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Mientras los periodistas sigan siendo asesinados con impunidad, las sociedades del mundo sufrirán
Katherine Corcoran | The Washington Post Alguna vez, en mi larga carrera periodística, propuse realizar un reportaje detallado sobre un reportero que había sido asesinado en México. El editor rechazó mi idea. “A nadie le interesa lo que les suceda a los periodistas, excepto a otros periodistas”, sentenció. A las y los periodistas se les ha inculcado la noción de que nunca deben convertirse en la historia. Como resultado, somos los peores cuando debemos manejar las situaciones en las que lo hacemos, de forma muy similar al viejo adagio de que los médicos son los peores pacientes. De ahí proviene la impotencia actual ante la epidemia de asesinatos de periodistas en México, el país más peligroso para reporteros o fotógrafos desde hace ya un tiempo. Nueve periodistas fueron asesinados en 2021, lo que posicionó a México en el primer lugar de la lista de todos los países, según el Comité para la Protección de los Periodistas. A menos de un mes del comienzo de 2022, tres más han sido asesinados: Margarito Martínez Esquivel, un fotógrafo en Tijuana, fue asesinado a tiros frente a su casa el 17 de enero, mientras que Lourdes Maldonado fue asesinada el domingo 23 de enero por la noche, también frente a su casa. José Luis Gamboa murió apuñalado el 10 de enero en el estado de Veracruz. Ambos lugares se encuentran entre los peores para los periodistas mexicanos. Trabajé durante muchos años como periodista en México, y la cantidad de asesinatos siempre me pareció tan impactante como la falta de respuesta por parte del gobierno mexicano y el resto del mundo. La tasa de asesinatos de periodistas en 2021 fue más alta que la de cualquier país en guerra. México es una democracia, no está en guerra, y su Constitución garantiza la libertad de expresión. Nuestra respuesta como profesión a estos asesinatos me recuerda la manera cómo tratamos a los tiroteos en las escuelas de Estados Unidos. Mucha tristeza, indignación, algunas exigencias y luego… nada. Esa tendencia continúa firme. No podemos esperar a que las autoridades protejan a las y los periodistas, pues en México suelen ser los perpetradores. Además, el país sigue teniendo uno de los índices de impunidad más altos del mundo cuando se trata de resolver crímenes en general (está en el puesto 60 de 69 países evaluados en el Índice Global de Impunidad de 2020 por la Universidad de las Américas Puebla). El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, asegura que no hay impunidad. Además, afirma que los críticos están utilizando los asesinatos de los periodistas para manchar su gobierno. Parece ser incapaz de ver la oleada criminal fuera del contexto de su propia posición política. Tampoco podemos confiar en nosotros mismos, los periodistas. Por mucho que queramos expresarnos, siempre nos sentiremos incómodos si no nos mantenemos neutrales ante las noticias. Pero la noción persistente de que a nadie le interesa lo que les suceda a los periodistas —aparte de otros periodistas— es precisamente nuestro problema. No se puede proteger el tratamiento que recibe la prensa libre e independiente si a la ciudadanía de un país no le importa. La única forma de lograr que esos ataques obtengan justicia y rendición de cuentas es que la población lo exija. Sin embargo, en la tarea de explicar el rol crucial de la prensa independiente para mantener una sociedad libre, somos nuestros peores defensores. No logramos explicarle bien a nuestros lectores y audiencia por qué debería importarles lo que le suceda a un periodista, cuando la respuesta es bastante sencilla: cuando alguien asesina a un periodista o intenta silenciar una voz crítica independiente, el periodista no es el objetivo final. El objetivo final eres tú. Cualquiera que quiera silenciar a un periodista en México o en cualquier parte del mundo, incluido cada vez más Estados Unidos, está tratando de controlar lo que sabes y lo que ves. Su objetivo principal es controlarte. El editor Robert C. Maynard solía decir que, como periodistas, no les decimos a las personas qué pensar, sino sobre qué pensar. Quienes se esfuerzan en neutralizarnos quieren decirte qué pensar. La gente cuenta con nuestra labor. Aunque quizás no sepan por qué. Si no fuera por nuestro trabajo, no sabrías que los estadounidenses más ricos pagan la menor tasa de impuestos, que los productos que compras están hechos por niños o mano de obra esclavizada, que nuestro suministro de alimentos genera contaminación, entre otros temas que han conducido a exigencias públicas de cambio. Este es el tipo de cosas que las personas en el poder preferirían que no supieras. En México, la verdad es particularmente peligrosa, en especial si tu trabajo vincula a funcionarios públicos con el crimen organizado, o si descubres algo que revele el imperio ilícito de alguien. Pero de no haber sido por los valientes periodistas de la prensa independiente mexicana, quienes literalmente arriesgan sus vidas, no sabrías que funcionarios gubernamentales crearon una estafa masiva (conocida como “La Estafa Maestra") para desviar dinero público hacia campañas políticas y sus propios bolsillos, que los mexicanos beben agua de pozos que tienen peligrosos niveles de arsénico y flúor, o que un fiscal que investigó las desapariciones de Veracruz presuntamente extorsionó a los familiares de las víctimas. Las personas necesitan saber por qué es importante para ellas que los periodistas puedan hacer su trabajo. En este momento, es nuestra única esperanza para poder ponerle fin a esta masacre.
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