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Las personas vacunadas no deberían cancelar sus planes navideños


2021-12-22

Leana S. Wen | The Washington Post

Por segundo año consecutivo, se nos avecina una oleada de coronavirus invernal en Estados Unidos. Las infecciones ya estaban incrementándose antes de que apareciera la extremadamente contagiosa variante ómicron; ahora, algunas proyecciones estiman que el país va camino a alcanzar más de 1 millón de nuevas infecciones diarias.

A pesar de estas cifras abrumadoras, no creo que las personas vacunadas deban cancelar sus planes para Navidad, Año Nuevo y otras festividades.

Un número cada vez mayor de investigaciones muestra que las vacunas existentes proporcionan una protección significativa contra enfermedades graves causadas por la variante ómicron. Aquellas personas que recientemente obtuvieron dosis de refuerzo de las vacunas Pfizer/BioNTech o Moderna tienen la mejor protección, incluida una menor probabilidad de infecciones leves posvacunación.

Sería una decisión razonable que las personas vacunadas y las que tienen dosis de refuerzo mantengan sus planes de viajes, cenas y visitas a amigos y familiares. Las personas en general sanas podrían concluir que sus probabilidades de enfermarse de gravedad a causa de la variante ómicron son muy bajas. Sus temores a ser hospitalizadas o a experimentar síntomas prolongados podrían verse superados por su deseo de regresar a las actividades prepandémicas.

Para ellas, y para gran parte de la población vacunada, el cálculo ha cambiado del riesgo que el coronavirus suponía para ellas al riesgo que ellas podrían representar para el resto de la población. Restringir sus actividades no es necesario ni productivo, y solo lograría desincentivar la vacunación.

En vez de eso, las personas vacunadas pueden simplemente tomar tres precauciones clave que les permitirán seguir adelante con la mayoría de los aspectos de sus vidas sin dejar de ser integrantes responsables de la sociedad.

Primero, utilicemos cubrebocas de alta calidad. Los cubrebocas de tela son apenas algo más que decoraciones faciales y no deben considerarse una forma aceptable de cubrirse el rostro. Estados Unidos debería seguir el ejemplo de Alemania, país que exige el uso de cubrebocas quirúrgicos de grado médico en espacios cerrados con muchas personas. En trenes y aviones, los cubrebocas N95 o KN95 deberían ser la norma, como lo son en Austria.

En segundo lugar, apliquémonos una prueba rápida antes de reuniones en espacios cerrados sin cubrebocas. Soy defensora de la regla “dos de tres”: cuando los niveles de virus son elevados, se necesitan al menos dos de las tres siguientes capas de protección: vacunas, pruebas o cubrebocas. Por ejemplo, una fiesta navideña con comida y bebida (y por lo tanto sin cubrebocas) debería exigir tanto la vacunación como una prueba negativa lo más cerca posible de la fecha del evento.

Por supuesto, esto depende de la disponibilidad masiva de pruebas caseras, lo que no es el caso en Estados Unidos. El presidente Biden debe comprometerse a un objetivo de tres meses para distribuir pruebas rápidas a todos los estadounidenses que la deseen, de forma gratuita, para que se convierta en norma que todos se hagan la prueba antes de reunirse con personas fuera de su hogar.

En tercer lugar, utilicemos herramientas adicionales como realizar cuarentenas y permanecer al aire libre. Para las personas vacunadas, la razón principal para evitar eventos de alto riesgo es el temor de contraer el coronavirus allí y luego propagarlo de forma involuntaria a otros. Sin embargo, podemos evitar esto siendo cuidadosos después del evento. Esperemos unos días y luego hagámonos una prueba antes de visitar a un pariente inmunodeprimido o médicamente frágil. O solo encontrémonos con ellos al aire libre, lo que sigue siendo una opción muy segura.

Ninguno de estos métodos, incluso si logran reducir de forma notoria la transmisión, detendrá al COVID-19 por completo. Tampoco toman en cuenta la carga injusta que existe sobre quienes permanecen desprotegidos y no por elección propia. Como madre de dos niños demasiado pequeños para ser vacunados, esto me afecta de forma grave. Pero al mismo tiempo, no quiero limitar las actividades de los demás. Mi familia seguirá tomando precauciones adicionales; no cenaremos en restaurantes internos ni llevaremos a los niños a eventos navideños que no exijan cubrebocas. Sin embargo, no creo que sea irresponsable que otros tomen decisiones diferentes, en especial cuando la realidad de cómo el COVID-19 los impacta en la actualidad es muy diferente a la mía.

Hay un grupo que creo ha sido terriblemente irresponsable y es en gran parte el culpable de la “ventisca viral” en la que nos encontramos. Me refiero al grupo de personas que sigue prefiriendo rechazar la vacuna. Estos son los mismos individuos que, en su amplia mayoría, ignoran otras precauciones del COVID-19 y por lo tanto tienen más probabilidades de infectarse, contagiar a otros y enfermarse de gravedad.

Si alguien debería tener sus actividades limitadas, es quien no se ha vacunado. Más ciudades deberían seguir el ejemplo de Los Ángeles, Seattle y Nueva York en exigir un comprobante de vacunación para poder entrar a restaurantes, salas de conciertos y gimnasios. Un mandato federal de vacunación para los viajes en avión y tren también incentivaría y reduciría la propagación de futuras variantes.

Millones de estadounidenses han hecho todo lo que se les ha pedido. Estos ciudadanos conscientes no deberían tener que seguir pagando el precio por los no vacunados. Sí, la variante ómicron representa una gran amenaza, pero tenemos muchas más formas de contener el virus que hace un año. Se debe permitir —e incluso alentar— que los vacunados evalúen sus propios riesgos y sigan viviendo sus vidas.

Después de todo, es casi seguro que la ómicron no será la última variante peligrosa que veremos. Esta ola invernal es una prueba de cómo podemos y debemos coexistir con el COVID-19.



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