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La gentrificación no está detrás de la crisis de la vivienda en México. La financiarización sí


2022-03-08

Leilani Farha, Fredrik Gertten | The Washington Post

La crisis de la vivienda en México es grave, pero no es única. Ya sea en Ciudad de México, Guadalajara, Hong Kong, Lagos o Londres, la gente promedio tiene dificultades para pagar los alquileres cada vez más altos, y ser propietario o propietaria de una vivienda es un sueño que se desvanece.

A pesar de que la vivienda es un derecho humano fundamental al que los gobiernos, incluido el de México, se han comprometido legalmente, muchas personas en el mundo viven en circunstancias imposibles. Los costes de vivienda inasequibles, los desahucios, los desplazamientos forzados, las viviendas de baja calidad sin servicios básicos ni mantenimiento y la falta de hogar son realidades sombrías para 1,800 millones de personas en el planeta. Las y los residentes son expulsados de sus ciudades, obligados a realizar largos desplazamientos para ir a trabajar. Es una paradoja que mientras la gente duerme en las calles, millones de casas están vacías. Esta situación no hace más que empeorar, y la indignación va en aumento.

Por eso, cuando la estadounidense Becca Sherman publicó un tuit aparentemente inofensivo que decía “Hazte un favor y trabaja a distancia en Ciudad de México: es realmente mágico”, no fue sorpresa que se hiciera viral. Sherman, y personas como ella, han sido criticadas por ser parte del problema que provoca aumentos en los alquileres y que mexicanas y mexicanos sean expulsados de sus barrios porque no pueden permitirse el lujo de ganar en dólares. “Quédate en tu país”, reclamaron en eco cientos de personas en Twitter, hasta que ella finalmente borró el tuit.

La indignación es comprensible: la gente está perdiendo sus casas y comunidades. Aunque sea fácil culpar a las Becca Sherman del mundo, el principal culpable de la crisis de la vivienda en México, y en las ciudades de todo el mundo, no es alguien en Twitter que se toma un espresso cortado entre una clase de yoga y la siguiente reunión de Zoom. En ese lugar está un sistema global diseñado de forma escurridiza que ha convertido las casas de la gente en activos financieros abstractos que se negocian en el mercado de valores, máquinas de hacer dinero para los que ya son más que ricos. Este modelo está impulsado por empresas de inversión y capital privado, y fondos de pensiones y de cobertura, por nombrar algunos.

De esto trata el documental Push, que se estrena en México el 10 de marzo. La película expone cómo los grandes actores financieros institucionales están robando nuestras ciudades, haciéndolas inasequibles e invivibles para muchas personas, y les dice a los inquilinos que no están solos en esto, que son parte de una lucha global.

Solo considera esto: de 2017 a 2020, el valor global de los activos inmobiliarios residenciales aumentó en 90 billones de dólares, alcanzando la asombrosa cifra de 258.5 billones de dólares, según Savills Research. Para ponerlo en perspectiva, todas las acciones de los mercados bursátiles mundiales tienen un valor de 109.2 billones de dólares, el PIB mundial es de 84.8 billones de dólares y todo el oro que se ha extraído vale apenas 12.1 billones de dólares.

La vivienda se encuentra en esa incómoda posición donde al mismo tiempo es la mayor fuente de riqueza del planeta, pero también es un derecho humano protegido por la Constitución mexicana y el derecho internacional de los derechos humanos. Sin embargo, es uno de los sectores de inversión menos regulados. Por ello, los modelos de negocio extractivos forjados por gigantes de la inversión como Blackstone —líder mundial en inversiones inmobiliarias y el mayor propietario privado de Estados Unidos— han hecho subir los precios en todo el mundo a un ritmo muy superior al del crecimiento de los salarios.

México ya ha visto lo que sucede cuando el capitalismo desenfrenado se mezcla con la corrupción y la mala regulación en el sector de la vivienda. A principios de la década de los años 2000, México se embarcó en una de las campañas más ambiciosas para mejorar la vivienda de la clase trabajadora. El gobierno ofreció hipotecas atractivas a las personas con bajos ingresos. Por medio de asociaciones público-privadas surgieron nuevas viviendas suburbanas en todo el país y multimillonarios como Sam Zell (nacido en Chicago), arrasaron con ellas. Zell utilizó un fondo para invertir 32 millones de dólares en una pequeña empresa constructora familiar mexicana, Homex. Poco después, Homex fue aclamada como la solución a los problemas de vivienda de México y su valoración se disparó hasta los 3,000 millones de dólares. Mientras tanto Zell, que había ganado unos 500 millones de dólares para él y sus inversores, se retiraba discretamente del proyecto.

Por supuesto, resultó que Homex estaba construyendo viviendas de baja calidad. Los que le compraron a la empresa no recibieron lo prometido, como escuelas locales o un alcantarillado eficiente. En 2014, Homex quebró y más de un millón de personas se vieron obligadas a pagar hipotecas por sus viviendas inhabitables.

Este es un ejemplo de lo que ocurre cuando la vivienda es absorbida por los mercados globales de capital: a los que construyen o proporcionan viviendas no les importan las personas que viven en ellas. Solo sienten obligación con su entrega de resultados y sus accionistas. Los propietarios independientes, como las abuelas o abuelos que subvencionan sus pensiones con los ingresos de un alquiler, son casi una cosa del pasado. El mercado de la vivienda está cada vez más dominado por fondos de inversión gestionados por multimillonarios, con métodos sofisticados y complejos que desafían la comprensión y evaden la responsabilidad. Es el fenómeno de la financiarización de la vivienda. Y está ocurriendo en México.

Los investigadores han descubierto que esto está prosperando en ciudades como Guadalajara, donde existen bloques de apartamentos a estrenar y muchos tienen dueños pero están vacíos. Esto ha desplazado a los residentes y ha aumentado los alquileres en la ciudad de 52% del salario medio a 102% desde 2010. Y la pandemia no ha hecho más que agravar la situación. Una encuesta reciente realizada a residentes en Ciudad de México reveló que 55% de las personas encuestadas tenía dificultades para pagar su alquiler o su hipoteca, y casi un tercio cambió de casa durante la pandemia. Más de 60% de quienes se mudaron dijeron que era porque no podían pagar el alquiler. Mientras tanto, empresas como Blackstone declararon ganancias récord en 2021.

Nuestra esperanza es que Push actúe como una señal de alarma y desencadene el cambio al desenmascarar los verdaderos motores de la crisis de la vivienda, así como las consecuencias insostenibles que habrá si no se cuestionan ahora. Las victorias pueden lograrse cuando las y los inquilinos encuentran un objetivo común, se organizan y hacen retroceder el problema. En ciudades como Barcelona y Berlín, hay movimientos locales que han exigido mejores leyes para frenar la especulación y defender su derecho a la vivienda. Y han ganado. Esto también puede ocurrir en México. La financiarización de la vivienda es un problema global, pero en ningún lugar es inevitable.
 



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