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La visión de Biden en favor de los trabajadores va más allá de Estados Unidos


2022-03-07

Farah Stockman | The New York Times

El presidente Joe Biden basó su campaña en la promesa de ser el presidente que más defendería a los trabajadores en la historia estadounidense. A un año de haber asumido el cargo, está quedando claro que ya es el presidente que más los favorece desde Franklin Delano Roosevelt.

No es solo que se haya valido de su cargo para apoyar a los trabajadores en huelga durante una inusual oleada de paros laborales a finales del año pasado. Ni tampoco que forzó la salida de algunos nombramientos de la era Trump en la Junta Nacional de Relaciones Laborales, un poder que ningún presidente había ejercido desde la década de 1950. No es solo porque su grupo de trabajo de Sindicalización y Empoderamiento de los Trabajadores acaba de publicar una serie de cuestiones que el gobierno federal puede hacer para facilitar la sindicalización laboral en Estados Unidos (un ejemplo: impedir que los dólares del Departamento de Defensa lleguen a manos de contratistas federales que se dedican a la represión sindical).

El apoyo a los trabajadores está tan arraigado en el gobierno de Biden que está modificando la política exterior y el comercio internacional. El incumplimiento de las normas laborales internacionales se citó como una de las razones por las que Mali perdió hace poco el derecho a enviar productos libres de impuestos a Estados Unidos. La mejora de las condiciones de trabajo infantil y forzoso figuraba en una lista de cosas en las que India acordó trabajar este año tras reunirse con funcionarios estadounidenses. El gobierno también se comprometió a eliminar la esclavitud laboral de las cadenas de suministro de Estados Unidos, una medida que parece diseñada para frenar las importaciones de la región china de Sinkiang.

No se trata solo de palabras vacías. El gobierno de Biden está lleno de auténticos convencidos de la necesidad de abogar por los trabajadores. Thea Lee, subsecretaria adjunta de Asuntos Internacionales del Departamento de Trabajo, pasó años en la Federación Estadounidense del Trabajo y el Congreso de Organizaciones Industriales (la AFL-CIO), tratando de reforzar y hacer cumplir las normas laborales en el extranjero. A mediados de la década de 2000, la AFL-CIO presentó una queja contra Guatemala por violar los derechos laborales, además de asesinar a los sindicalistas en ese país. Casi todas las frutas y prendas de vestir guatemaltecas entraban en Estados Unidos libres de impuestos, gracias al Tratado de Libre Comercio de América Central, que se suponía que protegería mejor el derecho de organización de los trabajadores. Pero los líderes sindicales seguían siendo asesinados a tiros, incluido el líder de un sindicato de trabajadores portuarios. Lee alertó a los funcionarios de los gobiernos de Bush y Obama. Sin embargo, “hicieron caso omiso”, me dijo. El hecho de que ahora sea una alta funcionaria del gobierno estadounidense demuestra lo mucho que Washington ha cambiado.

En teoría, mejorar las normas laborales en el extranjero ayudará a los trabajadores en casa al igualar las condiciones. En lugar de obligar a los estadounidenses a aceptar menos (salarios más bajos, menos protecciones y prestaciones) para tratar de competir con los salarios de los talleres de explotación laboral en el extranjero, los trabajadores en el extranjero deberían obtener más.

Esa política de está llena de riesgos. Muchas empresas están furiosas por el apoyo gubernamental a los sindicatos, en especial en un año en el que los precios aumentan, las cadenas de suministro se resienten y los trabajadores son reticentes. Y no está claro hasta qué punto el mensaje está resonando entre los trabajadores, la gran mayoría de los cuales no están afiliados a los sindicatos. Solo un 10 por ciento de los trabajadores cuentan con representación sindical, en comparación con un tercio a finales de la década de 1970. Biden ha sido incluso criticado por la izquierda por no haber hecho más por los trabajadores, específicamente por no haber conseguido que el Congreso aprobara la Ley PRO, que tal vez sea la legislación laboral de mayor alcance en los últimos cincuenta años. Por último, algunos sostienen que empoderar a los sindicatos y presionar a los socios comerciales para que mejoren sus normas laborales dificultará que los estadounidenses compitan con China, que acaba de firmar un acuerdo comercial que no menciona en absoluto las protecciones laborales.

Sin embargo, el gobierno sigue creyendo que estos esfuerzos no solo tienen que ver con los derechos de los trabajadores, sino con el futuro de la globalización en sí misma y con la posibilidad de que esta sea moldeada por las necesidades de las corporaciones o por las de la gente común. En el pasado, la globalización se guiaba por una fe casi religiosa en el libre comercio y la eliminación de las barreras que no gustaban a las empresas. Y los derechos de los trabajadores se consideraban una cuestión secundaria, si es que de hecho se tenían en cuenta.

“Esta versión de la globalización se está corrigiendo”, me dijo Katherine Tai, la representante de comercio de Biden. “Y hacerlo es una necesidad”.

Queda por ver hasta qué punto se modificará.

No hay nadie que encarne más la filosofía centrada en el trabajador que Tai, quien utilizó el término “comercio centrado en el trabajador” en un discurso del verano pasado en la AFL-CIO.

Tai forjó su visión del comercio durante sus años como litigante de la Organización Mundial del Comercio y principal asesora comercial de los demócratas en la Comisión de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes, donde vio cómo la ira populista hundía un gigantesco acuerdo de libre comercio que se extendía desde el continente americano hasta Asia. Mike Froman, representante comercial de Barack Obama, había pasado años negociando el Acuerdo Transpacífico a puerta cerrada. Pero cuando llegó el momento de convencer a la opinión pública estadounidense de sus bondades y de aprobarlo en el Congreso, muchos demócratas se opusieron a él con uñas y dientes.

“Si es la primera vez que piensan en cómo van a convencer de esto a la gente normal, están perdidos. Es demasiado tarde”, me dijo Tai. “Desde nuestro punto de vista, hay que empezar por preguntarse cómo beneficiará esto a la gente normal”.

Muchos lo vieron como una manera de que las empresas enviaran puestos de trabajo estadounidenses al extranjero, a países donde los trabajadores pueden ser encarcelados por afiliarse a un sindicato.

En realidad, el cambio radical en la actitud de Washington con respecto a los trabajadores comenzó durante la presidencia de Trump, con Bob Lighthizer, el representante de comercio de Estados Unidos de Trump y un populista republicano que defendió el comercio “centrado en los trabajadores”.

Lighthizer también está convencido de que esto es algo que se tiene que hacer. Su padre trabajó una vez en una fábrica de acero, y dedicó su carrera de abogado a interponer casos en contra de la competencia desleal para tratar de proteger las fábricas de acero estadounidenses y otras industrias nacionales. Alzó la voz sobre el lado oscuro de los acuerdos de libre comercio cuando pocos querían escucharlo. Incluso intentó unir fuerzas con Lee en la AFL-CIO para tratar de hacer cumplir las normas laborales en los acuerdos de libre comercio.

En materia de comercio, Lighthizer tenía más en común con los demócratas que con el Partido Republicano, hasta que Trump fue elegido y lo nombró para el trabajo con el que siempre había soñado: renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, al que culpaba de la pérdida de cientos de miles de empleos estadounidenses. Lighthizer trabajó con aliados demócratas que utilizaron su influencia para lograr protecciones sustanciales para los trabajadores, incluido el derecho a unirse a un sindicato independiente, que los trabajadores mexicanos están ejerciendo ahora por primera vez. El gobierno de Biden ha aplicado con entusiasmo las disposiciones laborales de ese acuerdo. Tai lo ha calificado de “piedra angular” de lo que podría ser un acuerdo comercial centrado en los trabajadores. Eso hace que la tarea de centrarse en los trabajadores sea una de las pocas cuestiones en las que algunos demócratas progresistas y los republicanos populistas de Trump coinciden.

Lighthizer no tiene más que elogios para Tai, quien, espera, “mantendrá a raya” la presión corporativa para volver a las viejas políticas. “Cambiar el objetivo de la política comercial alejándose de la globalización, los beneficios corporativos y la eficiencia, hacia los trabajadores como productores, fue quizás lo más importante que hicimos”, me dijo.

Se necesitó un populista radical para romper el consenso de décadas sobre el comercio. Hará falta un diplomático, y quizá un milagro, para construir un nuevo consenso que lo sustituya.
 



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