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Es posible que surjan más variantes en el futuro
Leana S. Wen | The Washington Post Mientras la oleada de la variante ómicron disminuye en Estados Unidos, y cada vez más personas en el país ansían la flexibilización de las restricciones pandémicas, existe un sector de la población que pide precaución. Alegan que al igual que con la ómicron, la posibilidad de una variante imprevista sigue siendo una amenaza grave. Tienen razón. Es muy probable que surjan variantes nuevas y quizás peligrosas. Pero es precisamente por esta amenaza futura que debemos permitir el desarrollo de la normalidad en este momento. Muchas zonas en el país ya están experimentando un fuerte declive en la cantidad de infecciones. El número de casos de la ciudad de Nueva York es cerca de siete veces menor que hace solo tres semanas, y las hospitalizaciones también han disminuido. Se espera que otros lugares azotados por la ómicron salgan de la situación a finales de febrero. Una nueva subvariante —denominada ómicron “sigilosa”— podría complicar la recuperación debido a su elevada contagiosidad, pero las personas vacunadas y con dosis de refuerzo parecen seguir estando protegidas. Entre las personas vacunadas y aquellas con una inmunidad al menos temporal debida a una infección reciente, deberíamos tener suficiente inmunidad de la población como para tener un respiro en los próximos meses. Así que aunque el tan publicitado “hot vax summer” de 2021 (término coloquial para describir un comportamiento desenfrenado, fiestero y promiscuo producto del confinamiento de la pandemia) no se materializó debido a la variante delta, quizás en esta oportunidad podamos disfrutar de una “hot vax spring”. Eso significaría la rápida eliminación de restricciones (con el entendimiento de que podrían volver a ser necesarias si surgen nuevas amenazas) en zonas donde las hospitalizaciones están disminuyendo. Eso podría brindarle a las y los estadounidenses un respiro muy necesario y al mismo tiempo preservar la autoridad de la salud pública para el momento en que vuelva a ser necesario. El paso más importante es tener una estrategia de salida rápida del uso del cubrebocas. Si bien muchas personas no ven el cubrebocas como un gran inconveniente, muchos lo perciben como un símbolo de la pandemia. El uso obligatorio de cubrebocas, en especial en las escuelas, ha generado una gran oposición. Ya hace falta una conversación racional sobre cuándo eliminar la obligatoriedad del uso del cubrebocas. Aquí hay dos estrategias posibles. Una es gradual y se basa en el número de casos y la positividad de pruebas. Las comunidades podrían identificar dos umbrales para la transmisión. En el nivel superior, deberían aplicarse dos de tres medidas de protección: vacunas, pruebas o uso de cubrebocas. Los lugares de trabajo y escuelas que exijan vacunación y que tengan pruebas periódicas podrían prescindir de los cubrebocas. En el nivel inferior, una de cada tres medidas sería suficiente, de modo que las vacunas o las pruebas por sí solas podrían remplazar la necesidad de cubrebocas. La otra estrategia, la cual estoy comenzando a preferir, es precisar que todas las personas mayores de cinco años puedan vacunarse y que los cubrebocas de alta calidad pueden brindar una buena protección a los individuos. Por lo tanto, los cubrebocas pueden ser opcionales, no obligatorios, incluso con altas tasas de transmisión comunitaria. El umbral para volver a implementar el uso de cubrebocas en espacios cerrados ya no se basaría en el número de casos sino en la capacidad de los hospitales (por supuesto, el uso de cubrebocas podría también regresar si surge una variante más letal que evada la inmunidad previa). Además del uso obligatorio de cubrebocas, existen otras precauciones que también deberían eliminarse, como los límites de capacidad de los recintos y las pruebas previas a la salida de viajes internacionales. La única restricción pandémica que no cambiaría es la obligatoriedad de la vacuna. De hecho, alentaría a los gobiernos locales, empresas y al gobierno federal a implementarla incluso más. Eso se debe a que la mayor amenaza individual para reanudar la normalidad previa a la pandemia es la presión sobre nuestro sistema de atención médica. Datos recientes de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades muestran que las personas no vacunadas de 65 años en adelante tienen 52 veces más probabilidades de ser hospitalizadas por COVID-19 que las que están vacunadas y con dosis de refuerzo. Para los que tienen entre 50 y 64 años, la diferencia es de 46 veces. Otro análisis reveló que casi la mitad de las hospitalizaciones por coronavirus este invierno podrían haberse evitado si Estados Unidos tuviera tasas de vacunación similares a las de los principales países europeos. Entonces, mantengamos la obligatoriedad de la vacuna y eliminemos todo lo demás. A las personas vacunadas, que han hecho todo bien, no se les debería imponer ninguna restricción; no es justo para ellas y además desincentiva la vacunación. Desde mayo del año pasado he alegado que la reapertura debía estar vinculada a la vacunación. En aquel momento perdimos esa oportunidad, pero ahora tenemos una nueva: lo ideal sería que si muestras un comprobante de vacunación, no tengas necesidad de utilizar un cubrebocas, ni de cumplir con una cuarentena cuando estés expuesto o expuesta al virus, ni aplicarte una prueba antes de viajar. Pocas cosas te impedirían regresar a la vida prepandémica. Todavía podrías contraer COVID-19, pues no existe tal cosa como cero riesgo, incluso para el COVID-19 prolongado. Pero lo más probable es que tus síntomas sean leves y similares a los de un resfriado fuerte. Que quede claro: no estoy proponiendo que eliminemos todas las precauciones. Habrá muchas personas que no podrán bajar la guardia, como las inmunocomprometidas y las madrees o padres de niños pequeños. Esas personas seguirán optando por ser cuidadosas y limitar de manera voluntaria sus actividades. El gobierno del presidente Joe Biden debe acelerar los tratamientos antivirales y la autorización de vacunas pediátricas. Deben monitorear la situación de cerca para determinar el momento en que se necesiten refuerzos adicionales y proporcionar pruebas gratuitas y cubrebocas de alta calidad a quienes los deseen. Pero es hora de permitir —incluso alentar— que la mayoría de estadounidenses disfruten de su “hot vax spring”. Una respuesta eficaz de salud pública depende de saber cuándo ponerle fin a un estado de emergencia. Las personas vacunadas deberían poder disfrutar los próximos meses y apreciar este período de relativa calma mientras se pueda, antes de que otra variante amenace con perturbar de nuevo nuestras vidas. aranza |
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