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La guerra de Ucrania podría dejar a cientos de millones de personas hambrientas en todo el mundo


2022-03-10

David Beasley | The Washington Post

David Beasley es director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2020.

RZESZÓW, Polonia, cerca de la frontera con Ucrania— Si la guerra en la Europa moderna parecía impensable, consideremos entonces la hambruna en las calles y pueblos empedrados de Ucrania, donde los restaurantes de sushi y las hamburgueserías eran la norma hace apenas dos semanas. Y sin embargo, la hambruna es una posibilidad real y está emergiendo en el legendario granero de Europa, veloz como un contagio.

Cerca de dos millones de personas ucraniana refugiadas —quienes pronto quizás se conviertan en varios millones más— han cruzado o están tratando cruzar fronteras. Aunque los trabajadores humanitarios y los gobiernos alimentan a quienes logran salir, los sistemas que alimentan a las decenas de millones de personas atrapadas en Ucrania se están desmoronando: camiones y trenes destruidos, aeropuertos bombardeados, puentes caídos, supermercados vaciados y almacenes agotados.

El pueblo ucraniano sabe muy bien cómo un jardín de abundancia puede volverse estéril rápidamente debido a decisiones políticas. En 1932 y 1933, millones de ucranianos fallecieron en lo que ellos llaman el Holodomor, o genocidio ucraniano por hambruna, que ocurrió cuando el dictador soviético Iósif Stalin impuso la “colectivización” agrícola y despojó a los campesinos de sus tierras y productos.

Si bien la hambruna amenaza directamente a Ucrania, las consecuencias de esta guerra se extenderán por todo el mundo. Rusia y Ucrania, juntas, exportan alrededor de 30% del trigo del mundo. Ciertamente, la entrada de Ucrania como una figura importante en el suministro mundial de alimentos en la última década fue parte de su éxito emergente como un país próspero y estable. A medida que la guerra se intensifique, docenas de países distantes sentirán los efectos.

Muy pronto, los agricultores ucranianos supervivientes intentarán sembrar sus campos primaverales en algunos de los terrenos más fértiles del mundo, de donde el Programa Mundial de Alimentos (PMA) había extraído hasta el momento más de la mitad de nuestro trigo. Nuestra organización compra alrededor de 400 toneladas métricas de alimentos a nivel mundial cada hora y las transporta alrededor del mundo por barco, avión y camión.

El trigo ucraniano se movió con rapidez en la cinta transportadora de los mercados internacionales y en nuestras operaciones humanitarias en otros países acosados por la guerra, como Afganistán, Sudán y Yemen, donde millones se tambalean al borde de la inanición. En la actualidad, esa cinta transportadora va en reversa, ya que el PMA se está movilizando para ayudar a más de tres millones de ucranianos dentro y fuera del país, con un costo de 500 millones de dólares en los próximos meses.

Si los campos ucranianos quedan en barbecho este año, las agencias de ayuda como la nuestra se verán obligadas a buscar nuevos mercados para compensar la pérdida de uno de los mejores trigos del mundo. Y hacerlo tendrá un costo muy elevado.

Debido a la escasez, la guerra, las réplicas económicas de la pandemia y los precios del petróleo crudo cerca de su punto más alto en 13 años, el PMA ya está pagando 30% más por alimentos que en 2019, lo que representa 50 millones de dólares adicionales cada mes. Si los corredores de transporte del mar Negro son perturbados aún más por esta guerra incipiente, los precios del transporte se dispararán al unísono, y se duplicarán o incluso triplicarán.

En poco tiempo, las naciones más frágiles quedarían aún más vulnerables por esta guerra.

Entre 2019 y hoy, el número de personas al borde de la hambruna ha aumentado de 27 millones a 44 millones. Otras 232 millones de personas están a solo un paso de esa categoría. El PMA ayudó a alrededor de 128 millones de estas personas el año pasado con asistencia alimentaria y monetaria. Estas cifras están avivadas por el conflicto, el cambio climático, el COVID-19 y ahora, cada vez más, por los costos. Las chispas de esta hambruna están cayendo en todas partes, desde el Corredor Seco de América Central hasta las arenas azotadas por la sequía de Somalia.

Los efectos en las zonas afectadas nos han obligado a tomar decisiones brutales. Con nuestros fondos en franco declive, debido a que las arcas de las naciones donantes están muy ajustadas, hemos tenido que reducir de forma drástica las raciones para los refugiados y otras poblaciones en África Oriental y el Medio Oriente. Estas raciones reducidas significan que los niños hambrientos comen el equivalente a un solo tazón de cereal al día.

No todo era pesimismo hace apenas unas semanas. Habían destellos tempranos de que las economías estaban comenzando a recuperarse de la pandemia. Pero la invasión de Rusia nos ha recordado que la causa fundamental de la hambruna en todo el mundo es la insensatez humana y el desprecio temerario por la vida humana. El impacto de una Ucrania destruida por los embates de la guerra se sentirá en todo el mundo durante los próximos años.


 



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