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Los militares y el nuevo aeropuerto rescatarán a López Obrador de la crisis
Carlos Loret de Mola A. | The Washington Post El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y su gobierno llevan un mes en crisis, enfrentando el escándalo de la lujosa “Casa gris” de su hijo José Ramón López Beltrán e intentando recuperar el control de la conversación y la agenda política. Ha intentado desviar la atención con temas polémicos de política exterior, pero no lo ha logrado. El presidente nunca había experimentado un periodo tan largo sin controlar la narrativa del gobierno y las mayores señales de la crisis las ha emitido él mismo, como un video donde dice que muchas veces en la vida se ha caído, pero se ha sabido levantar; o una declaración críptica desde Palacio Nacional: “Ya no puedo más, cierro mi ciclo y me retiro”. De acuerdo con diferentes casas encuestadoras, su popularidad ha caído hasta 8 puntos en los últimos 30 días y eso lo tiene fuera de sitio. Para poner las cosas en perspectiva, habría que recordar que el anterior sexenio de Enrique Peña Nieto se terminó políticamente en el segundo semestre de 2014, cuando desaparecieron los 43 normalistas de Ayotzinapa y se reveló el escándalo de su lujosa “Casa blanca”: de agosto a diciembre de 2014, Peña Nieto perdió 10 puntos de su aprobación. Claro, AMLO partió de una popularidad a principio de año de más de 60%, mientras Peña Nieto estaba en 50%. Esta caída de AMLO sucede, además, en un momento crítico: a mes y medio de la “revocación de mandato” que el mismo presidente diseñó para apuntalar a su gobierno y refrendar que, a mitad del camino, cuenta con la confianza de la mayoría de la población. Por eso le urge recuperar su autoridad y el control de la conversación antes del 10 de abril, y tiene un último salvavidas a la vista, color verde olivo: la inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA). Es una obra prioritaria para su gobierno y para su discurso. La puesta en marcha del AIFA, prevista para el 21 de marzo, puede ser el oxígeno que necesita y no particularmente porque sea una gran obra sino por la polémica que la envuelve. Es tan polarizante el nuevo aeropuerto que es previsible que, conforme se acerque la fecha, la conversación cambie de la “Casa gris” a esta inauguración. Por un lado, tratarán de cambiar la narrativa de un gobierno encabezado por una familia corrupta a un gobierno que cumple con sus promesas y entrega obras magnas. Se estrenará seguramente con una extensa estrategia de comunicación y propaganda. Pero por el otro, el AIFA se inaugurará de manera casi microscópica: el aeropuerto de Ciudad de México maneja en promedio más de 850 operaciones diarias; el de Santa Lucía empezará con siete u ocho vuelos al día. No todas las aerolíneas han aceptado trasladar sus vuelos ahí, las vialidades de acceso para los usuarios son insuficientes o aún no se terminan, y puede demorar horas llegar a la terminal. En su construcción se ha revelado que fueron contratadas empresas fantasma e irregulares y, hasta ahora, aún no queda claro cuál es el costo real de haber cancelado el proyecto del aeropuerto anterior en Texcoco y haber lanzado este proyecto. Esas dos maneras polarizadas de ver el nuevo aeropuerto van a chocar estrepitosamente en la opinión pública. Y el presidente va a lograr que se deje de hablar de la casa de su hijo. ¿A quién le va a deber este salvavidas? A los militares. El Ejército fue el encargado de construir el aeropuerto y que esté en funcionamiento —aunque sea a mínima escala— en los tiempos en que lo pidió el presidente. El gobierno mexicano ya ha encomendado al menos 246 tareas civiles a las Fuerzas Armadas, por lo cual se han vuelto la compañía constructora más importante del país: además del AIFA, tiene más aeropuertos encomendados en el sureste, además de porciones del Tren Maya y más. Estas grandes obras las han puesto también bajo la lupa de irregularidades. Recientemente, la Auditoría Superior de la Federación presentó sus resultados de revisión a la Cuenta Pública del año 2020 y detectó irregularidades por 10,000 millones de pesos (unos 500 millones de dólares) en la construcción de las obras emblemáticas del gobierno de AMLO. Convertidos en empresarios, los militares han salido manchados de sospechas por el manejo de dineros. Pero AMLO ha encontrado en el Ejército una suerte de parche ante todas las crisis que enfrenta su gobierno: en la pandemia distribuyen y aplican vacunas; en la crisis migratoria, controlan las fronteras; ante el aumento del sargazo, deben recogerlo; con los problemas de distribución de gas, debieron ser choferes de camionetas. La lista crece hasta el absurdo: distribuyen libros de texto; construyen sucursales bancarias, aeropuertos, hospitales y trenes; o custodian plataformas y controlan las aduanas. En pocas palabras, el Ejército es el encargado de la operación y resolución de conflictos del país. Esto ha derivado en que México se haya vuelto un país hipermilitarizado en el que el secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, es una suerte de vicepresidente de facto. De acuerdo con un cable de WikiLeaks, en 2006 cuando AMLO era candidato a la presidencia se sentó con el entonces embajador de Estados Unidos en México, Tony Garza, y le planteó que de llegar a la presidencia dotaría de más poder al Ejército porque consideraba que era la institución menos corrupta. A sus electores les decía otra cosa: que regresaría al Ejército a sus cuarteles. Pero a los estadounidenses les dijo la verdad. Y parece ser que, una vez más, el Ejército lo sacará del atolladero. aranza |
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