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Los equipos mexicanos fomentaron las barras violentas y ahora están fuera de control


2022-03-15

Beatriz Pereyra | The Washington Post

El 5 de marzo de 2022, en vivo por televisión y luego mediante las redes sociales, presenciamos un enfrentamiento entre integrantes de La Resistencia Albiazul, la barra del club Gallos Blancos de Querétaro, y la del Atlas, La Barra 51, que comenzó en las gradas del estadio La Corregidora y se extendió al campo. Los aficionados corrían para refugiarse de una golpiza desatada por los barristas con un grado de brutalidad y salvajismo nunca antes visto en el futbol mexicano.

La aparición de las barras bravas en México no se dio por generación espontánea. La importación de este modelo tuvo, desde su origen a finales de la década de 1990, la intención de que los aficionados vivieran este deporte como ocurría en Inglaterra con los hooligans o en Italia con los tifosi. Fanáticos a quienes les va la vida en cada partido. Estaba implícita la necesidad de que el aficionado mexicano sintiera y defendiera los colores de su equipo a ultranza.

Lo que las aficiones de equipos tan importantes como América y Chivas reflejaban entonces en las tribunas, dijeron los creadores de las barras, ya era cosa del pasado: las porras familiares, con niños y mujeres que agitaban mechones de rafia de colores y gritaban chiquitibum ya era poco para eso que comenzaba a llamarse industria del futbol.

10 años después, a principios de los años 2000 quien planteó la necesidad de calentar el futbol mexicano fue el presidente deportivo del club Pachuca, el argentino Andrés Fassi. Hacer que le hirviera la sangre a los aficionados, como en cualquier pasión, arrastró a más personas a los estadios, compraron más camisetas y las bufandas se pusieron de moda en México. Había que tatuarle en la cabeza a los consumidores de futbol ese dicho que ha sido replicado hasta el cansancio: “Se puede cambiar de esposa (sí, con toda su connotación machista) e incluso de religión, pero nunca de equipo de futbol”. La lealtad ciega, a prueba de todo.

Las barras son las hijas de las directivas de los clubes del futbol mexicano. Ellos las engendraron, ellos las financiaron, les regalaron boletos, les pagaron la transportación a las plazas de visitantes; fomentaron y toleraron que hicieran negocios a costillas del futbol (como la venta de bebidas alcohólicas) para que su única preocupación fuera estar en todos los partidos enseñando el músculo del fanatismo. Crearon un monstruo que con el tiempo se les salió de control.

Las barras deben desaparecer, pero esto tampoco se logra por decreto. Ahora, la Liga MX y la Federación Mexicana de Futbol (FMF) necesitan ayuda de especialistas y de las fuerzas de seguridad pública para minarlas.

Las barras bravas del futbol mexicano, no sobra decirlo, han crecido a la par de la violencia en México. Sus integrantes solían ser fanáticos que, como dice el doctor Hugo Sánchez Gudiño, profesor e investigador de la UNAM, ponen como manto sagrado a su equipo para con ese pretexto despedazar al rival. Este perfil de lo que él llama el “porro deportivo” es el de un joven del proletariado, desempleado o subempleado que en un partido encuentra un espacio de catarsis, de venganza.

Los grupos de animación fueron infiltrados por criminales que se apoderaron de los estadios. Por supuesto que entre sus integrantes se cuentan aficionados que tienen un genuino amor por la camiseta, pero muchos se radicalizaron. Además, la infiltración de células delictivas en estos grupos de animación ocasionó lo que Sánchez Gudiño define como la “cartelización de la violencia en el futbol”. Las barras han adoptado el modelo de comunicación simbólica de los cárteles del narcotráfico: las narcomantas y los hombres descabezados.

Ocurrió con los aficionados del club Rayados de Monterrey que viajaron hasta Abu Dhabi supuestamente para apoyar a su equipo. El 7 de febrero de 2022, ante los malos resultados, en la entrada del hotel de concentración de los Rayados, unos desconocidos dejaron cuatro hieleras con la marca de las tiendas Oxxo —cuyo propietario es Femsa, empresa dueña también del equipo regiomontano— con fotografías de los rostros del entrenador Javier Aguirre, del presidente deportivo, Duilio Davino, y del presidente del consejo de administración, José González Ornelas. Se veían como si hubieran sido golpeados y tenían manchas de color rojo, simulando sangre.

Cuando eso ocurrió Sánchez Gudiño y el especialista en seguridad, Falko Ernst, analista senior para México de International Crisis Group, dijeron que estos hechos no deberían ser minimizados, que el club y la Liga MX tenían la oportunidad de actuar para empezar a frenar este tipo de violencia que se metió al futbol. Rayados y la Liga hicieron mutis.

La cartelización de la violencia en el futbol también explica por qué en la batalla campal del estadio La Corregidora los integrantes de La Resistencia Albiazul del Querétaro golpearon despiadadamente a los de La Barra 51 del Atlas, y no conformes los desnudaron y dejaron los cuerpos expuestos, como lo hacen los grupos del crimen organizado para humillar a quien considera su enemigo.

El exdueño de las Chivas, Jorge Vergara, quiso corregir en 2014 el error que Fassi cometió. “Que se acaben las barras. No son necesarias, son un foco de infiltración. No digo que todos los chavos sean malos, pero se les infiltran los malos”, alertó públicamente. Nadie le prestó atención. Los dueños de los otros clubes, sus socios, no se resolvieron a votar por erradicar las barras, como tampoco lo hicieron el martes 8 de marzo cuando anunciaron que se mantedrían solo en los partidos como locales y pidieron a los equipos dejar de financiarlas. Resulta curioso que el presidente de la Liga MX, Mikel Arriola, haya declarado que “conceptualmente las barras no existen” y que los clubes no las necesitan: “No queremos criminales disfrazados de grupos de animación”. Las barras bravas son las hijas del futbol mexicano que ahora las niega.

La mano dura que pretenden aplicar son medidas que no atacan el origen del problema sino sus consecuencias: el barrista es violento por naturaleza, se alimenta de la adrenalina y reivindicación que le genera caerle a golpes a quien considera su enemigo. Como muchas otras cosas en México el problema pasa por frenar la polarización en la que vivimos. Por supuesto es un tema de educación y civismo y no es algo que la Liga MX o la FMF podrán resolver.



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