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Sobre la discreción del Vaticano sobre la guerra de Putin
Por John L. Allen Jr. ROMA – A pesar de los esfuerzos de las naciones de todo el mundo por aislar y castigar a Rusia por su invasión de Ucrania, en este momento la guerra continúa, con los tanques rusos rodeando la capital, Kiev, a pesar de la inesperada resistencia de los militares y civiles ucranianos. Los motivos que impulsan la guerra de Putin reflejan una mezcla tóxica de ambición geopolítica desnuda y concepciones del nacionalismo ruso, pero sería un grave error analítico pasar por alto el componente religioso del conflicto. Putin se ve a sí mismo como el gran defensor de la fe ortodoxa en la escena mundial, y el conflicto en Ucrania es, en cierta medida, una competición por qué tipo de ortodoxia va a prevalecer -la visión ecuménica y dialogante del Patriarca Bartolomé I de Constantinopla, tradicionalmente el «primero entre iguales» en el mundo ortodoxo- o la ortodoxia antioccidental de Moscú, respaldada por el Kremlin. Si la religión es parte del problema, parece natural esperar que también sea parte de la solución. Esto explica por qué, desde el principio del conflicto, se ha prestado atención a lo que el Papa Francisco y su equipo del Vaticano están diciendo y haciendo -o, en algunos casos, a lo que no están diciendo ni haciendo-. Sin duda, Francisco ha dejado claro que la guerra tiene su atención. Aparte de los habituales llamamientos a la paz, el pontífice dio el dramático paso el viernes de salir del Vaticano para dar un breve paseo por la Via della Conciliazione de Roma para visitar la embajada rusa ante la Santa Sede. Eso no es lo que hacen los papas: cuando quieren hablar con un embajador, lo citan en el Vaticano, no van a él. Aunque el Vaticano no dio detalles sobre la visita, describiéndola sólo como una expresión de la «preocupación por la guerra» del Papa, es seguro decir que no fue una llamada de cortesía. Los papas no salen del Vaticano en un momento de crisis sólo para saludar. Francisco también designó el 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, como día de oración y ayuno por Ucrania. Ha estado en contacto regular con el arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk, jefe de la Iglesia greco-católica ucraniana, quien ha informado de que Francisco le ha asegurado que está haciendo todo lo posible para ayudar. or otra parte, hace ya cuatro días que las fuerzas rusas cruzaron la frontera con Ucrania, a pesar de que el presidente ruso Vladimir Putin prometió poco antes que no habría guerra. Sin embargo, hasta ahora, el Papa Francisco no ha nombrado a Rusia en ninguno de sus comentarios públicos como agresor, ni ha condenado a Putin por su nombre, como han hecho muchos otros líderes mundiales. Esa discreción está irritando a muchos observadores, que naturalmente sienten simpatía por los ucranianos. El veterano observador del Vaticano, Robert Mickens, escribe en La Croix, y formula algunas preguntas puntuales sobre por qué el pontífice parece contener el fuego: «¿Creen realmente el Papa y sus colaboradores vaticanos que apaciguar a los oligarcas y jerarcas rusos es su mejor estrategia para hacer avanzar la causa de la unidad de los cristianos? «¿Y en qué altar están dispuestos a sacrificar al pueblo ucraniano para hacerlo?». ¿Cómo se explica esta aparente reticencia? Por un lado, evitar nombrar a los agresores e involucrarse en disputas públicas con ellos es más o menos el procedimiento operativo estándar del Vaticano. En 2003, el Vaticano, bajo el mando del Papa Juan Pablo II, hizo todo lo posible por evitar nombrar al presidente estadounidense George Bush o rechazar públicamente sus acciones, dejando el suficiente margen de maniobra para que los funcionarios estadounidenses pudieran insistir en que el Vaticano nunca «condenó» la invasión de Irak por parte de Bush, a pesar de que la oposición de Roma era evidente para todos. El ejemplo más famoso de todos, por supuesto, es el hecho de que el Papa Pío XII nunca condenó directamente (o excomulgó) a Adolfo Hitler, una vez más a pesar de que la repugnancia del Vaticano por el nacionalsocialismo era obvia. La lógica de esa discreción es doble. En primer lugar, las declaraciones precipitadas del Papa o del Vaticano podrían empeorar las cosas para la gente en el terreno que están tratando de defender, desatando las represalias del agresor. En segundo lugar, si el Papa o el Vaticano quieren participar en la resolución de conflictos entre bastidores, a veces morderse la lengua en público es el precio de hacer negocios. Cuando se trata de Rusia, Francisco tiene un motivo especial para la moderación. La política de todos los papas desde Juan XXIII ha sido buscar la distensión con la ortodoxia, un esfuerzo que se aceleró con Juan Pablo II y su visión de un cristianismo que «respira con ambos pulmones», Oriente y Occidente. Como resultado, los papas y los funcionarios del Vaticano son extraordinariamente reacios a hacer cualquier cosa que pueda despertar las sospechas rusas de que Roma es perennemente hostil a Moscú. Por el momento, todavía parece posible que Francisco pueda desempeñar un papel en la desactivación de la guerra. El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, ha dicho que acogería con agrado un esfuerzo de mediación papal, e incluso ha dicho que el Vaticano sería un lugar ideal para firmar un acuerdo de paz. Aunque hasta ahora Rusia no ha enviado ninguna señal de interés, si las sanciones siguen aumentando mientras la ofensiva se atasca y Putin se ve obligado a encontrar una estrategia de salida que le salve la cara, aceptar una invitación papal podría resultar una opción tentadora. De ser así, quizás la evaluación histórica sea que la discreción del Vaticano dio sus frutos. Mientras tanto, sin embargo, se puede perdonar la creciente impaciencia de muchos ucranianos, que creen que el tiempo de la discreción terminó en el momento en que los tanques rusos atravesaron sus fronteras y las bombas rusas comenzaron a caer sobre sus ciudades. aranza |
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