base de protocolos, burbujas y ausencia de público—, 2021 fue el año de las agendas saturadas, un calendario que no dio respiro al menos para el fútbol.

De acuerdo con un estudio del Sindicato Internacional de Futbolistas (FIFPro) junto a KPMG Football Benchmark, hubo futbolistas profesionales que en las últimas tres temporadas viajaron 200,000 kilómetros. Torneos de liga, copas nacionales, continentales, mundial de clubes, copas y eliminatorias con sus selecciones y amistosos comerciales. Del estadio al avión, del avión a los entrenamientos. Son jugadores de élite, los mejores pagados.

El estudio alertó que en el último año el porcentaje de minutos de juego para los jugadores aumentó. Un estudio publicado por el British journal of sports medicine indica que el descanso ideal entre cada partido debe ser de cinco días. Dos encuentros por semana incrementan el riesgo de lesiones, pero además baja el nivel de rendimiento. El descanso que se recomienda fuera de temporada es de 28 días. 45% de los jugadores, según FIFPro y KPMG, no pudo poner en reposo sus piernas tanto tiempo. El costo es alto para los jugadores y para el espectáculo.

Y es que todo tiene sus consecuencias. “Tengo serias dudas sobre el futuro del fútbol profesional —alertó Marcelo Bielsa, entrenador del club inglés Leeds United— porque se comercializa constantemente y el producto cada vez es peor. Me da mucha tristeza cómo se está deteriorando”.

La disputa por el calendario atravesó todo el año en distintos capítulos. Los clubes más poderosos de Europa intentaron armar una Superliga que nunca llegó a concretarse por la resistencia de los hinchas. Durante la Eurocopa vimos a un jugador desplomarse en medio de un partido que continuó unos días después mientras él permanecía internado. La Conmebol hizo jugar partidos en medio de protestas sociales en América Latina. No pudo organizar la Copa América en Colombia —por su crisis política— ni en Argentina —por su crisis sanitaria—, pero la llevó a Brasil a pesar de que hasta la selección local amagó con rebelarse. En el camino consiguió vacunas contra el COVID-19 aunque solo seis selecciones retiraron dosis para sus planteles. Después de la Copa América volvieron las eliminatorias y otra vez la pulseada con los clubes. La Premier inglesa se negó a ceder jugadores amparándose en la situación epidemiológica de la región. Solo cuatro argentinos desoyeron la orden. Otro argentino, Lionel Messi, recibió tiempo después el reto de Leonardo, el director deportivo del París Saint-Germain (PSG), club en el que juega, cuando viajó lesionado para jugar con Argentina. “En estos dos meses pasó más tiempo con su selección que con el club —se quejó el exfutbolista brasileño—. Viaja, vuelve, viaja y ahora tiene problemas musculares”.

Los clubes y la mayoría de las confederaciones continentales enfrentaron la propuesta de la FIFA de Mundiales cada dos años que les implicaría compartir todavía más a sus figuras. Nadie está pensando en la salud de esos jugadores o en un fútbol mejor, sino en quién gana más en esa industria. La modificación alteraría una medida de tiempo. Desde 1930, la vida de los hinchas de fútbol es eso que sucede cada cuatro años: los hijos que nacen, los avances tecnológicos, los cambios geopolíticos. La FIFA tiene un punto: vivimos en un mundo en el que todo va más rápido, desde la pelota hasta los audios de WhatsApp. ¿Por qué no podrían ir más rápido los Mundiales? El fútbol sudamericano, cuyas ligas son vampirizadas desde hace tiempo por los clubes europeos, solo puede ver de cerca a sus mejores figuras cuando juegan en sus selecciones.

El temor de Bielsa sobre el futuro del fútbol es compartido por otros colegas. “Lo único que importa es el dinero”, dijo el alemán Jürgen Klopp. El fútbol europeo está controlado por magnates, grandes empresarios ajenos a los clubes, fondos de inversión y Estados, como ocurre con Abu Dhabi en el Manchester City, Qatar en el PSG y Arabia Saudita en el Newcastle. El armado de la Superliga mostró que los dueños piensan en los hinchas como clientes, consumidores de un negocio. Buscan a los fans extraterritoriales, los que compran camisetas en cualquier parte del mundo, una generación de hinchas PlayStation. Los videojuegos pueden perfeccionar sus imágenes y movimientos. Se termina un partido, comienza otro. Todo está en un comando. Pero los futbolistas, aún con sus cuerpos privilegiados, no están hechos de bits. El daño es físico y también mental, como lo demuestran diversos informes, incluso de la FIFA.

¿Por qué no querríamos tener más Mundiales? ¿Por qué no querríamos ver más seguido a los mejores equipos del mundo competir entre sí? ¿Por qué no querríamos tener cada semana más partidos? ¿Es nostalgia de un fútbol que ya pasó? ¿O es que en serio vemos al fútbol en peligro? El año que viene se hará una Copa del Mundo entre noviembre y diciembre, fuera de la tradición de junio y julio para acomodarlo a las temperaturas de Qatar. Las ligas europeas avisaron que terminarán sus competencias unos días antes. ¿Qué se podrá esperar de un Mundial con jugadores fundidos?

La ambición capitalista del fútbol no solo pone en riesgo los cuerpos de los protagonistas, también afecta el juego, lo deportivo. Por supuesto que hay buenos —y muy buenos— partidos, que hay grandes equipos y que muchas veces lo impensado del fútbol —su magia— se impone. Pero se trata de un fútbol cada vez más desigual en la competición, más restrictivo para los hinchas y menos democrático.

Unos días antes de que comenzara Sudáfrica 2010, el preparador físico argentino Fernando Signorini adelantó que Messi llegaba muy cansado al Mundial. “El daño ya está hecho y es irreversible”, dijo. Luego de escuchar las críticas que recibía por televisión, el escritor Eduardo Galeano le envió un correo electrónico desde Montevideo para sugerirle que aclarara sus declaraciones porque intentarían adjudicarle una responsabilidad en el eventual fracaso de Messi. “Si es que tal desgracia ocurre, Dios no quiera ni el Diablo tampoco”, le escribió el uruguayo. Signorini le respondió a las pocas horas desde Sudáfrica. “En su inhumana voracidad, le están apretando tanto el ‘gañote’ (garganta) a la gallina de los huevos de oro que terminarán por matarla”. Ya pasaron 11 años de esa premonición sin que nadie sepa dónde el negocio encontrará el límite del deporte, o sea, de lo humano.


 



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