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El conflicto palestino-israelí y la menguante credibilidad de Occidente 


2022-02-18

Andrea Dessì | Política Exterior

El doble rasero de EU y Europa en el conflicto entre Israel y Palestina acabará pasándoles factura, ahora que la pugna estratégica entre sistemas políticos y normativos antagónicos vuelve al primer plano internacional.

En medio de la espiral de tensiones en el continente europeo, la rivalidad Este-Oeste vuelve a dominar los ciclos informativos. Como era de esperar, esto ha reavivado la retórica sobre los sistemas políticos y normativos que compiten entre sí, dando lugar a una riada informativa que contrasta el apoyo de la democracia occidental al “orden internacional basado en reglas” frente a una “alianza informal de autocracias” liderada por Rusia y China, que abrazan el poderío militar o el chantaje económico y político en “un intento de hacer que el mundo sea más seguro para la dictaduras”, como editorializaba recientemente The Washington Post.

Las narrativas que dividen el mundo entre las democracias amantes de la libertad y los derechos humanos y las autocracias revisionistas y represivas pueden haber servido a Occidente durante la guerra fría. Hoy día, sin embargo, están perdiendo con rapidez su atractivo e incluso pueden llegar a ser contraproducentes o peligrosas. Sencillamente, dicha retórica tiene cada vez menos credibilidad, erosionada por el doble rasero que exhiben una y otra vez Estados Unidos y ciertos aliados europeos con su adopción selectiva del Derecho Internacional o su apoyo a las resoluciones de Naciones Unidas.

Esta erosión de la credibilidad de Occidente es más evidente en Oriente Próximo y el norte de África. En ningún otro lugar los dobles raseros occidentales han hecho más daño al llamado orden internacional liberal y al sistema más amplio de la ONU que en el contexto del conflicto israelí-palestino. El histórico sesgo a favor de Israel por parte de Europa y EU –desde los tiempos del Mandato británico (y francés) en los años veinte hasta el triple veto de la administración de Joe Biden en el Consejo de Seguridad de la ONU para proteger a Israel de los llamamientos a un alto el fuego unilateral en mayo de 2021– demuestran cómo Washington y las principales capitales europeas han instrumentalizado los organismos multilaterales, impidiendo la acción cuando esta se consideraba contraria a los supuestos intereses estratégicos de Occidente.

El resultado es una pérdida de credibilidad y, en última instancia, de autoridad moral. Esto es cierto no solo para EU y sus aliados en Palestina, sino también –y más importante– para el sistema internacional, incluida la ONU y su papel como árbitro en cuestiones de paz y seguridad y la aplicabilidad universal del Derecho Internacional. Si EU y sus aliados pueden subvertir el trabajo de la ONU y sus agencias, vetando resoluciones e ignorando parámetros y recomendaciones legales internacionales, entonces otros Estados –incluidos Rusia y China– se sentirán menos limitados por esos mismos parámetros.

Occidente e Israel: un legado de impunidad

El conflicto árabe-israelí-palestino, que sigue sin resolverse, fue uno de los primeros en pasar a manos de los nuevos organismos creados tras la Segunda Guerra Mundial, encargados de resolver las crisis internacionales por medios legales y diplomáticos. Aunque el apoyo acrítico a Israel no es el único ejemplo de la doble moral occidental, Washington se ha esforzado por tener el control exclusivo de la diplomacia en torno al conflicto de Oriente Próximo, a expensas de las instituciones internacionales y de la ONU.

La postura de EU en el conflicto no tiene precedentes en su desprecio por las normas y reglas liberales internacionales. Desde la década de los noventa, los Estados miembros de la UE se han visto totalmente enfrascados en este “proceso de paz” dirigido por EU, convirtiéndose en cómplices de los esfuerzos por restringir la aplicabilidad del Derecho Internacional.

La protección de Israel frente a las críticas del Consejo de Seguridad –desde 1972, EU ha invocado al menos 53 veces su derecho de veto– es el ejemplo más evidente del sesgo de Washington. Esto ayuda a explicar por qué la ONU no ha logrado detener las violaciones israelíes del Derecho Internacional ni propiciar el cumplimiento del derecho a la autodeterminación de los palestinos. Otros ejemplos son el obstruccionismo de EU y de algunos Estados europeos con respecto a la solicitud de adhesión de Palestina a la ONU en 2011 o su admisión en 2015 a la Corte Penal Internacional (CPI).

En marzo de 2021, la CPI inició formalmente una investigación sobre supuestos crímenes de guerra cometidos desde 2014 en los Territorios Ocupados. Los gobiernos de EU y Europa se unieron a Israel en la denuncia del tribunal, ignorando una carta abierta firmada por más de 50 altos funcionarios donde se subrayaba que esta oposición “no puede tolerarse si nos tomamos en serio la promoción y defensa de la justicia a nivel mundial”.

Los esfuerzos palestinos por “internacionalizar” el conflicto –adherirse a organismos internacionales y buscar la aplicabilidad del Derecho Internacional– cuentan con la oposición habitual de EU y algunos Estados europeos, que los consideran acciones unilaterales que distraen de la necesidad fundamental de negociar con Israel. Sin embargo, los dirigentes israelíes han manifestado en repetidas ocasiones su oposición a la estatalidad de Palestina, continuando con la colonización ilegal de tierras palestinas e ideando medios para despojar a los palestinos de sus derechos individuales y colectivos, dentro de Israel y en los Territorios Ocupados.

Al repetir el mantra de “negociaciones directas, sin condiciones previas”, los Estados europeos y EU ignoran de manera consciente la enorme asimetría de poder entre las partes. Como resultado, se han convertido de facto en partes del conflicto, cómplices desde hace décadas de la negación de los derechos palestinos por parte de Israel. La profundización de la cooperación económica y militar con Israel es una prueba más de la duplicidad de la política occidental en el conflicto.

Existe una clara contradicción en la insistencia por parte de EU y Europa en que los palestinos adopten la resistencia pacífica, al tiempo que les cierren las vías legales disponibles para hacerlo. Este enfoque cínico es difícil de conciliar con el papel de Occidente como promotor del “orden internacional basado en normas”. También plantea serias dudas sobre el apoyo de Europa y EU a la solución de los dos Estados o a la igualdad de derechos entre israelíes y palestinos.

El apartheid israelí y la duplicidad occidental

El último ejemplo de la doble moral occidental se produjo a principios de febrero de este año, tras la publicación de un informe de Amnistía Internacional que reconoce formalmente el sistema de discriminación racial de Israel contra los palestinos como un crimen de apartheid según el Estatuto de Roma y la Convención sobre el Apartheid.

Haciéndose eco de las conclusiones de otros estudios elaborados por Human Rights Watch, la organización israelí de derechos humanos B’tselem y la organización palestina Al Haq, entre otras, el informe de Amnistía ayudará a normalizar el término en relación a Israel. El informe documenta además cómo las políticas oficiales de EU y Europa se han desviado de las normas establecidas, exponiendo la duplicidad de la política occidental hacia Israel en comparación con otros conflictos y crisis.

Como era de esperar, el informe de Amnistía, al igual que las investigaciones anteriores, ha sido condenado por Israel y por sus principales patrocinadores occidentales. Israel acusa a la organización de antisemitismo, acusación que repiten varias organizaciones dedicadas a Israel en EU y Europa. Otros gobiernos –entre ellos el estadounidense y el alemán– centraron su oposición en el término “apartheid”, mientras ignoraban deliberadamente el fondo de las conclusiones del informe, incluido su detallado análisis de la complicidad de Europa y EU en los crímenes israelíes.

La administración de Biden, que había hecho mucho hincapié en su promesa de elevar la defensa de los derechos humanos dentro de la política exterior de EU, tuvo más dificultades de lo habitual para explicar sus críticas al informe. Como señaló un periodista presente en la rueda de prensa de la Casa Blanca, esta oposición contrasta con la tendencia de EU a citar los informes de Amnistía Internacional o de Human Rights Watch como justificación para censurar a terceros países y actores, sobre todo cuando sus acciones son consideradas antagónicas a los intereses estadounidenses.

Sin embargo, las conclusiones del informe de Amnistía están plenamente fundamentadas. Al documentar la “política explícita” de mantener la “hegemonía demográfica judía” sobre los palestinos, tanto dentro de Israel como en los Territorios Ocupados, Amnistía Internacional se ha unido a cientos de académicos, investigadores y otras organizaciones de la sociedad civil para exponer cómo la “discriminación racial” y la “segregación” no son “repeticiones accidentales de delitos, sino parte de un régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas”.

El informe ofrece una visión condenatoria de las diversas dimensiones de esa discriminación, con datos sobre “confiscaciones masivas de tierras y propiedades palestinas, asesinatos ilegales, traslados forzosos, drásticas restricciones de movimiento y la negación de la nacionalidad y la ciudadanía a los palestinos”. La conclusión es que “el Estado de Israel considera y trata a los palestinos como un grupo racial inferior no judío”, un enfoque que lleva a la acusación de apartheid, que constituye un crimen contra la humanidad.

El informe de Amnistía también condena la doble moral de los patrocinadores occidentales de Israel, señalando su complicidad en las violaciones israelíes, incluido el crimen de apartheid. Al subrayar cómo la comunidad internacional ha permitido “durante más de siete décadas” que Israel «desposea, segregue, oprima y domine a los palestinos” sin rendir cuentas, el informe también implica a los patrocinadores externos de Israel en el debilitamiento del “orden jurídico internacional”.

Esta advertencia debería desencadenar una nueva reflexión sobre las implicaciones del doble rasero occidental con Palestina –y en otros contextos– para el orden internacional más amplio y el sistema de la ONU. Sin embargo, una vez más ha prevalecido el alineamiento automático con Israel, con independencia del daño significativo que causa a la credibilidad, el poder blando y la autoridad moral de los gobiernos occidentales, incluidas las instituciones de la UE.
   
En última instancia, no es solo Israel el que corre el riesgo de socavar su propia existencia mediante la aplicación de políticas miopes e ilegales con respecto a los palestinos. Es el sistema internacional más amplio de normas y principios jurídicos el que corre el riesgo de deshacerse debido a la continua doble moral de Occidente respecto al conflicto palestino-israelí. La menguante credibilidad del sistema de la ONU y del principio de la aplicabilidad universal del Derecho Internacional volverán a perseguir a la UE y a EU, privándolos de autoridad moral en otros contextos y erosionando aún más su influencia normativa, tanto dentro como fuera de sus territorios.

Si los gobiernos de EU y Europa se toman en serio su apoyo a los derechos humanos y al “orden internacional basado en normas” y desean extender dichas normas en otros contextos –incluida la reactivación de las tensiones con Rusia y China–, deberían prestar atención a la advertencia de Amnistía Internacional: “El apartheid no tiene cabida en nuestro mundo, y los Estados que decidan hacer concesiones a Israel se encontrarán en el lado equivocado de la historia”.

Es urgente reconocer el apartheid israelí y pedir responsabilidades y la aplicación del Derecho Internacional en el conflicto palestino-israelí. Todo lo que no sea esto solo contribuirá a la menguante credibilidad internacional de Occidente, a la complicidad directa de EU y Europa en la ocupación israelí y a la erosión del sistema de la ONU en general. Es poco probable que las repercusiones se limiten a Israel y a Palestina o a la región de Oriente Próximo y el norte de África, sino que también alcanzarán a las nuevas rivalidades estratégicas con Rusia y China, así como a la consolidación o erosión de los principios y las normas democráticas dentro de Europa y EU.



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