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Años después, estrellas de la música regresan a Venezuela


2022-04-04

Por REGINA GARCÍA CANO

CARACAS, Venezuela (AP) — El suelo tembló el mismo instante que la voz del astro de la música mexicana Alejandro Fernández chocó con los vítores ensordecedores de fanáticos reunidos para su primer concierto en Venezuela en más de una década.

Después de una pausa inicial de sorpresa al ver al artista finalmente aparecer en el escenario, la multitud, armada con sus teléfonos celulares, se unió a él para cantar “Sin tantita pena”.

“Es hermoso estar en Venezuela”, dijo Fernández ante los gritos y silbidos del público que agotó las entradas, algunos de los cuales habían pedido préstamos para verlo actuar este mes en un teatro con capacidad para 5,000 personas en Caracas. “Venezuela linda, querida que siempre llevo en mi corazón”.

Artistas destacados regresan este año a los escenarios del país sudamericano que dejaron fuera de sus giras durante años. El grupo vocal multilingüe Il Divo y la cantautora puertorriqueña Kany García se encuentran entre quienes tienen conciertos programados.

Pero con precios que van desde 55 hasta más de 600 dólares por boleto, los eventos son símbolo de la gran desigualdad en la nación empobrecida.

Superestrellas como los Backstreet Boys una vez atrajeron a los fanáticos a dormir afuera de un estadio de Caracas durante días mientras hacían fila para comprar boletos. Guns N’ Roses y Shakira llegaron a la capital al igual que Juanes, cuya gira de 2008 incluyó varias ciudades de Venezuela.

Los grandes conciertos, sin embargo, se volvieron más esporádicos a partir de 2010. Desaparecieron casi por completo unos años más tarde, cuando el país cayó en una crisis política, social y económica que eliminó empleos incluso cuando la inflación hizo colapsar el poder adquisitivo de millones.

Hoy, alrededor de tres cuartas partes de la población de Venezuela vive con menos de 1,90 dólares al día, considerado el estándar internacional de pobreza extrema. Pero para aquellos que han encontrado buenos trabajos en el sector privado, ingresaron a la economía informal o tienen un negocio, particularmente en Caracas, las cosas están mejorando.

El cambio se debe en parte a la decisión del gobierno de renunciar a sus largos y complicados esfuerzos para restringir las transacciones en dólares estadounidenses a favor del bolívar local, cuyo valor ha sido arrasado por la inflación.

Eso significa que los promotores una vez más sienten que la gente tiene dinero para gastar en música, y las reglas modificadas hacen posible nuevamente financiar los eventos.

“Van a reservar ciudades y lugares en función de los lugares que podrían vender”, dijo Jeffrey Dorenfeld, profesor de la industria musical en el Berklee College of Music en Boston. “Los artistas no van a querer tocar en recintos medio llenos. No les gusta ver sillas vacías. El objetivo es llenar la sala de asistencia pagada”.

El administrador de empresas Edgar Villanueva asistió al concierto de Fernández con su esposa, dos hijas y un yerno. Una de sus hijas se había enterado del concierto por Instagram e inmediatamente compró las entradas.

Mientras esperaban para entrar al teatro, Villanueva reconoció los desafíos de su país, pero dijo que él no es un político y que simplemente quería pasar un buen rato con su familia. Esperaban que Fernández cantara “A qué sabe el olvido”.

“Bueno, nostros decidimos resolver nuestros temas, y de vez en cuando, nosotros como familia nos organizamos y decimos vamos a disfrutar este concierto”, dijo Villanueva. “Siempre hemos sido fans the Alejandro. Nos apasionan sus canciones”.

Una fan igualmente entusiasta, Mileydi Villamizar, vino con amigas que eran todo sonrisas mientras hacían fila. Le encanta la música en vivo y, antes de la crisis, iba a conciertos aproximadamente cada dos meses.

Lograr asistir a este no fue tan fácil.

“Sí, es costoso. Hay una parte de la población que todavía puede y hay otra que, como nosotras, nos ha tocado rasguñar y reunir hasta un préstamo”, dijo Villamizar, quien pagó unos 75 dólares por su entrada. “Tenemos muchos años que no nos toman en cuenta para conciertos ni para nada de ese estilo, entonces el que se puede dar el gusto pues se lo da”.

Espera ver a los Backstreet Boys regresar a Venezuela algún día. La banda de rock mexicana Maná también está en su lista.

Por estos días, más del 60% de las transacciones en Venezuela son en dólares estadounidenses. Así que los empleados del sector público, a quienes se les paga en bolívares, tienen dificultades para ganarse la vida. Su salario mínimo mensual aumentó de cerca de 2 dólares a unos 30 dólares este mes, pero eso aún no es suficiente para comprar comestibles y la inflación, aunque más lenta, todavía lo erosiona constantemente.

El cambio de política monetaria también ha ayudado a hacer realidad los conciertos al hacer posible que los promotores obtengan nuevamente los dólares necesarios para pagar a los artistas.

El gobierno solía subsidiar las tasas de cambio oficiales con los ingresos del petróleo, pero se volvió cada vez más difícil para los promotores de conciertos obtener dólares a una tasa preferencial cuando los ingresos del estado comenzaron a colapsar con la crisis económica alrededor de 2012-2013, dijo Asdrúbal Oliveros, socio y director de la firma Ecoanalítica con sede en Caracas.

“Entonces, es un proceso que incluso comenzó antes de la hiperinflación y tiene que ver más con la desaparición paulatina del subsidio cambiario”, agregó.

Claramente, algunos venezolanos al menos todavía tienen dinero para gastar.

En el concierto de Fernández, una botella de whisky Johnnie Walker Blue Label costaba 500 dólares, mientras que los más ahorrativos podían gastar 180 en una de Buchanan’s Special Reserve. Una hamburguesa costaba 10 dólares y el agua 2.

Fernández actuó durante más de dos horas mientras la multitud coreaba canción tras canción. Los que estaban al frente estaban sentados en mesas, mientras que detrás de ellos, en el estacionamiento de un centro comercial, solo había espacio para estar de pie. También había gente que miraba desde las ventanas de los edificios de oficinas cercanos.

“Nos tenían abandonados”, dijo Villamizar.



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