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Soldados en el Congreso de México


2022-02-02

Pablo Ferri | El País

Tambores y trompetas castrenses aparecieron este martes en San Lázaro, sede del poder legislativo en México, pintando de verde olivo el humor patrio. Militares entonaron el himno nacional en la Cámara de Diputados para sorpresa de los legisladores, confiados en alargar la bronca nacional sin ayuda de nadie, menos de las Fuerzas Armadas. La tropa hizo honor a la bandera ampliando sus horizontes.

La escena era divertida, tragicómica al menos. En la tribuna, de uniforme y casco, los músicos. Frente a la mesa directiva, los diputados de Movimiento Ciudadano pidiendo justicia por uno de los suyos, José Manuel Del Río Virgen, encarcelado por un extraño caso de asesinato. Concurso de rarezas en el hemiciclo, normalidad total. Era solo mediodía.

Sirven para todo los militares en México. Igual construyen un tren en Quintana Roo, que un aeropuerto a la entrada de la capital. No es crítica, solo constancia. Además de constructores, son policías y administradores aduaneros; arqueólogos y banqueros. Sin querer, intervienen la ficción. ¿O acaso nadie recuerda al confidente de Luis Miguel en Netflix, el cadete Tello, personaje inventadísimo a la gloria de la mitología local? Quizá exagero.

El Ejército ensancha su presencia y llegará un momento en que lo castrense y lo público serán lo mismo, uno y trino, amparados en la luz celestial de la Cuarta Transformación, que insiste en convencer de la normalidad absoluta de la omnipresencia militar. El argumento es muy sencillo. Lo repite el presidente cada vez que puede: el Ejército es el pueblo uniformado. Y el pueblo uniformado no se corrompe.

Es una frase antigua la del pueblo uniformado. Goza así de la ventaja de lo vetusto en la lenta carrera por lo honorable. No está claro si se acerca a la realidad. Muchos la dicen porque la intuyeron leyendo Tropa Vieja, la novela del general Francisco Urquizo, secretario de Guerra de Venustiano Carranza y novelista de escandalosa ironía. Publicada en 1940, Urquizo narra las peripecias de Espiridión Sifuentes, un pobre desgraciado obligado a combatir por el caudillo Porfirio Díaz.

Puestos a sublimar el texto, hay frases más provechosas. Por ejemplo, esta de la página 55, tan contundente como precisa: “El soldado no tiene que pensar más que en lo suyo y no tiene que hacer más que lo que le manden”. Esto, por la idea de que lo militar es indiscutiblemente bueno, asumiendo que el soldado aquí es la sociedad entera, cuyo papel es ausentarse de todo cuestionamiento.

Lo contrario es discutir al mando, poseedor de la verdad. El riesgo de hacerlo es el arresto disciplinario, salir de la conversación, convertirse en un apestado. Pero no es criticar por criticar, se trata de discutir si lo militar es siempre lo mejor. La banda de música es lo de menos, pero se ha llegado a un punto de literalidad que los símbolos enfocan mejor la conversación.
 



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