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López Obrador se perfila para ser un presidente simpático pero inútil


2022-01-14

Carlos Loret de Mola A. | The Washington Post

La respuesta del presidente de México cuando se le cuestiona sobre la falta de resultados de su gobierno suele ser, de una u otra forma, que su popularidad personal es muy alta. Ambas cosas son ciertas: las mismas encuestas en las que la ciudadanía reprueba al gobierno en combate a la inseguridad o corrupción, muestran que la figura de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) tiene una aprobación de 65%.

Pero AMLO está entrando a la segunda mitad de su sexenio y no debería confiarse. Para un hombre tan obsesionado con su lugar en la historia, no querrá ser recordado como un mal presidente que caía bien: un simpático inútil.

Una revisión a los pendientes de su administración deja ver a bombas de tiempo que le terminarán por explotar, las cuales han sido ocasionadas por tres factores fácilmente identificables.

El primero es el desprecio por la técnica. Es un presidente que no confía en los expertos porque los considera parte de una élite privilegiada, a partir de prejuicios: porque fueron becados por gobiernos pasados, colaboraron con esas administraciones, estudiaron en el extranjero, etc. El presidente privilegia su intuición sobre el método científico y esto le ha generado varios tropiezos.

Por ejemplo, a pesar de haber aumentado el presupuesto para los programas sociales, hay casi cuatro millones más de pobres en México. 15 millones de mexicanos que tenían acceso a los servicios de salud pública al inicio de su gobierno, hoy ya no lo tienen. El programa Sembrando Vida, que busca reforestar, terminó deforestando. Construyó 140 Universidades del Bienestar pero algunas solo tienen 13 alumnos. Anunció 2,700 sucursales del Banco del Bienestar pero, a junio de 2021, solo llevaba 45 terminadas.

Todos estos tropiezos tienen como denominador común la falta de planeación, estudios previos y método. Los programas sociales que implementó no están funcionando para erradicar la desigualdad porque eliminó otros que sí. Su política de salud fue tumbar el Seguro Popular y sustituirlo en un día por su Instituto de Salud para el Bienestar. Los incentivos que ofrece Sembrando Vida hace que los campesinos talen bosques para alcanzar el mínimo de hectáreas necesarias para recibirlos. Y las universidades y el banco se construyen en sitios donde o no hay estudiantes o no hay clientes.

También quiso detener la venta de combustible robado (huachicol) y acabó dejando al país con escasez de gasolina. Quiso limpiar de corrupción la compra gubernamental de medicamentos y ahora hay desabasto de medicinas. La obra del Tren Maya ya salió más cara de lo previsto y acaba de plantearse un nuevo trazo. El aeropuerto Felipe Ángeles, que debería iniciar operaciones en marzo, aún no cuenta con todas las certificaciones y será más pequeño que el que se tenía planeado en Texcoco, el cual se canceló porque AMLO dijo que había corrupción en su construcción (sin pruebas hasta ahora), pero en el actual casi no hay licitaciones y se han otorgado contratos millonarios a empresas fantasmas.

El ejemplo más acabado del desprecio presidencial por la técnica se ve en el manejo económico. AMLO presume que ha inventado un modelo (la “economía moral”) y, para argumentar que este ha tenido éxito, se despega de la realidad y asegura que tiene “otros datos”. Pero la inversión sigue cayendo porque el presidente no genera confianza a los inversionistas, el Producto Interno Bruto mexicano cayó más del doble que el promedio mundial en 2020 y se recuperó solo la mitad en 2021. Tenemos la peor “cuesta de enero” de los últimos 21 años por una inflación disparada y la gasolina, que prometió bajar de precio, está más cara que nunca.

Es claro que el presidente necesita confiar más en los técnicos, dedicar más tiempo a pensar que a hablar, y sentarse en el escritorio a arrastrar el lápiz.

El segundo factor tiene que ver con la incapacidad del presidente para rectificar: es incapaz de aceptar que cometió un error.

Al inicio de la pandemia de COVID-19 muchos gobiernos se equivocaron, el de México entre ellos: sus funcionarios —incluido el presidente y el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell, un hombre absolutamente incapaz— despreciaron el uso del cubrebocas y las pruebas, dijeron que el coronavirus no era grave, motivaron a la gente a seguir saliendo y pronosticaron inicialmente que morirían unas 6,000 personas. Conforme las evidencias científicas se acumularon, la mayoría de los gobiernos enmendaron el camino. El de México no. Vamos rumbo a la cuarta ola y la postura no ha cambiado. El costo: 300,000 muertos oficiales, pero uno de los mayores excesos de mortalidad del mundo.

Con la inseguridad ha pasado lo mismo. Su estrategia fue hipermilitarizar el combate al crimen y al mismo tiempo ofrecer “abrazos, no balazos” a los delincuentes. Esa contradicción estructural permitió que los niveles de violencia siguieran escalando en el país: desde 2019 los homicidios alcanzaron un nivel histórico en el que se han mantenido. Está claro que la estrategia es un fracaso, pero no se ve intención de enmendarla.

La empresa petrolera Pemex es otro ejemplo. El poco dinero que tiene se ha desperdiciado en la refinería de Dos Bocas, que tuvo que ser construida por el gobierno dado que las compañías que participaron en la licitación señalaron que su construcción no estaría lista en los tiempos que marcaba el gobierno y que iba a costar más cara.

El tercer factor tiene que ver con su promesa de terminar con la corrupción, mediante la cual llegó al poder.

Los índices internacionales y las encuestas locales marcan que la cosa está peor que antes: la ciudadanía enfrenta más corrupción en su vida cotidiana. Hay ejemplos claros de esa percepción nacional: dos de los hermanos de AMLO, su secretario particular y su oficial mayor han aparecido en videos moviendo dinero en efectivo clandestinamente. Hay también varios integrantes estratégicos de su gabinete descubiertos con propiedades inmobiliarias que no podrían pagar con sus sueldos. Se ha aliado con los corruptos del pasado para dejarlos impunes y encubre a los corruptos del presente porque no puede aceptar que el fango llegó a casa.

Sería fácil desactivar estas tres bombas de tiempo: apostar por la técnica, corregir cuando las ideas son malas y limpiar la administración. Pero le ganan los prejuicios y la soberbia. Tuvo todo para ser un gran presidente, pero AMLO se perfila para ser el simpático inútil que no pudo con el paquete.



aranza


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