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Ingrid Betancourt carga un gran legado, pero su distancia de la Colombia actual la puede perjudicar


2022-01-27

Por Olga Behar, The Washington Post

Betancourt, quien fue conocida mundialmente por padecer un largo secuestro en la selva colombiana, se presenta a mes y medio de las elecciones legislativas en Colombia, y a menos de 200 días del fin del desgastado gobierno de Iván Duque, como una aspirante que podría darle un nuevo aire a una campaña política escasa de ideas y abundante en agravios.

Durante estos últimos 20 años, muchas situaciones estremecieron la vida de Betancourt, empezando con su secuestro, cuando entró en una zona controlada por la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el 23 de febrero de 2002. En la selva vivió seis años de sufrimiento y maltratos extremos, hasta que el 2 de julio de 2008 fue liberada en la espectacular acción militar conocida como Operación Jaque.

Con toda lógica, Betancourt decidió salir de Colombia para recuperarse física y emocionalmente. También, para reencontrarse con sus dos hijos, de quienes fue separada cuando eran niños. Estudió teología, escribió una autobiografía del secuestro y durante una década muchos colombianos creímos que hasta allí había llegado su carrera política, pues aparte de su polémico apoyo en 2018 al candidato de izquierda Gustavo Petro, y su respaldo al proceso de paz con la guerrilla que la había tenido cautiva, no parecía que tuviera intenciones de volver a la arena política.

Sin embargo, el abrebocas de su cambio fue la publicación, junto con el expresidente Juan Manuel Santos —artífice de su liberación, la cual planeó y ejecutó cuando fue ministro de Defensa— del libro Una conversación pendiente, que no solamente recapitula los hechos vividos —a veces juntos, en otras ocasiones de forma paralela— sino que también se ha convertido en una especie de plataforma política.

Allí, y ahora en su campaña, Betancourt diserta sobre el cáncer de la corrupción que corroe a Colombia, la necesidad de reparar a millones de víctimas del conflicto armado, el gran reto ambiental que debe asumir el próximo gobierno, y propone una tercera vía, alejada de la izquierda y de la derecha, si se convierte en la primera mujer presidenta de Colombia.

Estas ideas son poco originales en la Coalición Centro Esperanza. De una u otra manera, los otros seis precandidatos han propuesto lo mismo y esto convierte a Betancourt en una más, sin perfil diferenciador, más allá de su condición de mujer y de exsecuestrada.

Pero, ¿cómo hará para mostrarse como una líder contemporánea, que entiende los problemas del país? Hasta ahora, parece todo lo contrario. Tanto por sus postulados como “hoy retomamos de nuevo donde quedamos en el 2002”, que la anclan en el pasado, como por sus propuestas: construir ciudades para los desplazados del conflicto “donde podamos hacer de esos centros, centros de vida, un nuevo mundo donde las personas que no han tenido el derecho a tener su casa, de tener su posibilidad de insertarse en la prosperidad, encuentren la manera de cumplir sus sueños”.

Esta idea contrasta con la filosofía de la Ley de víctimas y de restitución de tierras, vigente desde 2011, que acoge el reclamo de millones de desplazados, que lo que quieren es que las tierras robadas les sean devueltas. Prolongar el destierro es hoy una idea claramente inviable y evidentemente no deseada.

Al llegar a última hora a la contienda, Betancourt está en medio de una lucha intestina pues uno de los precandidatos, Juan Manuel Galán, propuso —sin éxito— reducir el abanico de siete a tres candidatos para “sacudir” al electorado: “No hemos sabido emocionar y no hemos sabido conectar con el pueblo colombiano”, reconoció con sinceridad. Ni siquiera la aparición de Betancourt logró ese sacudón, pues en las recientes apariciones de los aspirantes de centro han primado los lugares comunes y las agresiones por encima de las ideas.

Para la selección del candidato único de esta alianza se hará una consulta el 13 de marzo, aprovechando las elecciones parlamentarias. Betancourt intenta ganar tiempo, con un discurso fuerte, en el que no ha ahorrado críticas contra sus propios compañeros de la coalición Centro Esperanza, especialmente hacia el exministro Alejandro Gaviria por aceptar en su campaña a políticos cuestionados por tener maquinarias corruptas, traicionando los acuerdos hechos por los precandidatos hace unos días.

Si Betancourt gana, participará en la contienda presidencial el 29 de mayo y lo más probable es que se enfrente al propio Petro, candidato por el Pacto Histórico (de centro izquierda liberal e izquierda). Con su plataforma purista, Betancourt no la tendría fácil para vencer a quien desde hace más de un año encabeza todas las encuestas, pues es improbable que acepte la adhesión de los perdedores, a quienes acusa de no ser impolutos.

Ingrid Betancourt es reconocida como una política estudiosa y honrada. Tiene, además, ideas profundamente democráticas. Y su condición de mujer y de víctima del conflicto armado despierta compasión y empatía. Pero es evidente la soledad en la que poco a poco ha ido quedando, pues en su contra juegan factores como la falta de conexión con sus colegas de coalición, la reiteración de frases sobre la lucha contra la corrupción sin que profundice cómo la libraría y la escasez de ideas novedosas para un país que cambió profundamente durante sus 20 años de ausencia.



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