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Casos como el de Djokovic refuerzan el discurso antivacunas
Por Luis Antonio Espino | The Washington Post Se ha señalado, por un lado, que las autoridades australianas se excedieron en sus atribuciones y, por el otro, que la deportación del tenista servirá como lección para quienes siguen resistiéndose a la vacuna. La realidad es que el caso hará poco por mover la percepción de las personas con postura antivacuna. Lo más probable es que termine por reforzar sus ideas al respecto, especialmente en caso de que las autoridades francesas permitan que Djokovic juegue sin tener que vacunarse, generando con ello la impresión de que la vacuna no es, después de todo, indispensable. ¿Es posible convencer a las personas con postura antivacuna para que cambien sus ideas? Las autoridades de salud consideran que sí, y que el reto es la falta de información. Por eso generan toneladas de evidencia demostrando que el riesgo de enfermar es mayor que el de sufrir efectos secundarios negativos. Pero ante esta información que contradice sus creencias, las personas con postura antivacuna arraigadas suelen responder atacando la legitimidad de quienes la generan, acusándolos de estar al servicio de conspiraciones promovidas por intereses oscuros. Ante la estadística, responden con anécdotas personales o de algún amigo o familiar; y ante la evidencia científica, con argumentos y referencias sacadas de redes sociales o de fuentes sin credibilidad técnica. En un siguiente nivel, se ha buscado inculcar en los escépticos el temor a enfermar, explicándoles las consecuencias negativas de no vacunarse. Los medios dan amplia difusión a casos de personas con postura antivacuna que enfermaron gravemente o fallecieron a causa del COVID-19. Esta estrategia puede servir para reforzar las ideas de quienes ya se vacunaron o están a punto de hacerlo, pero no sirve para cambiar la opinión de los escépticos más radicales, quienes consideran un acto de valor desafiar a la mayoría. Además, este sector cree haber comprobado sus sospechas dado que la primera generación de vacunas no ha impedido la propagación de las nuevas variantes. Quienes tratan de convencerlos tienen que entrar a complejas explicaciones sobre la diferencia entre la protección del contagio y la protección contra enfermar gravemente o morir. Lamentablemente, para cuando la verdad se prepara para salir de casa, la mentira ya le dio dos vueltas al mundo. Ante la prolongación de la pandemia, también se echa mano de la culpa y la vergüenza. Se dice que los no vacunados son un obstáculo para terminar con la crisis sanitaria, pues se han convertido en una suerte de placa de Petri viviente donde los virus pueden seguir mutando, fortaleciéndose y propagándose. Los gobiernos afirman que ahora vivimos una “pandemia de los no vacunados”, porque el coronavirus está atacando con más frecuencia y fuerza a quienes no cuentan con la vacuna, lo cual es cierto. Al mismo tiempo, esa frase estigmatiza a este grupo como si fueran los únicos transmisores de la enfermedad, cuando esta también se propaga a través de las personas vacunadas. Acusar a los no vacunados, de modo contraproducente, refuerza la idea de que las vacunas son la “bala de plata” que podrá poner punto final a la pandemia, cuando se necesitan más medidas —mascarillas, ventilación, sana distancia, antivirales nuevos— para lograr esa meta. Además, siempre es posible que surjan nuevas variantes que escapen a la inmunidad de las vacunas. Por eso, no se puede afirmar con absoluta certeza que la pandemia se terminaría si todas las personas recibieran la versión actual de estos productos. Finalmente, algunos gobiernos han comenzado a plantear políticas que no vuelven obligatorias las vacunas, pero que sí elevan los costos a quienes no quieren ponérselas. Hay una gran lista de países que piden el “pasaporte de salud” para viajar y entrar a lugares públicos, lo que incluye evidencia de vacunación. En Canadá, las autoridades de Quebec sugirieron la creación de un impuesto especial a las personas no vacunadas para pagar los crecientes gastos del sistema público de salud. La deportación de Djokovic entra en esta clase de políticas de restricción y castigo a los no vacunados. Pero esto solo refuerza uno de los puntos centrales de su narrativa: hay intereses políticos y económicos unidos para coartar las libertades individuales. No es raro que el tenista sea visto ahora como un héroe del movimiento antivacunas. Si queremos motivar a las personas escépticas a vacunarse, conviene recordar algunas reglas básicas de la comunicación. Primero, respetar a la audiencia, pues al no hacerlo se cierra de inmediato cualquier posibilidad de persuasión. Segundo, segmentar el mensaje y acercar a los emisores: hay que ir a lo local, a lo personal, y llevar el mensaje a favor de la vacunación por medio de personas en las que la gente confía como profesores, médicos y compañeros de trabajo. Tercero, no dar por hecho que las personas que se han puesto dos o tres dosis se pondrán la cuarta o la quinta sin dudar; es necesario diseñar mensajes positivos que refuercen su postura responsable. Cuarto, educar a los niños, pues tal vez sus padres ya no cambien de opinión pero ellos sí podrán hacerlo cuando sean adultos. Y, finalmente, apelar a las emociones positivas, pues no podemos esperar que, después de dos años de pandemia —y con el final todavía lejos— las personas seguiremos con el mismo nivel de atención y voluntad de seguir indicaciones que cuando todo empezó. Finalmente, el caso Djokovic refleja la importancia de mejorar la comunicación sobre las vacunas para que la gente enfoque su atención en las figuras públicas que ponen de su parte para cuidar la salud colectiva, y no en aquellas que se sienten —por la razón que sea— por encima de las reglas. aranza |
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