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El Apocalipsis es una revelación que deshace una complicación
Por: Pbro. José Juan Sánchez Jácome Con el Apocalipsis podemos cultivar una mirada contemplativa, como Juan, para penetrar la realidad caótica. Meditando en la vida de los hombres y mujeres de Dios encontramos que la Biblia está llena de personajes que vivieron momentos de crisis. A partir de estas experiencias podemos decir que la crisis es una etapa necesaria en la historia personal y social. Se manifiesta como un acontecimiento extraordinario que siempre causa una sensación de inquietud, ansiedad, desequilibrio e incertidumbre. La crisis, por tanto, es una criba que limpia el grano de trigo después de la cosecha. Todos necesitamos estos momentos de crisis que purifican. Por lo que, a ejemplo de los hombres y mujeres de Dios, necesitamos mirar la crisis a la luz de la Palabra que genera esperanza. Esquivar esta luz nos hunde en el fracaso y la desesperación, pero mirarla desde el evangelio de Jesucristo nos lleva a perseverar y mantenernos fieles, convencidos de la actuación de Dios en nuestras vidas. Al sentir la debilidad frente a las contradicciones más radicales ya no nos sentiremos agobiados, sino que mantendremos una confianza íntima; esto es precisamente la esperanza. Se trata de mantener esta confianza íntima de que las cosas van a cambiar. Esta confianza íntima nace de la experiencia de una gracia escondida en la oscuridad, al grado de poder decir como San Pablo: “Presumo de mis debilidades…”. En medio de la fragilidad, de la vulnerabilidad y de la debilidad, la luz del evangelio nos lleva a hacer la experiencia de una gracia escondida en la oscuridad, en la crisis. Aquí es donde nace precisamente la esperanza. Este descubrimiento permite el cambio y nos lleva a levantarnos y a seguir adelante. La Sagrada Escritura ofrece esta mirada de esperanza. De manera especial, el libro del Apocalipsis nos permite ver en la oscuridad y perseverar en medio de las adversidades. El Apocalipsis es un libro cargado de simbología que contiene una semilla de consolación profunda, de esperanza profunda. Como dice el teólogo jesuita Christoph Theobald: “La esperanza se ha metido en el seno de la historia, en las entrañas de la historia”. Por lo tanto, el Apocalipsis no significa tragedia ni catástrofe, sino revelación, desvelamiento. No es algo incomprensible, sino que es una revelación que deshace una complicación ya que ilumina profundamente una realidad en crisis; su revelación es luz sobre una realidad compleja y problemática. La realidad es misterio, no es enigma. El enigma es como un muro en el que te topas y no te permite ver ni seguir adelante. Frente a este muro colapsan todas las esperanzas. En cambio, el misterio es exceso de luz. No es incomprensible, sino que se va manifestando de manera paulatina. Enigma y misterio es el modo de enfrentar y ver la vida. De manera enigmática, cerrada y sinsentido, o como una realidad que va mostrando su significado cuando aparece la luz y la intervención del Señor. La esperanza cristiana nos permite enfrentar la vida como un misterio -no como un enigma- y nos permite descubrir que la vida es más grande que nuestros razonamientos y cálculos. La vida siempre es más que mis esquemas y razonamientos. En Spe salvi Benedicto XVI expone de manera magistral el alcance y la meta de la esperanza cristiana: “En este caso aparece también como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente. De este modo, podemos decir ahora: el cristianismo no era solamente una «buena noticia», una comunicación de contenidos desconocidos hasta aquel momento. En nuestro lenguaje se diría: el mensaje cristiano no era sólo «informativo», sino «performativo». Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (n.2). El apocalipsis presenta un mundo caótico de símbolos, de imágenes, de colores, de situaciones dramáticas. A finales del siglo I la comunidad cristiana tenía una gran familiaridad con este tipo de lenguaje, con este género apocalíptico. Por lo que acogieron el apocalipsis como una escuela de esperanza, la cual nos lleva a vivir tiempos difíciles de otra manera. Este imaginario nos conecta con una tradición espiritual porque nos confronta con aquello que nos atemoriza, que nos asusta, con nuestras imágenes, con nuestros fantasmas. Es una confrontación con la bestialidad y con los aspectos más dramáticos y amenazantes de nuestra historia. Pero en la medida que vamos atravesando este lenguaje simbólico va produciendo una curación, una sanación, va injertando el germen de la esperanza. Con el Apocalipsis podemos cultivar una mirada contemplativa, como Juan, para penetrar la realidad caótica y descubrir la salvación de Dios ya que la historia es siempre mucho más de lo que vemos a simple vista. aranza |
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