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Tom Brady y la prolongación del éxito
Ricardo López Si | The Washington Post Ricardo López Si es periodista. Editor en la revista ‘Purgante’ y autor del libro ‘El viaje romántico’. En el perfil que David Remnick, director de The New Yorker, le hizo al músico Bruce Springsteen existen varias pistas sobre la fuente de la eterna juventud. ¿Cómo logra un hombre de 72 años dar shows maratónicos sin dejar de bailar y dar saltos imposibles? La respuesta no tiene que ver con un simple aliento de voluntad, sino con un régimen militar. Las drogas, desde luego, no forman parte del repertorio. Springsteen las dejó y ha seguido la misma rutina de ejercicio por más de 30 años para poder ofrecerle a su público algo que él llama “una experiencia extrema”, cuyo objetivo es —dice en sus conciertos— provocar que sus fanáticos salgan con “dolor de manos, dolor de pies, dolor de espalda, la voz enronquecida y los órganos sexuales estimulados”. Alargar su tiempo útil es, cada vez más, una necesidad para quienes se dedican al entretenimiento. Y si hablamos de experiencias extremas, jugar en la NFL es una de ellas. Tom Brady pasó de ser un proyecto de quarterback con un techo limitado a dominar esa liga de atletas de élite por 22 años. Una vez confirmado su retiro, normalizar el envidiable estado de forma que alcanzó a sus 44 años es obviar el calvario que han afrontado otros de sus contemporáneos en el tramo final de sus carreras. Pensemos en lo mal que envejecieron, entre lesiones y un rendimiento cada vez más decepcionante, otros quarterbacks como Peyton Manning, Drew Brees o Ben Roethlisberger. La durabilidad de Brady obliga a reparar en dos cuestiones fundamentales: la influencia de un personaje como Alex Guerrero, gurú de la medicina alternativa, y su capacidad para afrontar diferentes tipos de escenarios en una posición que exige asimilar una gran cantidad de conceptos como lo es la de quarterback. Cuando Brady se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda en 2008, le dijeron que necesitaría múltiples cirugías y que quizá no podría jugar ni con sus hijos. En 2010, después de haber explorado nuevas posibilidades de rehabilitación con Guerrero, Brady fue condecorado como el Regreso del Año y el Jugador Más Valioso de la temporada. “Yo creo absolutamente en Alex y todo lo que ha logrado conmigo en los 10 a 11 años que hemos trabajado juntos. Él nunca se ha equivocado. Yo tuve a médicos con los mejores grados y la mejor educación que me dijeron que yo jamás volvería a jugar futbol americano”, dijo Brady en 2015. La estrecha relación de Brady con Guerrero y la fe en su trabajo desencadenó que ambos cofundaran el método TB12, compuesto por un régimen especial de alimentación y una rutina de ejercicios para dotar de flexibilidad a los músculos. Pero para ser un quarterback dominante en una liga obsesionada con la superespecialización y el análisis de video, se requiere de un conocimiento e interpretación del juego supremos. No olvidemos que, durante mucho tiempo, Brady cargó con el estigma de ser un quarterback de sistema por los 20 años que pasó con los Patriots de Nueva Inglaterra. Pero quedó demostrado que no, tras el éxito que tuvo con un plan de juego y un reparto totalmente inéditos en sus últimos dos años en Tampa Bay. Brady no es el único caso. Con 37 años, LeBron James sigue en la NBA sin señales de decadencia. Incluso, podemos decir que ha desafiado las reglas no escritas del baloncesto: llegó a la liga como un teórico alero al uso pero, lejos de adoptar un rol de especialista con el paso de los años, ha abarcado todas las posiciones en la duela. Para ello, la estrella de los Lakers invierte cerca de 1.5 millones de dólares anualmente en una preparación que incluye crioterapia, cámaras hiperbáricas y calzado especial de compresión. Al igual que con Brady, hablamos de un jugador con un talento superior para practicar un deporte que encuentra una fórmula para extender su dominio. Por otro lado, hay deportistas que han logrado prolongar su presencia en la élite de manera casi milagrosa. En el tenis Roger Federer, de 40 años, y Rafael Nadal, de 35, han rivalizado a todos niveles: desde la cima del ranking mundial hasta en la manera en que conciben el deporte de alto rendimiento. Mientras el suizo es una esteta —que de cualquier forma ha tenido que lidiar con problemas severos en la espalda y los meniscos—, el español ha llevado la exigencia física a niveles demenciales. Nadal, el máximo ganador de torneos de Grand Slam en la historia, ha jugado más de una década con las rodillas hechas añicos. “No es un jugador de tenis. Es una persona lesionada que juega al tenis”, advirtió hace un par de años su tío y mentor, Toni Nadal. Asumiendo que Nadal interpreta el deporte como una carrera de resistencia, es difícil no evocar aquel descarnado testimonio de Andre Agassi en su libro de memorias, Open: “Soy un hombre joven, relativamente joven. Tengo 36 años. Pero despierto como si tuviera 96. Después de tres decenios corriendo a toda velocidad y deteniéndome en seco, saltando muy alto y aterrizando con fuerza, mi cuerpo ya no se parece a mi cuerpo, sobre todo por las mañanas. Como consecuencia de ello, mi mente ya no se parece a mi mente. Desde que abro los ojos, soy un desconocido para mí mismo”. A diferencia de Agassi, Nadal está lejos de tener una relación contradictoria con el deporte que ha practicado desde niño. De hecho, hace meses le dijo a Bleacher Report que sentía más pasión por el tenis ahora que hace unos años. Tom Brady es el máximo ejemplo de alguien que ha podido prolongar su presencia en la élite, pero hay muchos otros. Y si alguien como Bruce Springsteen renunció a los excesos para llenar estadios de todo el mundo siendo un septuagenario, a la generación de deportistas que sucederá a Brady ya no se le exigirá dominar su deporte durante un lustro, sino durante un par de décadas como mínimo.
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